DIAS SIN PAN

Según el refrán, cuando algo dura demasiado tiempo “es más largo que un día sin pan”. Este adagio nos produce a los venezolanos un escozor particular, ante todo literalmente, porque la escasez de harina de trigo ha obligado a muchas familias a tener que prescindir del pan (o a calarse enormes colas en las horas en que las panaderías anuncian que lo podrán ofrecer), lo que para no pocas personas agrava sus penurias porque un trozo de pan con algún relleno era el recurso para engañar al hambre cuando no se puede comer completo;
la desazón por la vigencia del dicho también está asociada con este último comentario sobre el pan, ya que su interpretación más exacta es que “un día sin comer se hace interminable” y eso está ocurriendo a una porción cada vez más dolorosamente grande de nuestra población, a quien no le alcanzan los ingresos ganados con el sudor de su trabajo porque la inflación reduce su poder adquisitivo y hace que cada vez sea más difícil poder adquirir los bienes esenciales para la vida; lo anterior se agrava y hace los días más largos por otra tragedia nacional como es el desabastecimiento, la cruda y cochina realidad de que no hay en los mercados esos bienes básicos.
Las mentiras y mezquindades de nuestra kakistocracia (gobierno de los más ineptos, con los planes más incapaces) tratan de excusar la tragedia humanitaria que han creado exagerando los problemas sociales durante los años de la República Civil; es bien cierto que habían problemas y que una porción de la población no alcanzaba a satisfacer sus necesidades básicas, pero había de todo en los anaqueles y tanto la dinámica económica como las políticas sociales de sus gobiernos ofrecían oportunidades de progreso para la gente, sin tener que someterse a la humillantes dádivas (realmente limosnas) del actual régimen. Sobre esto último, un ex-Embajador de un país asiático me confesó en privado, “Profesor, yo no he logrado entender a los venezolanos, en mi país preferiríamos morir antes que someternos a la humillante dependencia del gobierno”. La exageración de esos problemas les ha llevado a regar afirmaciones tan falsas como que “la gente tenía que comer perrarina", lo cual ya comenté recientemente destacando la mentecatez que ello implica, porque ese alimento para perros era considerablemente más caro que el arroz, la pasta o las sardinas, por citar unas pocas opciones más humanas. Pero hoy ¿qué opciones accesibles tienen los más pobres cuando no se consigue ni pan, ni arroz, ni pasta, ni perrarina y las sardinas están tan caras?
El primero de junio de 1952 en España se suprimieron las cartillas de racionamiento, impuestas tras la espantosa y cruenta guerra civil que asoló a ese país hasta 1939, originada en el fanatismo de la intolerancia “socialista” (veámonos en ese espejo). Esas cartillas tenían como objeto tratar de asegurar el acceso de la población a los bienes básicos pero, a diferencia de la aplicada en Cuba y la de facto aplicada en nuestra Venezuela (sofisticada por la tecnología de las captahuellas), en estos dos casos el desabastecimiento es producto de la deliberada e insensata destrucción de la base productiva a la que condujo el dogmatismo socialista, mientras que en la Madre Patria esa destrucción vino primero, como consecuencia de la guerra, y la cartilla coexistió con la reconstrucción de la base productiva española, hasta que la iniciativa privada estuvo en capacidad de proveer los bienes básicos sin mayores restricciones.

Los días de los venezolanos sin pan son largos y, tristemente, serán mucho más largos porque la kakistocracia se niega a reconocer los padecimientos de la población y, por ende, a corregir; he oído a muchos optimistas afirmar que “hemos tocado fondo”, lo cual ratifica aquello de que “un optimista no es más que un pesimista mal informado” porque ahora es cuando hay hueco hacia abajo para caer mucho más profundo. Recuperaremos el optimismo, con fundamentos reales, cuando revoquemos y tengamos en el Gobierno a dirigentes capaces de generar confianza y de reconstruir nuestra base productiva, entonces los días serán mejores y ¡tendremos pan!… ¡Cosas veredes, Sancho!

Por: Arlan Narvaez.

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