Mientras Nicolás Maduro se
dispone a radicalizar la revolución, Raúl Castro la flexibiliza; mientras
aniquila al sector privado de la economía, en Cuba se abren grandes
perspectivas comerciales. Mientras el Departamento de Estado reafirma las
sanciones a funcionarios venezolanos acusados de graves delitos, que son
considerados como una amenaza para la seguridad de Estados Unidos, el
presidente Barack Obama sostiene que “Cuba no es una amenaza” y lo retirará de
la lista de Estados patrocinadores del terrorismo. Mientras el régimen
venezolano se queda aislado con una pequeña comparsa de impresentables
–Cristina Fernández, Evo Morales, Daniel Ortega y Rafael Correa–, Estados
Unidos suma los apoyos de los países del Caricom y del Caribe, que dejaron solo
a Maduro con sus improperios y “encabronamientos”.
El gobierno se está quedando sin
sus dos aliados estratégicos, por una parte, Irán se dejará inspeccionar sus
plantas de energía nuclear por Occidente –se desestabiliza el “eje” contra
Estados Unidos creado por Chávez y Ahmadineyad–, y por otra, Cuba, cuya
apertura con Estados Unidos es celebrada hasta por China.
El histórico diálogo entre Obama
y Castro marcó la Cumbre de las Américas. Raúl no se dejó arrebatar el
protagonismo y también le hizo el “fo” a Maduro en Panamá, no quiso reunirse
con él sino que lo ordenó viajar a Cuba después de la Cumbre, y cuando llegó se
lo mandó a Fidel, con quien mantiene una dependencia emocional, para que lo
mareara durante horas. Maduro regresó gritando como un loco furioso: “¡No
creamos en la burguesía!, ¡no creamos en la burguesía!, ¡vamos a radicalizar la
revolución!”. Parecía estar bajo los efectos de una gran resaca. No solo le
hicieron efecto –más bien estragos–, las peroratas de un senil Fidel Castro,
sino el amargo sabor de la derrota, por el desplante que le propinó el
presidente Obama al retirarse del recinto para no escucharle sus vulgares
sandeces; de paso, el encuentro ni tan “casual” que mantuvieron fuera del salón
donde se realizó la plenaria duró solo un instante.
Daba pena ver a Maduro cazando a
Barack Obama por los pasillos hasta que lo abordó, menos de cinco minutos, a lo
que hay que restarle el tiempo de la traducción. Hubiera sido feliz si Obama le
recriminara por los insultos dedicados durante semanas y repetir la hazaña
lograda por Chávez en una Cumbre, cuando el rey de España le espetó el “¿Por
qué no te callas?”, pero lo que obtuvo fue el más imperial desprecio. ¡Triste
papelón!, tanta alharaca con unas cajas de firmas inservibles que no entregó,
ni consiguió derogar el decreto que pone al descubierto las fechorías de sus
funcionarios y la magnitud del saqueo de los dineros de los venezolanos, que ha
constituido una élite de multimillonarios con cuentas fabulosas en bancos
internacionales especializados en depósitos de dinero sucio, que es una de las
razones por las cuales hemos desmejorado nuestras condiciones de vida y
convertido en indigentes que sobrevivimos a pesar de la escasez, el
racionamiento, y con prohibición de salida del país, debido a las crueles
restricciones impuestas con miserables cupos de dólares que imposibilitan
viajar al exterior.
Están muy equivocados si creen
que vamos a resignarnos, mucho menos ahora, cuando tenemos un calificado apoyo
internacional de 25 exmandatarios que en la “Declaración de Panamá 2015”
reclaman respeto a la Carta Democrática Interamericana y la liberación de los
presos políticos. Es el momento para que la oposición exija un cambio de
gobierno y reclame pulcritud y transparencia al Consejo Nacional Electoral, que
impida un nuevo fraude electoral.
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