¿Llevamos los venezolanos una
vida normal? No andamos crucificando herejes ni decapitando rehenes como los
yihadistas del Estado Islámico, pero una visita a la morgue de Bello Monte un
fin de semana cualquiera tampoco nos da la imagen de sana paz en la que, por
ejemplo, vive un ciudadano de, digamos, Zúrich o Madrid. No es necesario hablar
de las tan citadas cifras de homicidio ni de los desconcertantes cambios
cualitativos en las maneras del crimen, esos tiros en la cara, esos
descuartizamientos pocas veces vistos en la olvidada Venezuela democrática.
Vamos a detenernos solamente en una repetición cotidiana menos evidente, menos
alarmante, en el doble mensaje que caracteriza al discurso público. Aparece
Maduro en televisión y, gesticulando con vehemencia, mirando con odio hacia la
cámara izquierda, promete exterminar a los fascistas de la oposición. Se voltea
hacia la cámara derecha y anuncia una nueva cruzada de amor y paz. Tal
disociación hubiera podido ser despachada como un simple ejercicio de
caradurismo político si no fuera porque numerosos estudios de psicología
anormal han demostrado que mucho más contaminante que los hechos traumáticos,
más pernicioso que las carencias o las experiencias dolorosas, es el doble
mensaje de las personas importantes. El doble vínculo es el disparador de las
más hondas patologías.
El cinismo imperante en el
discurso de la revolución tiene como principal propósito la destrucción de la
capacidad de juicio de la población. Busca moldear ciudadanos incapaces de
discernir entre la realidad y la fantasía, el bien y el mal, la verdad y la
mentira. Diosdado, esa epifanía subtropical de Mefistófeles, esa
personificación del poder desencarnado, se siente amenazado. José Odremán, el
escudo de la revolución, es, también, el cuerpo inerte de un delincuente
acribillado. Todo es posible. Y donde todo es posible, sin límites que
contengan, aparece el desalmado. La deificación y exaltación del comandante
eterno, la invocación de lo mágico, la polarización, el cinismo, son mecanismos
para conformar seres diminutos, sin criterios racionales, inseguros, que puedan
ser manejados en zonas de indiferencia. Mientras más se nos debilita como
individuos, más se activa el inconsciente colectivo. Estamos ante una epidemia
de destrucción y maldad. Y es que la Sombra anda suelta en Venezuela por lo que
solo un cambio de sistema podrá atajar la locura colectiva desatada por los
aprendices de brujos.
AXEL CAPRILES
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