Eso dice Nicolás Maduro, que
somos un país libre. Y cabe preguntarse acerca del sentido que tiene la
libertad que bulle en su cabeza al
gobernar ejerciendo un control total
sobre el comportamiento del resto de los poderes del Estado, meras piezas de
utilería: “Los Estados Unidos cree que sancionando a Venezuela vamos a soltar
al asesino”, ha señalado.
La persona a quien se refiere
Maduro, Leopoldo López, por lo visto ya está condenada por él, a pesar de que
los tribunales no la han condenado y un juicio desde ya irregular todavía
espera por su desarrollo. Lo afirma como cabeza del Poder Ejecutivo para
repetir la experiencia de quien le precede, Hugo Chávez Frías, y que le da la
vuelta al mundo democrático cuando éste ordena encarcelar a la juez María
Lourdes Afiuni, por haber puesto en libertad a un perseguido suyo y ante la
contumacia del Ministerio Público que se negaba a otorgarle las garantías de un
debido proceso.
Pero si bien la reacción de
Maduro –que lo desnuda y a la sazón corrompe el uso del lenguaje común al
hablar de la libertad– responde a la decisión norteamericana de recibir o no en
su territorio a quien o a los dineros del que considere digno de su invitación,
lo veraz es que su gobierno ha sido calificado por la ONU y el más importante
de sus órganos convencionales de derechos humanos, el Comité contra la Tortura,
como uno integrado por funcionarios y militares violadores de dichos derechos;
en lo particular por infligir éstos “palizas, descargas eléctricas, quemaduras,
asfixia, violación sexual y amenazas” a sus víctimas, entre febrero y junio
pasados, por confundir éstas el sentido de la libertad que tiene el régimen con
sus libertades de manifestar y expresar sus disidencias.
Cabe, pues, poner las cosas es su
puesto, para que mejor las entienda el Presidente.
En Estados Unidos también se
tortura, según lo revela hace pocos días el Congreso de la Unión y lo acepta el
jefe de la CIA. Pero en Venezuela, como lo relata el mismo Comité contra la
Tortura, ocurriendo lo mismo y siendo los agraviados opositores políticos, rige
la ley del secreto o el “yo no fui” que describe magistralmente el cuento “Los batracios”
de don Mariano Picón Salas. El capataz y coronel Cantalicio Mapanare, borracho
y ensoberbecido, comete tropelías sin más y cuando lo alcanza la mano de la ley
sus propios seguidores, peones de hacienda, lo abandonan junto a su abogado
–que redacta proclamas a pedido– y dicen no haberlo visto nunca.
Reclama Maduro las medidas contra
Venezuela, y cabe preguntarle si nos está metiendo a todos los venezolanos en
el mismo saco de los violadores acusados por Estados Unidos, o acaso ¿cree que
todos, como colectivo, encarnamos en el cuerpo de dichos esbirros y corruptos
enlistados, que mucho daño le hacen a su gobierno? ¿No se le tiene prohibido
también el ingreso a Venezuela a todo aquél quien sea miembro de un organismo
internacional de derechos humanos?
La Comisión Interamericana de
Derechos Humanos, lo sabe el ahora ex canciller y gobernante Maduro, tiene una
década pidiendo visa y no se la autorizan. Tanto como no podrán viajar al Norte
los funcionarios venezolanos señalados de haber incurrido en crímenes
internacionales, que eso son las violaciones sistemáticas y generalizadas de
derechos humanos según el diccionario del mundo civilizado. Maduro no tendría
de que preocuparse. ¿O es que cree que el dedo acusador llega hasta él? ¿Ha
violado derechos humanos? ¿Tiene dineros en el imperio?
Sea lo que fuere, según Nicolás
somos un país libre, cuyas decisiones más trascendentales se adoptan lejos de
nuestra frontera, en La Habana. Tenemos la libertad de transitar por las calles
a riesgo de integrar la cifra de casi 30.000 homicidios ocurrida durante el año
que muere. Podemos manifestar y disentir abiertamente, pero conscientes de que
si el gobierno amanece de mal talante terminaremos en la cárcel denunciados por
traición a la patria o conspirar. Y tenemos libertad para visitar mercados,
farmacias o casas de cambio, para distraernos en sus colas y si posible
regresar a nuestras casas con los pocos alimentos o medicinas que no escaseen y
sin divisas, eso sí, pues parece que se las han llevado y quedado congeladas
por orden de la Casa Blanca.
En una tierra libre, título de
una maravillosa y ejemplar novela histórica de Jesús Maeso de la Torre, escrita
en 2011, narra el tiempo en que la convulsa España de principios del siglo XIX,
mientras el pueblo sale a las calles para reclamar una constitución libre e
igualitaria, ve las intrigas de los poderes que marcan la vida de quienes osan
cruzarse en el camino y cuenta que uno de sus personajes, en búsqueda de
protección, llega al suelo de la Venezuela emergente, cuando se lucha por la
libertad, la verdadera.
ASDRÚBAL AGUIAR
correoaustral@gmail.com
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