He tratado de recordar que me
pasaba por la cabeza cuando tenía 14 años.
Me vino a la mente el corre corre y como trataba de rendir el tiempo
entre el colegio, las clases de ballet, el piano, los amigos y los pocos ratos
libres que aprovechaba para montar bicicleta o ir al cine. Luego me ubico en
los 14 años de mis hijos, y pienso lo diferente que fue para ellos, que casi se
graduaron de bachillerato con un postgrado en ciencias políticas, observado la
represión de los estudiantes, el
encarcelamiento y siguiendo muy de cerca el caso de Franklin Brito, por
ejemplo, caso que conocieron y que
discutimos en varias oportunidades, hasta su fallecimiento.
A sus 14 años, ellos no entendían del todo,
porque su mamá participaba en tantas cosas,
pero en alguna ocasión me acompañaron a alguna marcha, y descubrí que se
sentaban frente a la TV a ver las cadenas de Chavez, y llegaron a ser pequeños
grandes analistas de sus palabras, dándose cuenta de cuán violento y lleno de
odio podían ser sus discursos, porque así me lo manifestaban. Su infancia y adolescencia fue totalmente
diferente a la mía, y como todos los
muchachos de su edad, nunca tuvieron paz.
La corta vida de Kluiverth Roa
tiene que haber sido igual. Más en una
ciudad como San Cristóbal, donde las calamidades diarias, como el secuestro, la
extorsión, el desabastecimiento, sumado al conflicto político y social, deben
haber marcado sus 14 años, sin que quizás entendiera mucho como y porque llegamos a tener este país de caos que es
Venezuela hoy en día. Kluiverth no había
nacido cuando llego el fallecido presidente Chávez al poder. Por lo que no conoció otro gobierno que no
fuera éste, tan lleno de odio, de ineficiencia e incapacidad para gobernar,
pero sobre todo, tan discriminador. A penas seguramente empezaba a entender
porque sus compañeros, los universitarios, han estado en las calles de San
Cristóbal los últimos años exigiendo tantos derechos conculcados. Pero parece
que si comprendió lo suficiente para decirle a su asesino, segundos antes de
morir: “dejen ya la represión”.
Kluiverth Roa muere ejecutado por
un policía nacional bolivariano, 9 años mayor que él, que cuando se instaló éste proyecto de poder
mal llamado “revolución del siglo XXI”
hace 15 años, sólo tenía 8 años.
Javier Moral (nombre del PNB) fue formado pues, bajo los parámetros de
un sistema que ha enseñado a una pequeña parte de los venezolanos a enfrentarse
con quienes disienten, a confrontar en vez de conciliar , a odiar en vez de
respetar. Ese es el nuevo hombre del
que nos habló quien se fue a la tumba,
después de haber dividido, devaluado y empobrecido a Venezuela. Algunos funcionarios de los organismos de
seguridad han perdido el sentimiento venezolano de “los hijos infinitos” de
nuestro gran poeta Andrés Eloy Blanco, y no les ha importado matarlos con una
bala en la cabeza, desfigurarlos con perdigones a quemaropa, torturarlos, maltratarlos y hasta violarlos.
Pero aún más grave es lo que dijo
quien se supone es el presidente de la República y quien debería ser ejemplo de respeto de lo que
establece el ordenamiento jurídico, y quien se atrevió a vincular a un hijo de
Venezuela, de tan sólo catorce años de edad, y que acaba de ser asesinado
vilmente por un policía de la nueva PNB que el mismo gobierno creó, a supuestas “sectas de la derecha”. Cuando una persona no es capaz de al menos
mostrar respeto por el dolor ajeno, por
los padres y familiares que supieron que a su hijo, que acababa de salir de su
colegio, que ni siquiera estaba en medio de una manifestación, fue ajusticiado
cobardemente delante de sus compañeros y vecinos, pidiendo clemencia, ésta
persona no es digna de ser presidente de Venezuela. La obsesión de poder y la siembra de odio para retenerlo, el desconocimiento no sólo del disidente, sino
de todos los venezolanos que no piensan como él, pareciera que no le dejan
espacio en su corazón para la sensibilidad de conmoverse ante el dolor ajeno.
Este presidente no se leyó nunca
“los hijos infinitos de Andrés Eloy Blanco”.
Por eso no le importa vincular a una “secta de la derecha” a un niño de
14 años, así como tampoco le han
importado las muertes de los otros 5 jóvenes que fueron asesinados la última
semana, con tiros en la cabeza, ni los que fallecieron el año pasado asesinados
por organismos de seguridad del Estado, como Geraldine Moreno o Bassil da
Costa. Yo quiero que aquellos que
todavia defienden este proyecto de poder totalitario me digan si un gobierno
que aprueba una resolución que permite
el uso de armas mortales en manifestaciones públicas y no se inmuta cuando organismos de seguridad
matan y torturan a nuestros jóvenes, son dignos de llevar las riendas de la
nación. Los hijos infinitos de tan sólo
14 años de edad no tienen colores políticos, y si los tuvieran, la Constitución
Nacional les garantiza el ejercicio de sus derechos. Aquí, el único que le ha llenado el corazón de odio a unos
pocos que ahora actúan de forma violenta contra la población civil, contra sus
propios compatriotas, es el gobierno nacional. El que siembra odio, cosecha
tempestades. Y el 85 % de los venezolanos no queremos esa cosecha.
A Kluiverth Roa: “Cuando se tiene un hijo, se tienen tantos
niños
que la calle se llena
y la plaza y el puente
y el mercado y la iglesia
y es nuestro cualquier niño
cuando cruza la calle
y el coche lo atropella
y cuando se asoma al balcón
y cuando se arrima a la alberca;
y cuando un niño grita, no
sabemos
si lo nuestro es el grito o es el
niño,
y si le sangran y se queja,
por el momento no sabríamos
si el ¡ay! es suyo o si la sangre
es nuestra.
Que Dios te tenga en su gloria,
hijo…
Por: Tamara Suju Roa @TAMARA_SUJU
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