Los tiempos de prisión de los
militares insurrectos en el cuartel San Carlos, o inclusive en Yare, fueron una
jornada de campamento de boy scouts al lado de las durísimas sentencias a las
cuales se condenó a Franklin Brito, hasta llevarlo a la muerte
Mucha gente aún con vida en
Venezuela recuerda con profunda nostalgia los tiempos de la proverbial
generosidad venezolana entre adversarios políticos. No fue inusual que en los
tiempos de intensa confrontación entre la guerrilla comunista y los gobiernos
de Betancourt y Leoni, destacados dirigentes comunistas en la clandestinidad
encontraran refugio en casas de adecos y copeyanos estrechamente vinculados al
gobierno.
En mi propia familia, mi hermano
Pedro Juan, destacado activista de la Juventud Comunista, cayó preso y fue duramente torturado en los
cuarteles de la policía en Cotiza. Por él intercedió, y le salvó la vida, un
alto oficial de la FAN encargado precisamente de perseguir a los guerrilleros
y, en general, a los alzados contra el gobierno.
Había algo de caballerosidad en
el combate político en Venezuela, una característica que inclusive se expresó
durante las dictaduras de Gómez y luego de Pérez Jiménez. Nuestro país nunca
llegó a los extremos de las dictaduras gorilas de Brasil y Argentina, donde se
llegó a exterminar a toda la familia de los perseguidos y a colocar en adopción
a los hijos de prisioneros.
Tal como se recoge con todo
detalle en un documento horrendo y aleccionador elaborado en Argentina por una
comisión presidida por el gran escritor Ernesto Sábato, "Nunca Más".
Esta tolerancia se extendió
inclusive a los alzados del 4 de febrero, con el Comandante Hugo Chávez a la
cabeza. Los tiempos de prisión de los militares insurrectos en el cuartel San
Carlos, o inclusive en Yare, fueron una jornada de campamento de boy scouts al
lado de las durísimas sentencias a las cuales se condenó a Franklin Brito,
hasta llevarlo a la muerte, a la jueza Afiuni, al general Baduel, y a Leopoldo
López, además por supuesto de cientos de estudiantes detenidos en condiciones
ultrajantes.
Esta lista de maltratos y
torturas a venezolanos no es exhaustiva. No incluye, por ejemplo, los ataques de bandas armadas a
manifestaciones opositoras, operando en conjunto con los cuerpos de seguridad,
ni las agresiones y vejaciones contra los trabajadores despedidos de PDVSA.
La deshumanización del adversario, su
conversión en un ser inferior y despreciable, tiene siniestros antecedentes en
la historia reciente de la humanidad. Probablemente el caso más conspicuo y
documentado sea el de los judíos bajo el nazismo, pero ejemplos como la
transformación en "cucarachas" de los tutsis durante el genocidio de
Rwanda, fue uno de los casos más horrendos de odio instigado con motivaciones
políticas. Uno podría pensar que nuestro país se encuentra lejos de todo eso,
pero el constante adoctrinamiento y el lenguaje del odio usado contra los
disidentes venezolanos, frecuentemente tildados de apátridas, fascistas y
basura, terminará, de hecho ya las tiene, por tener sus consecuencias en el
imaginario popular venezolano. Según esta prédica, cuando se agrede a un
"escuálido" quien lo agrede no es un delincuente sino un defensor de
la revolución.
La justificación que gente buena,
chavistas honestos encuentra para justificar la campaña del odio y la agresión
que destila de la oligarquía revolucionaria, no puede ser más cómplice e ilusa:
estos son excesos naturales en la construcción de tiempos mejores; ellos se los
buscaron por agredir a la revolución; son unos pocos, pero el proceso es más
importante que estas desviaciones.
Nadie podía imaginar que esto iba
a ocurrir; no podíamos estar peor que con adecos y copeyanos, son algunas de
las frases que se escuchan para defender lo indefendible. La verdad es que
estos interminables 15 años de epopeya chavista han transformado a la sociedad
venezolana en una comunidad cuasi anómica donde la cultura de la agresión, la
violencia y la degradación del adversario han ido ganando terreno.
Pero en un giro distinto del
mismo argumento, la revolución se ha ido tornando dura, cruel e insensible
frente a los sufrimientos del pueblo al que dice defender. El último episodio
lo constituye la responsabilidad de la acción del gobierno en provocar una
aguda crisis de suministro de alimentos, insumos varios y medicinas.
Debería resultar imposible no
conmoverse frente al sufrimiento de las madres de los niños con cáncer que
manifestaban su descontento en el hospital J. M. de los Ríos por la suspensión
del tratamiento de quimioterapia. En su lugar responden los responsables de la
salud pública que las cosas "no están tan mal"
Hay dólares, aparentemente en
cantidades ilimitadas, para la corrupción y el despilfarro, pero no para
comprar las medicinas por las que claman nuestros niños con leucemia. Si no
fueran quienes son, nuestros crueles gobernantes deberían releer el poema
"Los Hijos Infinitos" de Andrés Eloy Blanco, quien debe clamar desde
su morada eterna contra la insensibilidad de la oligarquía chavista.
La misma respuesta indolente y
cínica la reciben los ciudadanos que protestan por la violencia y los crímenes
de un hampa cada vez más protegida e impune. El escándalo de las así llamadas
"zonas de paz" en realidad zonas controladas por bandas que ejercen
el poder y el control que el Estado ha ido cediendo, e s de antología.
El último episodio lo
constituyeron los eventos de Maracay donde grupos ilegales, armados hasta los
dientes, atacaron las instalaciones del CICPC, una institución que cada vez se
muestra más maniatada frente a los asesinatos de policías a manos del hampa. O
nuestros profesores universitarios, cruelmente abandonados a su destino con
salarios de hambre.
En casi cualquier dirección que
uno mire se encuentra con la crueldad y la soberbia de quienes ejercen el poder
para crear miseria y pobreza para su propio pueblo. Todo ello poseídos de una
suerte de superioridad moral auto-conferida que les da derecho a actuar como
actúan, presumiblemente envestidos de la misión superior de traer el paraíso
revolucionario a nuestra sufrida y maltratada gente.
La historia nos enseña también
que con frecuencia ganan los malos. Todavía nuestros malos pueden ganar si no
terminan por converger el descontento con una política de resistencia ciudadana
que permita que al final esta gente que nos desgobierna salga por la puerta
democrática y constitucional por la que nunca debieron entrar.
Por: Vladimiro Mujica
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