Terminó con éxito la cuarentena
para el grupo de 43 personas que tuvo contacto en Dallas con Thomas Eric
Duncan, el primer paciente fallecido por ébola en Estados Unidos. Duncan
procedía de Liberia y había viajado a Norteamérica para casarse con la madre de
su hijo, a quien conoció dos décadas atrás en un campo de refugiados de Costa
de Marfil.
También Teresa Romero, la
enfermera española infectada, superó la enfermedad tras dar negativo en los análisis
realizados tras su convalecencia, al
igual que cuatro trabajadores humanitarios estadounidenses infectados en África
occidental. Se sabe que incluso ahí, no todo el mundo muere.
El doctor Joseph McCormick, quien
ha venido trabajando en el virus desde el primer brote de ébola en 1976,
sostuvo que “simplemente apoya lo que la mayoría de los que sabemos algo acerca
de la enfermedad hemos estado diciendo todo el tiempo: que el virus no se
propaga tan fácilmente”.
No está claro por qué el ébola
tiene un desarrollo que varía en diferentes pacientes, pero sí que la rapidez
con la que aparecen los síntomas depende en parte de la cantidad de virus a la
que el paciente se expuso inicialmente, según explicó McCormick. La
Organización Mundial de la Salud ha dejado claro que hay mucho más virus en la
sangre, el vómito y las heces del contagiado que en otros fluidos corporales.
El virus demora en incubar 21
días, hasta que aparecen los síntomas del padecimiento y la persona se
convierte en un potencial portador de ébola en sus fluidos corporales, como una
herida en la piel o las mucosas de los ojos o la nariz. Una vez dentro del
cuerpo, el virus se establece al atacar la primera línea de defensa del sistema
inmunológico, esencialmente al desactivar sus alarmas. La infección se
reproduce rápidamente, minando múltiples tipos de células antes de que el
sistema inmunológico reconozca la amenaza y comience a combatirla. Sólo después
de que el virus se ha expandido (es decir: después de que se “produce”
suficiente cantidad de virus) los síntomas aparecen, empezando con fiebre,
dolor muscular, de cabeza y de garganta. Sólo entonces el portador puede
contagiar a otros.
No existe un tratamiento
específico para el ébola, pero los especialistas sostienen que la atención de
apoyo básica (hidratación, suministro de nutrientes por vía intravenosa y
mantener la presión arterial) es crucial para darle tiempo al cuerpo de combatirlo.
El vómito y la diarrea abundantes
pueden causar deshidratación. Peor aún, en los casos más graves, los vasos
sanguíneos de los pacientes comienzan a tener fugas, causando que la presión
arterial baje a niveles peligrosos y que el líquido se acumule en los pulmones.
Afirmó el doctor McCormick que “la clave parece estar en mantener el equilibrio
del paciente en términos de alta presión arterial y suministro de líquidos,
evitando que sufra de edema pulmonar”. La muerte generalmente se debe a un
estado de choque y a fallas de los órganos vitales.
“Dependemos de las defensas del
cuerpo para controlar el ébola”, dijo el doctor Bruce Ribner, director de la
Unidad de Enfermedades Infecciosas del Hospital de la Universidad Emory de
Atlanta, quien trató con éxito a tres pacientes con ébola y ahora atiende a una
de las enfermeras infectadas por el paciente Duncan en Dallas. “Solo tenemos
que mantener al paciente con vida el tiempo suficiente para que el cuerpo
controle la infección”, explicó.
Sobre los tratamientos
experimentales, los médicos de Emory y del Centro Médico de Nebraska, quienes
trataron con éxito a otro paciente y ahora atienden a un camarógrafo que se
contagió en África occidental, dicen que no hay manera de saber si estos
tratamientos realmente ayudan. Las opciones incluyen una transfusión de plasma
donada por sobrevivientes de ébola, los cuales tienen en su sangre anticuerpos
capaces de luchar contra el virus, o un puñado de medicamentos experimentales
que a la fecha resultan muy escasos.
Por #MonitorProDaVinci, 23 de
octubre 2014
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