Lo que hizo Chávez y sigue
haciendo Maduro quedará como una de las grandes infamias políticas de este
siglo en Latinoamérica.
Entre los dos han hecho lo peor
que puede hacer un gobernante: aferrarse al poder enfrentando a la sociedad
civil. Ustedes malos contra nosotros los buenos, ustedes élites explotadoras
contra nosotros el pueblo puro, ustedes extranjeros genocidas de indios contra
nosotros patriotas auténticos, ustedes casta corrupta contra nosotros pobres
trabajadores. Todas estas son clasificaciones arbitrarias que buscan forjar, a
través de las bajas pasiones, un rebaño para que se sienta autorizado a
despreciar al otro.
El populismo, tan reivindicado últimamente, recoge la
legítima indignación de sectores sociales que se sienten mal tratados por sus
gobernantes, y la transforma en una burda caricatura en la que un puñado de
elegidos, libre de todo vicio, emprende una cruzada para remediar todo mal. El
perverso resultado de esta estrategia política se puede ver en Venezuela, un
país donde el opositor, convertido en enemigo del pueblo o en agente de una
conspiración extranjera, pierde sus garantías jurídicas.
Aquí ya no se trata de izquierdas
o derechas; el populismo es volátil y con tal de recabar insatisfechos dirige
su dedo acusador hacia los banqueros o los inmigrantes. No le interesa crear
una ciudadanía de individuos iguales, ni entender que no es la élite, la
oligarquía o la casta la que maltrata a los ciudadanos, sino quien puede. Es
decir, quien accede al poder, sea rico, pobre, mestizo, blanco o indígena, y no
encuentra contrapesos ni sistemas de control que limiten su voluntad. La
solución de los problemas no pasa por reemplazar a los malos por los buenos.
Pasa por controlar el poder de quien lo obtiene para que no se apoderare de las
instituciones. El voto popular es sólo uno de los elementos de la democracia.
Las urnas llenas no expiden certificados de idoneidad democrática. El demócrata
no es el que llega a un cargo público sino el que entiende que se tiene que ir;
el que sabe que el puesto no le pertenece y entiende que debe gobernar para
toda la población. También, desde luego, quien advierte que la política, aunque
puede hacer muchas cosas, jamás logrará reemplazar a la iniciativa ciudadana.
Ahora en Venezuela estuvo Felipe
González, uno de los símbolos del socialismo europeo, asesorando la defensa de
Leopoldo López, Antonio Ledezma y Daniel Ceballos, opositores que han sido
encarcelados arbitrariamente. Human Rights Watch también se manifestó en contra
de los abusos cometidos, e incluso le pidió al papa Francisco que aprovechara
la reunión que tenía programada con Maduro para tocar el tema. Maduro canceló
ese encuentro por razones obvias: cuando el Vaticano eligió a Bergoglio como
reemplazo de Benedicto XVI, afirmó que Chávez, recién fallecido, había
intercedido ante Dios para que el nuevo papa fuera un sudamericano. Ahora ese
papa sudamericano parece dispuesto a jalarle las orejas.
Venezuela ha llegado a una
situación insostenible. El socialismo europeo lo ve, Human Rights Watch lo ve,
el papa lo ve. ¿Por qué entonces tantos se siguen haciendo los ciegos?
Por Carlos Granés En El
Espectador
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