“Estamos llegando al final del
1914. ¿Qué traerá el 1915? ¿Veremos la paz restaurada y estaremos juntos de
nuevo en esta tierra? No lo podemos saber.”
Carta de un soldado francés
Me encontré con este escrito a
finales de este 2014. Se cumplen cien años de que este soldado apostado en una
trinchera de la Primera Guerra Mundial enunciara en una carta a su novia, la
pregunta que seguramente buena parte del mundo se estaba haciendo. El hallazgo
fortuito me estremeció, dio palabras a mi sensación de estar cerrando un año
especialmente difícil que nos acercó al borde del abismo y, en ocasiones, nos
sumergió en él.
Me encontraba lejos de Venezuela,
en Holanda, a causa de un evento científico al que fui invitado por el
Instituto de la Haya por la Justicia Global. El evento trajo a investigadores
de distintas disciplinas a discutir sobre grandes ciudades en los denominados
“Estados Frágiles” y las nuevas versiones de violencia que se vienen observando
y que, en todos los casos, parecen entretejer complicidades mixtas entre bandas
criminales y el Estado.
Se discutieron los casos de
Karachi, Paquistán; Lagos, Nigeria; Nairobi, Kenya; San Salvador, El Salvador y
Caracas. En primera instancia, sorprende a los venezolanos encontrarnos en esta
compañía, que en nuestra soberbia tan característica, como nos diagnosticó tan
agudamente Briceño-Iragorry hace años, nos permite quejarnos por la gravedad de
nuestra situación al mismo tiempo que continuamos despreciando todos aquellos
rincones del mundo que nuestra simpleza asume de entrada que tienen que estar
peor que nosotros.
Pero resulta que no es así. Los
puntos en común son sorprendentes. El barrio tradicional de Karachi, la manera
en que las bandas asociadas a fuerzas políticas han logrado controlar varios
espacios de la ciudad, no es tan distinto a lo que venimos observando en
Caracas. La cantidad de homicidios ocurridos en nuestra capital supera
proporcionalmente a todos los demás ejemplos, salvo las capitales de los países
centroamericanos. La gravedad de nuestras circunstancias son tales, que es
Caracas la ciudad que alarma y comanda la atención de los extranjeros que
estuvieron presente en el evento. ¿Cómo comprender que una nación petrolera,
que además ha exhibido disminuciones en porcentajes de personas viviendo en
pobreza, pueda simultáneamente tener niveles tan descomunales de violencia?
En una de las mañanas que tuve
libre decidí visitar el Palacio de la Paz, un edificio monumental donado por el
multimillonario filántropo Andrew Carnegie a la ciudad de la Haya para
establecer la sede de lo que sería un primer ensayo de la Liga de las Naciones.
Inaugurado en 1913 ha alojado el sueño incumplido de un mundo pacífico a través
de la Corte Internacional de Arbitrio. Sirvió de alguna manera de ensayo
anticipado para lo que muchos años después sería las Naciones Unidas. El museo
que lo antecede exhibe los vaivenes de la guerra y la paz, el recuerdo nunca
suficientemente calibrado de que Europa pasó de asesinarse entre vecinos a
construirse como una comunidad política sinérgica en cuestión de unas pocas
década.
Pero fue el árbol de la paz
similar a los que había visto en fotos, lo que me estremeció. Es un árbol nada
imponente, de ramas flacuchentas y desnudas por el otoño, que evoca cansancio y
fragilidad. No podría ser de otra manera. Pero sobre sus ramas cuelga un
centenar de hojas blancas colocadas por los visitantes al museo que
paulatinamente han ido llenando el arbusto con pedazos de papel inscritos con
anotaciones sobre la paz, esa invitada que nunca llega. Al acercarme la primera
hoja de papel bond con que me topé leí “Paz para Venezuela”.
peaceforvenezuela546
El evento, el museo, el árbol, su
rama y el año que hemos atravesado me cayeron encima de pronto al mismo tiempo.
Me tuve que sentar para intentar procesar el instante, la lluvia de emociones
de estos meses que he acumulado y que solo ahora, a la distancia pude comenzar
a integrar. Las horas que pasamos contabilizando los muertos diarios por las
protestas; las olas de indignación ante la arbitrariedad y el cinismo que hemos
tenido que tolerar; la preocupación por mis familiares, mis amigos, mis
estudiantes; los intentos muchas veces fútiles por abrir espacios de encuentro
entre venezolanos de distintas perspectivas políticas, invitando a convocar
juntos el reclamo a conducir la contienda por vías democráticas; todo ese
cansancio y esa zozobra aterrizó de nuevo en mi cuerpo y en mis pensamientos.
¿Cómo llegaron hasta aquí? Me preguntaron mis colegas investigadores con asombro
la noche anterior.
Susan Sontag escribe que “designar el infierno, no es, por
supuesto, decir nada de cómo debemos hacer para salir de él, o de cómo moderar
sus llamas”[1]. La cita proviene de su ensayo “Sobre el Dolor de los Demás”, donde
regresa al tema de la fotografía para preguntar si ésta cumple alguna función
ética para denunciar la atrocidades de la guerra, y si cumple alguna función
práctica al movilizar la acción para detenerla.
Para mí la clave está en el
título y en las primeras líneas. Sontag comienza citando a Virginia Woolf y su
respuesta escrita entre 1936 y 1938 al abogado antibelicista que le pregunta
¿cómo hemos de evitar la guerra?. Antes de contestar Woolf se detiene a
preguntarse si realmente es posible una conversación entre ellos sobre el tema.
¿Será que ambos se escandalizan con los horrores cometidos de la misma manera?
Por supuesto, que la respuesta
que los venezolanos conocemos bien es que no. Si bien seguramente la gran
mayoría estamos muy preocupados por el rumbo que venimos atravesando y estoy
convencido que la gran mayoría, independientemente de su posición política se
conduele por los asesinatos, golpizas, crueldades que hemos tenido que
registrar; no es menos cierto que todavía hay mucho cálculo político en las
posiciones. He escuchado demasiados argumentos que intentan atenuar el horror
del abuso cuando éste no fortalece mi posición política. Hemos escuchado al
gobierno negar, minimizar, justificar y entrar en enredadísimas argumentaciones
para mitigar la responsabilidad de los hechos. Maduro habla de guerra con una
levedad digna de Kundera. Debemos meditar sobre las implicaciones, por ejemplo,
de que la Comisión de la Verdad que tanto el gobierno como la oposición
concordaron en establecer luego de las Mesas de Negociaciones del año 2002,
nunca se concretó; que la petición de la Comisión Internacional de Derechos
Humanos a visitar al país para hacerse de una versión más certera de los
hechos, ha sido continuamente negada. Vale la pena observar el interrogatorio
de la Comisión Antitortura de la CIDH realizada entre el 6 y 7 de noviembre y
la multitud de preguntas que quedaron sin contestar. Me parece que ocurre como
en la canción de Bob Dylan que afirma que “no se cuentan los muertos cuando
Dios está de tu lado”.
“La violencia es promovida cuando
cultivamos un sentido de inevitabilidad de una supuesta identidad única – a
menudo beligerante – que supuestamente poseemos y que hace nos hace demandas
(con que a veces ni siquiera estamos completamente de acuerdo). La imposición
de una supuesta identidad única a menudo es el componente crucial de las ‘artes
marciales’ de fomentar confrontaciones sectarias”, escribe Amartya Sen[2], cuya
inquietud surge de sus recuerdos de infancia cuando la independencia de la
India condujo a enfrentamientos violentos entre las identidades religiosas que,
según su recuerdo, convirtió a vecinos y amigos de pronto en enemigos
ancestrales.
He escuchado con horror la
ligereza como la palabra muerte es evocada en discursos de demasiados
venezolanos. Hace ya varios años fui invitado, junto a muchos otros académicos,
investigadores a unas jornadas promovidas por el Ministerio de Interior y
Justicia previo a la conformación de la Comisión Presidencia para el Desarme.
El foro tuvo la bondad de contar con pensadores de todo el espectro de la
diatriba política para el momento. Cada quien expuso sus posiciones y
hallazgos. Pero me inquietaba cada vez que alguna de las presentaciones de
afectos al oficialismo terminaba recitando “Patria, socialismo o muerte, venceremos”.
En la sesión de preguntas levanté mi mano para preguntar si no les parecía
contradictorio estar promoviendo una iniciativa que buscaba atender las cifras
crecientes de inseguridad utilizando una frase de cierre que llamaba a la
muerte como destino heroico. Mi pregunta se topó con un silencio incómodo.
Nadie me dijo nada de manera frontal, pero no fui invitado a otra reunión. La
lealtad a una causa abstracta y sus consignas épicas pudo más que la atención a
las necesidades concretas. Opino que allí está sembrada una de las razones por
las cuales el gobierno no ha podido resolver el problema de la seguridad.
Me espantó el rescate de las
banderas de Guerra a Muerte como símbolo durante las protestas que se iniciaron
en febrero con las manifestaciones estudiantiles. El llamado a la manifestación
no-violenta se confundió con todo tipo de iconografía y acciones que, desde mi
punto de vista, no hicieron sino restarle fuerza y poder a la indignación legítima de los estudiantes
y sus llamados a protestar. Afirmar esto en el país opositor es la mayoría de
las veces ser catalogado de ingenuo o come-flor ¿cómo pretendes que se pueda
enfrentar un gobierno autoritario y dispuesto a atropellar los derechos
ciudadanos entonces? Lamentablemente los que así opinan, lo hacen de nuevo
desde una ligereza del que ha consumido demasiadas películas de guerra y se ha
dedicado poco a pensar en las implicaciones de sus acciones. Vale la pena
destacar que los datos a favor de la efectividad de las campañas no-violentas
es apabullante. Basta con recordar que los movimientos de resistencia han sido,
a partir del año 1900 mucho más efectivos cuando han sido no-violentos. Pero no
solo eso, sino que el 6% de los movimientos violentos que resultaron exitosos
lograron una transición hacia la democracia luego de cinco años de finalizado
el conflicto, en comparación con 82% de los movimientos no-violentos.
Estos números nos condenan.
Condenan al chavismo y evidencian que sus llamados contradictorios a hacer una
revolución “pacífica pero armada” está en el seno de su fracaso, que han
importado a la violencia como estrategia, y ahora su propio proceso interno
está enredado en ella. Condenan también a las expresiones de resistencia tipo
María Conchita Alonso que agitan verborreas exaltadas que dejan en ridículo y
desestiman el duro trabajo político que muchos están haciendo a pulso día a
día.
***
El país entero ha justificado
durante demasiado tiempo el horror, o ha estado dispuesto a voltear para otro
lado. El estado de nuestro sistema carcelario es el ejemplo más claro de
nuestro error. Acosados por una delincuencia creciente, la mayor parte del país
chilla indignada cada vez que se describen las cárceles como inhumanas,
argumentando que los presos no merecen ser considerados a causa de su desconsideración.
“Ojo por ojo, si ellos ejercieron violencia, que ahora se calen el horror de
las cárceles”, es una opinión bastante extendida. Pero el tiempo ha ido
demostrando que tratar a los presos como animales no ha domesticado la
crueldad, sino que la ha potenciado. En el año 2009 en toda Venezuela había
alrededor de 30 mil presos. Para el año 2012 ese número subió a más de 53 mil.
Ese aumento súbito, además de la cadena de catástrofes humanitarias en forma de
matanzas que han ocurrido en las cárceles en los últimos años no ha hecho nada
por disminuir los niveles de criminalidad. Todo lo contrario.
Y ahora, otros sectores que han
sido arrestados por participar en protestas están teniendo que enfrentarse con
los infiernos que nosotros mismos construimos o dejamos que se fueran
construyendo. La venganza y la desidia no han ayudado a pacificar al país, sino
a profundizar el horror. Regreso al libro de Sontag y su título, hemos sido
terriblemente incapaces de acercarnos a tratar de comprender o si quiera ver el
dolor de los demás. ¿Cómo podemos imaginar que alimentar el horror nos puede
ayudar a salir de él?
Vaclav Havel, quien padeció en
carne propia la cárcel y la persecución de los fanatismos comunistas, escribió
con lucidez: “Siento antipatía hacia todas las formas de violencia ejecutadas
en nombre de un futuro mejor, y una creencia profunda que un futuro asegurado
por vía de la violencia puede resultar peor que lo que existe ahora; dicho con
otras palabras el futuro se arruinará si utilizamos violencia para
asegurarlo.”[3]
Esto es parte del hueco en que
estamos metidos como país. La convocatoria a participar golpeando con un puño
la mano vacía no es una invitación a construir un país mejor, es un gesto que
incita a pelear. Hay demasiados actores cuya propuesta de país no es sino una
escaramuza callejera. Pero hay otros, que son mayoría, que han callado por
lealtad.
La violencia va generando un
clima de miedo y desamparo que va reduciendo los espacios para pensar de manera
amplia y flexible. La investigadora guatemalteca, Tani Adams, hablando desde la
experiencia clínica con sus compatriotas que han enfrentado años de violencia
política sostenida concluye: “Cuando las personas viven bajo miedo e
incertidumbre constante, los impulsos a sobrevivir tienden a prevalecer más que
la acción reflexiva. El ‘silencio social’ condiciona como las personas se
relacionan entre sí – tienden a confiar menos y aislarse más, buscando
seguridad detrás de las paredes, barreras, rejas de seguridad y guardias.
Mientras más crece la desconfianza, las personas buscan protección en grupos
homogéneos cada vez más pequeños, como su congregación religiosa o su pandilla,
o a través de la intensificación de las identidades religiosas o étnicas.”[4]
La violencia, lo sabemos de
sobra, tiende a convertirse en círculo vicioso. Como un animal arrinconado va
dejando fuera la posibilidad de negociar salidas, que es en última instancia,
más tarde o más temprano, lo que tendremos que hacer. Y solo negociando de una
manera que todos los intereses sean representados, tendremos la oportunidad de
abrir espacios para seguir avanzando.
***
¿Qué nos deparará el 2015?
Sabemos que ni el deseo del soldado francés, como las iniciativas diplomáticas
que construyeron el Palacio de la Paz bastaron para evitar los horrores de la
Primera Guerra Mundial; las palabras preocupadas de intelectuales como Woolf no
impidieron ni la Guerra Civil Española ni el ascenso del nazismo y la Segunda
Guerra Mundial.
No bastan los deseos de la
mayoría de los venezolanos que queremos evitar repetir el horror que estuvo tan
presente este año. Dediquemos por lo menos un instante a pensar en el dolor de
los otros, de aquellos recluidos injustamente, de aquellos encarcelados en
condiciones inhumanas, de aquellos enfermos que empeoran por falta de
medicinas, de aquellos cuyos sueldos no les alcanza, de aquellos que no piensan
igual, pero que sufren también. Requerirá del esfuerzo de muchos para
organizarnos a condenar la locura belicista, resistir el militarismo que nos
imponen y luchar con la valentía que requiere la no-violencia (que los
violentos no pueden ver) para develar los que intentan encubrir el horror con
frases hechas.
*******
Por Manuel Llorens.
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