Hace unos días, la diputada
Meléndez dijo lo siguiente: “Nunca hemos mentido de que existe una crisis por eso el gobierno trabaja para solucionar” (sic).
Se refería a la situación de la salud en el país. Carmen Meléndez, antes de ser
parlamentaria, se desempeñó como ministra de la Defensa, fue ministra de
Relaciones Interiores y, además, hasta el año pasado, estuvo a cargo del
ministerio del Despacho de la Presidencia y Seguimiento de la Gestión de
Gobierno. Durante todo ese tiempo, Carmen Meléndez nunca denunció ninguna
crisis.
Tampoco reaccionó públicamente cuando Mario Isea aseguró que en
Venezuela había “suficientes medicamentos”. Ni salió a la calle, a acompañar
las protestas de los médicos y pacientes de los hospitales públicos. No se ha
solidarizado con aquellos que viven persiguiendo farmacias. Ni ha publicado en
las redes sociales el ay de alguien que necesita urgentemente Eutirox o
Zanidip. Todo lo contrario. La cuenta de Twitter de Carmen Meléndez se llama
“@gestionperfecta”.
“No es ético, no es cristiano,
hacer política con el dolor ajeno”, dijo la diputada y tantas veces ex
ministra. ¿Qué se supone, entonces, que haga un político con las tragedias de
la gente, con el sufrimiento de los ciudadanos? ¿Guardar silencio? ¿Qué es lo
ético? ¿Callarse? ¿No decir nada frente a las noticias sobre la precariedad y desabastecimiento
de la medicina pública? ¿Ocultar o silenciar las denuncias sobre remedios
vencidos y sobreprecios en la compra e importación de fármacos que ha hecho el
Estado? ¿Qué es lo cristiano? ¿Cerrar la boca? ¿Mirar hacia otro lado mientras
los mercaderes se hacen millonarios con la salud del pueblo?
No hay ideología en una sala de
emergencias. Un bisturí no es vocacionalmente leninista. Una tableta de
acetaminofén no es genéticamente de derecha. La cháchara oficialista se
deshilacha frente a la catástrofe. ¿Cuántas jeringas se pueden comprar con los
más de 20.000 millones de dólares que tienen las empresas fantasmas que el
gobierno protege? ¿Cuántos enfermos podrían salvarse con los 300.000 millones
de dólares que –según denuncia de los ex ministros Navarro y Giordani– se
“desaparecieron” en estos años? Cada vez que, por falta de insumos o de equipo
médico, muere un venezolano en algún centro de salud, la revolución bolivariana
se convierte en una experiencia criminal.
Porque, lamentablemente, la enfermedad
del país es la secuela de la enfermedad del poder que nos gobierna. Esta casta,
soberbia y autoritaria, empeñada en ser eterna, incapaz de leer la realidad.
Esta oligarquía que defiende su capital y sus empresas en contra del pueblo,
que protege a Derwick mientras apaga a la mayoría de los venezolanos. Esta
nueva clase con pretensiones hegemónicas que ha aprendido a mentir sin pudor,
que todavía tiene el descaro de decirnos que 2016 es “el año del renacimiento
de la patria”. Luego dirán que fue un error, una conspiración mediática, que no
dijeron renacimiento sino racionamiento. Que nunca nos han mentido. Que solo
trabajan para salvarnos.
La salud también está en el
lenguaje. Todo lo han contagiado. Ya incluso sus palabras están enfermas.
Por: Alberto Barrera Tyszka
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