(A nuestra juventud heroica)
Cuando sucedieron los
acontecimientos de principios de año, me convencí a mi mismo que el proceso
sería irreversible. Sentí la calle como nunca antes, el pavimento sacó brazos y
atrapó a nuestro país con su fuerza. Miles y miles de jóvenes suspendieron su
juventud para conectarse con la tragedia de una nación que va olvidando lo que
significa la libertad.
El valor, la dignidad, el
optimismo fueron valores protagónicos, sembrándose en cada rincón de Venezuela.
En los eternos dieciséis años que lleva el apocalipsis chavista, nunca se había
presenciado un nivel de arrojo y valentía semejante. Aquí las premisas de la
lucha dejaron de sustentarse en asuntos coyunturales, gremiales, partidistas...
para concentrarse en el sentimiento que mueve a la historia universal: el
impulso de vida que lucha por su futuro.
La juventud venezolana asomó el
rostro para mostrarnos facciones curtidas en una época de privaciones, de
traiciones y desesperanza; un rostro demasiado sabio para ser portado por
cuerpos primaverales; pero allí estaban, firmes, ejemplares, decididos a
entregar la vida por sus ideales, por el sueño de libertad.
Nada fue más inspirador que esos
meses, porque siempre es motivo de alegría que salga el sol cuando se tiene una
eternidad padeciendo las penumbras. Y esos muchachos irradiaron la luz y el
calor de nuestra estrella orbital, porque bastaba acercarse a ellos para
impregnarse de energía vital, colmándonos de esperanza. Tanto fue su
influencia, que muchos de nosotros volvimos a apostarlo todo a Venezuela,
porque se hizo palpable que una juventud de ese calibre es una garantía fiel
que hace que la historia no termine, instando a tomar la pluma para escribir
las páginas en blanco de nuestro porvenir nacional.
Porvenir que luce para los
tiranos y sus cómplices como un libro insoportable, prohibido, que debe
quemarse contra viento y marea. Los tanques, fusiles, bombas y escudos no se
hicieron esperar, tampoco las estrategias para borrar sutilmente las pocas
letras genuinas que comenzaban a leerse.
La tinta que se escogió para
tacharlo todo fue roja, y para hacerlo lo más cruel que un régimen como este
puede concebir, el rojo fue sangre, la savia que corría por las venas de
nuestros héroes imberbes, esos maestros que nos enseñaron con sus sacrificios
que la lucha es algo serio, que las tiranías se confrontan con los más sagrado,
porque es lo más preciado lo que está en riesgo de perderse.
Cuando el rojo tiñó las calles
con el DNA de nuestra juventud, y las lágrimas de sus deudos taparon las
cañerías, las botas salpicadas de carne y sangre se acuartelaron, para darle
paso a los borradores sutiles de nuestro destino, los asistentes escultóricos
de este infierno. Se trata del universo político y mediático que se ha empeñado
en imponer su cuento de ilusiones dentro de la más cruda de las realidades. Son
estos personajes los artistas de lo "ecuánime", narradores fantásticos
de pretensiones mágicas, que además son
escultores, porque tercamente insisten en amasar el estiércol dictatorial para
darle forma democrática.
Y así pasaron los meses. Entre
diálogos, asambleas y viajes, shows y más shows, los brazos de la calle fueron
encadenados y la retórica de la mentira clavó su mágico cincel en el nuevo
mundo de la esperanza, con un plan perversamente cruel: convertir a nuestros
jóvenes guerreros en malandrines encapuchados; y su gesta heroica en un vulgar
atajo alocado de cuatro gatos conspiradores.
Mucho esfuerzo y dinero se
invirtió en este viejo truco. Activaron
su radar y cambiaron máscaras, esta vez buscando imprimirle la palabra
"barrio" al nuevo capítulo de su cuento. Afinaron el cincel convertido en pluma, y rescataron
a los sospechosos habituales, sus personajes favoritos de la política, el
periodismo, los gremios, la farándula y el espectáculo, para hacer que su
historia fantástica fuera leída por todos.
Y así sutilmente primero, cínicamente después, el libro de la realidad fue encerrado, y con
candado, en el cuarto más oscuro de la consciencia. El régimen y sus botas podían descansar en
paz porque sus asistentes camuflados hicieron el trabajo completo, mejor que
cualquier maestro.
Los rostros de nuestros muchachos
sacrificados se volvieron extraños; sus ojos y sonrisas, inmortalizados en
fotos que rompen corazones, incomodaban
cada día más, y tenían que borrarse, como sea, pero la orden era borrarlos.
Y nada borra mejor la verdad que
una mentira repetida infinitas veces.
Por eso el infame carrusel electoral comenzó a dar vueltas otra vez, y
su música se puso al máximo nivel. El parque de la fantasía no solo se
escribía, tenía que verse como auténtico, y así el cuento escapó del libro para
volverse realidad, una pretensión de normalidad que se coló por todas las
alcantarillas, hasta explotarlas con su presión terca, una compulsión atávica
que "sisíficamente" materializa la tesis del eterno retorno.
Los personajes del cuento se
vuelven a encaramar en sus palestras y agudizan sus sentidos para que no se les
escape nada. La historia no se escribe en piedras porque se manipula a
voluntad, y eso lo tienen como premisa inolvidable los escritores de este
cuento fantástico, que persiguen con su insistencia irritar nuestros ojos hasta
volvernos ciegos.
Ayer lo vimos representado en una
metáfora maldita. Se organizó un
festival para rendirle honor a la lectura, y nada más enaltecedor que la
celebración de la cultura y el ingenio.
Durante una semana la plaza de la Libertad - que es como merecidamente
se bautizó a la de Altamira - se vistió de literatura, para recordarnos que el
libro es un artículo de primera necesidad, aún en los tiempos más duros.
Pese unas ventas acordes con las
crisis, el evento respiraba saludablemente y qué bien que así fue. Pero
acercándose el ocaso de la feria, de la alcantarilla que esconde a los
escultores mágicos se escaparon unos duendes, con la tarea de cerrar el evento
con un acto final que lo cubriera todo con las páginas de su cuento.
Y convocaron para el espectáculo
a lo mejor de sus dos mundos: las botas ensangrentadas del régimen salieron de
los cuarteles para hacer presencia; en perfecta sintonía con sus extensiones
light, asistentes sutiles que tan servilmente les acompañan en su misión
dictatorial, los alquimistas del estiércol.
La excusa que consiguieron para
esta aparición repentina fue una manifestación pacífica de las voces que hablan
el idioma de los héroes. Sucedió
entonces la repetición en segundos de una triste historia de traición.
Como feria al fin que era, se
logró representar como si se tratara de un parque temático los acontecimientos
vividos durante el año en curso. Para el
éxito de su misión, aprovecharon que un grupo de jóvenes se acercó a la plaza
para honrar la memoria de los rostros que estos cuentistas desean que
olvidemos. Se trataba de muchachos
sanos, portando banderas y símbolos de libertad, dignos representantes de esa
juventud que nos regresó la esperanza.
El régimen tiránico y sus colaboradores
(entre ellos los tontos útiles que nada ganan) no podían despreciar el momento
para encerrarlo en el cuarto oscuro, allí donde la verdad se esconde con
candado, y mantener la escena controlada con las letras hegemónicas de su
cuento.
Ordenaron desalojo de la plaza, y
activaron sus matrices de opinión, dándole vueltas a la rueda de su eterno
retorno. La alquimia infernal, esa magia
escultórica transformada en narrativa cuentística, inundó las redes sociales
con sus trilladas historias tergiversadas, usando para ello a sus protagonistas
estelares, a los mejores vendedores de sus cuentos de camino, las sirenas
mágicas que cantan democracia en los mares dictatoriales.
Y así volvieron a
"encapuchar" a los héroes, insistiendo que sus rostros de dignos
guerreros libertarios pertenecen a malandrines descerebrados. Cerraron el festival de lectura con su cuento
fantástico, porque hasta el mejor homenaje a la inmortalidad de los sacrificios
juveniles tenía que ser convertido por ellos en una mentira, un capítulo más en
su cuento de camino.
Pero tapar el sol con un dedo es
siempre un ejercicio fútil. Y como dijimos, nuestros jóvenes libertarios
irradian luz y transmiten calor. Venezuela está golpeada, muy herida. Gracias a
estos muchachos, ayer la calle asomó otra vez sus manos, como si los brazos
estuvieran otra vez a punto de salir y hacer mutar al pavimento.
Nuestros jóvenes han entregado la
vida en esta lucha, y ese es el único libro que al final se leerá; por eso
estamos agradecidos, y nos sentimos comprometidos. No habrá cuento que borre
estas letras, que sí se sellarán en piedra.
Ahora toca ponerle el título a la
obra y este libro tendrá que llamarse Libertad... porque nada menos merecen los
héroes de nuestra historia venezolana.
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