2015 es el año menos esperado de
los que hasta el momento me ha tocado vivir. No se trata de que haya
desarrollado un apego especial a 2014, no. Se trata de que, tal y como han
venido sucediendo los asuntos en nuestro amado país, cada vez las situaciones se
ponen más terribles, pesarosas y restringidas.
Obviamente, el año 2015 no
presagia nada bueno, pues hasta las mínimas esperanzas políticas que se podrían
abrir con las elecciones parlamentarias se ven pálidas ante la aplanadora
gubernamental que recorta, limita, excluye y se burla de al menos 50% de los
venezolanos, además de hacer caso omiso de protestas, propuestas, leyes y,
sobre todo, la Constitución.
No son, pues, serenidad ni
contento los principales sentimientos que me acompañan en este inicio de año.
Lo lamento mucho, pues siempre sentí gran alegría ante la perspectiva de un
nuevo año; era como la oportunidad de vivir y cumplir mis más importantes
fantasías e iniciar arriesgados proyectos. Esta vez no es así. Las condiciones
solo están dadas para trabajar y trabajar, tener infinita paciencia, apoyarse
bien en los dos pies para que no nos tumbe la tempestad y aguantar como rocas
los embates de esta camarilla que gobierna, a su mal instruido antojo, este
país, que hoy, más que nunca, pienso que es de goma.
Entre la recesión anunciada
cuando ya está instalada, la inflación indetenible, el gasto público sin
control, las designaciones de servidores públicos previamente comprometidos con
el partido de gobierno, la eliminación de los sindicatos y el entrabamiento
electoral para las elecciones de gremios y otras asociaciones, además de las
políticas, estamos en caos.
No crea el lector que no tengo
esperanza, estoy lleno de ella y de paciencia. Sé lo que viene y lo espero como
espera uno la ola en la playa; quizá nos revuelque y deje maltrechos, pero lo
que no se podrá decir es que no estuvimos allí, que no afrontamos y batallamos
por un mejor futuro.
En todo caso, espero que el año
2015 pase pronto y el siguiente lo veamos con la alegría y la esperanza que
deseamos tener, pero, por ahora, no es así. No tenemos paz. Nuestras vidas en
los últimos años se han visto constreñidas, no se siente tranquilidad en
ninguna parte. Tratamos de permanecer en nuestras casas, salir es peligroso.
Muchos venezolanos han perdido aquella característica bondad y su natural
inclinación a ser atentos, respetuosos y colaboradores. Cada vez perdemos más
de los detalles que nos hacían un pueblo alegre, agradable, amistoso,
responsable y acogedor. El lenguaje hoy lo dice todo en palabras generalmente
soeces, siempre escasas en vocabulario y sobradas en maltrato. Los gestos hoy
son tan agresivos que denotan una violencia que siempre nos fue ajena. Pararé
de contar, pues mi meta hoy no es quejarme del año que pasó, sino advertirle al
lector que el que viene va a ser peor y que se amarre los pantalones y las
alpargatas.
alvarogrequena@gmail.com
@arequena
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