La conseja de la pasividad se
estrella frente a una realidad que consume a Venezuela en una crisis de
consecuencias impredecibles. Calle arriba, calle abajo, el ciudadano siente la
tortura de la incompetencia que muestra, hasta donde es posible la capacidad
destructiva de la ignorancia alzada. Y no es un cuento que se comente entre
chanzas, dimes y diretes. Es el cuadro patético de una situación que ahonda en
todas latitudes de la vida venezolana.
No puede consumirse el tiempo
entre las miradas puramente contemplativas.
Es preciso estar atentos a hechos
reiterativos que están en la dirección del empobrecimiento generalizado. Todo
cuanto forma parte de la condición alevosa de la ignorancia alzada que se hace
llamar gobierno. El panorama venezolano lo pintan feo –expresa acertadamente la
conseja popular–, más cuando la bodega deja viva la estampa de empobrecimiento
que oprime la vida de millones de venezolanos. Millones de venezolanos en pos
de hacer sentir en las calles el descontento por las graves dificultades que se
vive ante el cuadro desolador del ingreso en trance agónico.
De allí que las cifras del
multimillonario presupuesto nacional representen la patética muestra de una
nación que se consume en los terribles desajustes de sus finanzas, así como la
penosa situación de su industria vital. Porque la empresa petrolera nacional
está en el centro de esa sangría representada por la ambición de la riqueza
impronta. Tres lustros de lo inconfesable que será materia por muchos años de
los organismos que atenderán los reclamos del derecho de los venezolanos sobre
lo que le es propio. Ya en Estados Unidos se han tomado providencias sobre el
particular.
Todo lleva a la toma de
decisiones sobre la significación profunda de la lucha democrática. Esta lucha
democrática frontalmente opuesta al partidismo electorero, por cuanto estamos
en crítico momento en el cual tiene preeminencia la salvación de Venezuela.
Tenemos un país que se debate entre la miseria y la violencia. Esta situación
tiene que llamarnos a mirar más allá de lo que está en la onda de las
exquisiteces del régimen en su conveniencia –por lo demás– con el aderezo de la
llamada oposición electorera.
El país está en una profunda
crisis que rebasa la visión estrecha de operadores partidistas ajenos a la
severidad de hechos, más allá de lo estrictamente enmarcado en protestas
estudiantes que, en la era democrática, se atenuaban con acuerdos en los que la
tolerancia democrática dejaba perfectamente su capacidad de entendimiento en
asuntos meramente puntuales. En la actualidad la situación es totalmente
diferente, y ello está determinado por el comportamiento de un régimen
totalmente ajeno a los fundamentos del sistema democrático.
Desde hace años está planteada la
lucha de los sectores democráticos en la defensa de lo que le es atinente a la
sociedad venezolana. Esa lucha ha ido despertando voluntades que acariciaban la
idea de la fortaleza de las instituciones que el mismo régimen democrático
había creado para su estabilización y permanencia. Ello dejó de ser en el
tiempo por lo que ya no es ninguna novedad un régimen ajeno a la libertad.
No obstante: es legítimo pensar y
actuar en el sentido del vigor de la significación de los valores democráticos
en la sociedad venezolana. Ello está sembrado en el pueblo y, sobre todo, en la
juventud que estudia y trabaja. Nada podrá impedir la vigencia plena de la
democracia en la fortaleza de un pueblo que, día a día, en la lucha, la hace
suya con el vigor de razón de ser y su historia.
bello.rafael@yahoo.es
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