¿En qué se parecen un político
corrupto, un empresario corrupto y un motorizado anárquico? Los dos primeros
pueden parecerse en lo de corruptos, pero voy a demostrarles que los parecidos
van mucho más allá:
La semana pasada estaba en una
cola de esas que se forman en Caracas y para distraerme me puse a ver a los
motorizados. (Antes sacaba el celular y me ponía a responder llamadas y
mensajes, pero ya sabemos que tener un celular a la vista en una cola es el
pasaporte para un asalto o algo peor). Pero vuelvo a los motorizados: la
mayoría hacía lo que le daba la gana.
Se comían las luces, pasaban a toda
velocidad entre los carros, sin importarles los que rayaban a su paso. Es más,
algunos insultaron a quienes les reclamaron con razón el “cariñito” que les
habían dejado. Algunos iban sin casco. Una de ellas llevaba un bebé. Otros
llevaban más de un pasajero: hasta cuatro vi en la misma moto (con niños
apretados en el medio como sandwichs). Circulaban por la vía contraria con la
misma seguridad y desparpajo con la que circulaban por la propia vía y los más
arriesgados pasaban por la acera a toda velocidad, como si los peatones no existieran. Pensé por
qué actuaban de esa manera y lo primero que se me ocurrió fue “falta de educación”.
Mi teoría, sin embargo, se cayó
muy rápido, porque había motorizados anárquicos con unas motos de decenas de
miles de dólares. Pensé que si alguien pudo comprar una de esas motos es porque
tuvo acceso a educación y tiene un buen trabajo. Craso error que corregí de
inmediato: para comprar una motota no se necesita educación, se necesita
dinero. Y para tener dinero en Venezuela, no hace falta educación, sino falta
de escrúpulos.
A los dos minutos llegó un
motorizado de esos que no tienen ni placa ni identificación, pero que actúan
con tanta seguridad que la gente les hace caso.
Empezó a dirigir a los carros que estábamos en la cola para que nos
moviéramos. Con movimientos autoritarios, seguros. Nos movimos como pudimos y a
pesar de los motorizados. Pensé que venía una ambulancia, pero no. Era un
político, en una camionetota sin placas, blindada y con vidrios negros. ¡Ahh!
Un político corrupto. Esos pueden comprar las motos y las camionetas que
quieran y mandar a sus esbirros a detener el tráfico o a moverlo, para pasar
sin esperar. Las glorias del poder.
Entonces concluí que entre un
motorizado anárquico y un político corrupto, la única diferencia era que los
motorizados no se habían metido a políticos, pero cuando lo hicieran, se
comportarían de la misma manera. Me sentí triste por Venezuela y pensé que aún
saliendo de la situación actual nada va a mejorar si no cambiamos como
sociedad. Si no empezamos a valorar el trabajo honesto, a sancionar a los
corruptos, a ponernos en los zapatos del otro y a darle a la educación el valor
que tiene.
Y pensé en los empresarios
corruptos. Ésos que corrompen y se corrompen. Ésos que aún sin necesidad de
robar, porque nacieron y crecieron en cunas de oro, roban. Ésos que se sienten
todopoderosos, porque saben que nunca van a caer presos, porque compran jueces,
falsifican firmas y poderes, forjan documentos y nunca serán imputados, porque
en Venezuela los reales lavan todo y compran todo. Ésos que llegan con sus
caras muy lavadas a los clubes y aceptados por la mayoría “porque son gente
conocida”. Y como son “gente conocida” patrocinan obras de “caridad” de la
misma manera que el ex Duque de Palma de Mallorca manejó la Fundación Noos.
Lástima que ya no haya jueces como los españoles que van a sentar en el
banquillo hasta la mismísima hermana del Rey de España.
Mi conclusión fue que no hay
diferencia alguna entre un motorizado anárquico, un político corrupto y un
empresario corrupto. Todos son iguales y se comportan de la misma manera. Lo
único que los diferencia es la oportunidad de llegar. Porque cuando llegan
todos son igual de indignos, igual de despreciables.
Por Carolina Jaimes Branger
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