¿BOLÍVAR FUERTE?

En enero de 1999, cuando el gobierno de Chávez asumió el poder, el dólar “paralelo” costaba Bs 573,86. Abrumado por los problemas y la inflación que desataron las políticas públicas en los años siguientes, el gobierno optó en enero del 2008 por quitarle tres ceros al bolívar. Se trató puramente de un maquillaje contable. No se adoptó ninguna otro mecanismo capaz de contribuir a fortalecer al ficticiamente llamado “Bolívar Fuerte”. El sucesor de aquel dólar paralelo es el dólar libre de hoy, que por costumbre se le sigue llamando dólar paralelo. Para la fecha en que escribo estas líneas el dólar libre o paralelo está en Bs 423,39. Eliminada la ficción de los tres ceros, en realidad estamos hablando de Bs 423.390,oo de los de antes por 1 dólar. En otras palabras, el dólar paralelo es 738 veces más caro que al asumir el gobierno.

En medio del demencial sistema de cambios diferencial que rige, los alimentos y las medicinas se siguen importando a un tipo de cambio de Bs 6,30 por dólar, otras importaciones menos prioritarias se pagan a 12 y que el Simadi está cerca de Bs 200. Pero la realidad es que pareciera que sólo el gobierno tiene acceso a ese dólar a 6,30 y que las otras dos tasas oficiales brillan por su ausencia, debido a que el gobierno de manera inexplicable carece de dólares suficientes para alimentarlos.
Así como el valor del petróleo venezolano utiliza como referencia el crudo Brent, a la hora de fijar el precio de muchos bienes en Venezuela, el valor de referencia es el dólar paralelo, es decir, el cuarto tipo de cambio del régimen diferencial. Ese el único dólar al cual tienen acceso los venezolanos -siempre y cuando puedan pagarlo- y por tanto es el que se utiliza para calcular el costo de reposición de los inventarios en el comercio.
Ahora bien, muchos sostienen que no es posible que el valor de este tipo de cambio paralelo lo fije una página WEB en la frontera. Eso no es del todo cierto . El verdadero responsable del valor de la moneda no es otro que el BCV al imprimir a diario ingentes cantidades de bolívares sin respaldo.
Ese mismo mecanismo perverso de financiar el déficit fiscal a través del Banco Central de Venezuela es el que ha llevado al país a padecer de la más alta inflación del mundo, lo cual a su vez contribuye fuertemente a propiciar la devaluación.
La autonomía de los bancos centrales tiene una razón de ser. Se ha demostrado hasta la saciedad que cuando las instituciones que emiten moneda se arrodillan frente a los gobiernos, terminan -de una u otra forma- imprimiendo dinero inorgánico para cubrir el déficit fiscal, desatando así una tragedia inflacionaria. Tal situación se torna tanto más grave cuando se trata de gobiernos populistas y dogmáticos que desprecian (o ignoran) hasta los más elementales fundamentos de la economía.
Los bolívares inorgánicos que imprime el BCV para cubrir el déficit fiscal (y el déficit en el flujo de caja de PDVSA y otras empresas del estado) inevitablemente se incorporan a la masa monetaria y generan demanda de bienes y servicios. Pero como hay una enorme escasez de esos bienes, el dinero sin respaldo que imprime el Banco Central -después de impactar severamente el nivel de los precios internos- se desvía a la compra de dólares paralelos y por lo tanto se crea un sistema vil que se retroalimenta y crece como una bola de nieve.
Y eso nos lleva a una pregunta: ¿cuánto vale en verdad un dólar?
La respuesta no es sencilla. No me voy a referir al valor del dólar implícito ni a ningún otro tecnicismo a los cuales somos propensos los economistas. Al igual que cualquier otro bien, el valor de un dólar es el que la gente esté dispuesta a pagar por él. “Lo demás es paja” como dijo Luis Vicente León.
En el fondo es un tema de confianza y de expectativas. Mientras menos confianza haya en el gobierno, más será lo que la gente estará dispuesta a pagar por el dólar. Si el gobierno no es capaz de controlar el déficit fiscal, ni dejar de imprimir dinero inorgánico, ni de dejar de endeudarse alocadamente, ni controlar la inflación, ni de estimular la economía del país, ni abandonar sus ruinosas prácticas populistas, ni controlar la corrupción, ni subsidiar a otros países, inevitablemente la gente estará dispuesta a pagar cada vez más por el dólar. Casi no hay límites.
Cada vez el gobierno radicaliza más sus errores. Algunos piensan que no son errores sino una estrategia.
Ninguna economía sensata del mundo recurre a sus bancos centrales para financiar el gasto público porque ese es un camino seguro al infierno inflacionario y la destrucción de la moneda. Pero, después de varias modificaciones de la ley respectiva, el BCV fue tomado por asalto y sus funciones ya no corresponden a las de un Banco Central. Hoy es un brazo más de la revolución, armado con la letal potestad de imprimir dinero inorgánico para financiar el déficit fiscal. El daño a la economía venezolana es abismal. ¡Qué desastre!


Por: José Toro Hardy.

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