El cierre del año alcanza la
cifra histórica de 90 asesinatos por cada 100.000 habitantes. Venezuela es uno
de los países de mayor violencia en el mundo. Las imágenes revelan la colusión
oficial con delincuentes – les llaman “pranes” – quienes desde las cárceles controlan puertas
afuera los secuestros y el narcotráfico, y poseen armas de gran calibre.
Jóvenes igualmente, quienes se inician en la criminalidad a los 10 y los 11 años,
se esparcen como moscas por toda la geografía metropolitana de Venezuela. Al
llegar a los 20 años confiesan, confundidos, haber ejecutado 6 o 10 asesinatos.
Luchan para sobrevivir en espera de sus muertes, ocupados en el negocio al
detal de las drogas.
A la par, el presidente del
Seguro Social habla de 4.000 pacientes con el virus del Zika y lo grave no es
eso. No hay inmoglobulina para tratar la epidemia y no hay dólares para
importarla. Así de simple.
En los hospitales públicos y
privados escasean los insumos médicos más elementales, como el suero y según lo
indican los conocedores del área, solventar dichas necesidades exige disponer
del 26% de las reservas internacionales que le quedan a la nación, apenas
15.577 millones de dólares; un monto inferior a lo que debe pagar la república por
concepto de deudas, sólo hasta finales del año que corre. Y hablamos de oro,
pues el dinero en efectivo no suma los 1.000 millones.
Y si se trata de los alimentos de
la población, los anaqueles de los mercados están vacíos. Lo esencial no llega
o se agota entre puñetazos que se dan los viandantes. Y la cuestión es que el
desabastecimiento, para superarse, requiere disponer del 10% del ingreso anual
petrolero, es decir, unos 3.500 millones de dólares, si cada barril se calcula
a 40 dólares. Empero, el precio ronda los 25,27 dólares y sigue en caída. Y
para colmo, Venezuela, ícono de la riqueza y con las mayores reservas de oro
negro en el Occidente, a partir de ahora, decide importar petróleo desde los
Estados Unidos. Revierte, en medio de su quiebra, el flujo que durante 100 años
la transforma en exportadora hacia el mismo destino.
Desde hace varios años, la
estatal petrolera se torna en importadora neta de gasolina – 3,3 millones de
litros diarios – que antes produce, hasta llegado el tsunami de la revolución
con su latrocinio a cuestas.
Hablar de emergencia humanitaria
es, entonces, constatar lo elemental, lo que viven los venezolanos al margen de
los dimes y diretes entre el gobierno y la oposición democrática hoy sentada en
la Asamblea Nacional.
Paliar la circunstancia parece
ser lo inmediato. Requiere de medidas de política económica que únicamente
puede poner en práctica el gobierno de Nicolás Maduro. Le han sido
recomendadas, punto por punto, por el parlamento, al que no le basta un inútil
decreto de emergencia. Pero aquél no reconoce al foro de la soberanía popular y
reincide, junto a su ministro de finanzas, en su tesis de afirmar la cultura
del racionamiento hasta el extremo, bajo la guía del único modelo que comprende
y digiere, el cubano.
Lo cierto es que Cuba asume su
fatalidad después de acostumbrarse a la nada, a la muerte en vida de sus
habitantes, bajo la opresión oficial. Y viene de regreso, pasado medio siglo.
Los venezolanos, antes bien, no
dejan de cultivar el consumo – exacerbado por el modelo de capitalismo salvaje
impuesto por Hugo Chávez Frías para afirmar su liderazgo populista – y luchan
por su bienestar, aun cuando algunos hagan ejercicios retóricos marxistas en
los cafetines. Todos siguen apostando a la paz, en la inopia. No por azar
acuden en masa, doblándole la mano a la abstención, a las urnas electorales
esperando darle un giro radical al curso desgraciado reciente.
Maduro, entre tanto, sigue
plantado en treinta y tres a lo Martin Fierro, pero sin trabajar ni hacer
mérito para ello. Y el tiempo y la paciencia del pueblo se agotan.
Las nubes anuncian tormentas. Se
ennegrecen al ritmo que crecen la hiperinflación desatada y la escasez de lo
más elemental. Falta el jabón para bañarse y la ministro de salud se queja de
la manía ciudadana de asearse cotidianamente. Pronto, por lo visto, tampoco
hará falta, pues la electricidad y el agua están siendo racionadas en medio de
alarmas repetidas.
La cuestión es que la abulia y la
omisión dominan en el Palacio de Miraflores. Sus ocupantes tiemblan de terror.
El desespero por conservar el poder les paraliza y enajena. Y la retórica, esa
sí, se les vuelve baratija que los atapuza. Entre tanto, los recién alejados
del poder, vituperados por sus malas costumbres, calculan el momento. Imaginan
el fin. Ensalivan sus fauces.
Plauto, a quien populariza Thomas
Hobbes, si falta el reparo de nuevo cantaría: “Lobo es el hombre para el
hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”.
Por: Asdrúbal Aguiar
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