LA CUMBRE Y NICOLÁS

El cupo en dólares y la pestilencia
Nada es normal en Venezuela. Padecemos una auténtica epidemia de demencia. Todos estamos locos. Tú, yo, aquel, aquella, todos. Incluso los que no tienen vela en nuestro entierro.
Chávez nos convirtió en la sociedad más escandalosamente disparatada y corrupta de todos los siglos.

Olemos mal, sí, los venezolanos apestamos y ni siquiera nos damos cuenta. El cupo en dólares nos ha hecho aún más apestosos. Los extranjeros que nos observan comprar desaforadamente en los automercados papel higiénico, detergente, jabón, champú y desodorante lo certifican.
Se preguntan: “¿Qué les pasará a nuestros hermanos venezolanos que desde la desaparición física de Chávez y el ascenso de su último amado Nicolás andan todo el día comprando productos para enjabonarse, limpiarse, perfumarse o desintoxicarse?”.
Yo tengo una explicación más real que mágica para el fenómeno.
La comparto.

La hediondez en el museo
Un tufo espantoso merodea las inmediaciones de El Calvario, pareciera provenir del otrora Museo Histórico Militar, ahora mausoleo de ese disparate embalsamado que es Hugo Chávez.
Los vecinos se quejan, comentan que la pestilencia se propaga y en ciertos momentos se hace más penetrante e insoportable. Esos momentos de intensidad y propagación coinciden con los momentos en que Nicolás Maduro dice o hace tonterías, es decir, a cada segundo, en todo momento, a cualquier instante: “Millones o millonas”; “libros o libras”; o el memorable “pío, pío” de Chávez -el pajarito parlanchín- fueron sin duda asfixiantes.
Imagínense ustedes lo que está sufriendo la pobre gente que vive o trabaja por el centro de Caracas. Imaginen los desdichados soldados que resguardan el sarcófago del embalsamado y que, según se sabe, uno a otro se han ido desvaneciendo sin explicación mientras completan su turno como guardianes del tufo supremo.
No exagero: muchos de los centinelas están recluidos en el psiquiátrico del hospital militar, lo único que piden es jabón y desodorante, urgen -como locos- que les permitan bañarse, enjabonarse, perfumarse, quitarse como sea ese olor irreductible que transpira -por contagio- cada uno de sus poros. Es triste, muy triste, según cuentan los enfermeros, ver a los soldaditos restregarse frenéticamente la piel, a veces hasta la llaga y la sangre, para remediar ese olor insoportable. Es imposible, en sus espíritus está ese tufo corrupto que no se cura ni se curará jamás.
Como los centinelas del tufo están todos los vecinos de El Calvario: viviendo el mal olor histórico; así está también toda Venezuela viviendo su propio calvario mientras compramos -como locos- productos de limpieza para liberarnos de la pestilencia chavista.
Estamos desabastecidos, no hay ni habrá suficiente desodorante.

Huele a azufre
¿Recuerdan aquella célebre ocasión en la que el embalsamado oficiaba su retórica más encendida desde el púlpito de la Organización de las Naciones Unidas y señalaba que a su alrededor olía a azufre?
¿Recuerdan?
“Huele a azufre”, dijo, y confieso que pensé: ¡A Chávez se le olvidó usar desodorante!
Muchos lo pensamos entonces y hoy lo confirmamos. Ya no existe ninguna duda. Ninguna. Este pandemonio de falta de higiene moral y física que sufre Venezuela tiene un origen ineludible: el chavismo, y no se erradicará ni curará, por más que nos restreguemos jabón o desodorante, incluso hasta la llaga o la sangre, mientras el hedor siga siendo guardado y velado en un ridículo mausoleo como laurel de nuestra propia podredumbre.
Por salud pública, por limpieza histórica, hay que arrancarlo de la montaña y darle religiosa sepultura, mientras no lo hagamos, mientras no soterremos esa pestilencia moral, el tufo se intensificará y proyectará sin remedio.
No hay papel higiénico, jabón o desodorante que lo cure. Créanme, no lo hay.
Es azufre puro y rudo, es el hedor del chavismo.

La Cumbre de las Américas y Nicolás
Antes comenté que por un hecho más real que mágico cada vez que Nicolás hace o dice una tontería, el tufo chavista se intensifica y propaga. Lo pervierte todo.
Lo corroboramos con su presencia en la histórica Cumbre de las Américas, momento crucial en el que el continente americano le da fin a la patética Guerra Fría.
Ese momento tan importante y tan urgido por toda América, al que hemos llegado muy tarde en comparación con Europa o Rusia, en el que Cuba y Estados Unidos se reconocen y dialogan, el incontenible olor de Nicolás lo ha apestado y enturbiado con sus tonterías.

Su presencia en la Cumbre ha sido un inconsolable desastre.
Desde el preámbulo inaudito en el que se puso a recoger firmas contra Obama, firmas que según dijo él mismo no servirán de nada y serán archivadas en otro mausoleo como memoria del papel higiénico que faltó en Venezuela en los tiempos chavistas; hasta la seguidilla de idioteces que han apestado el importante espíritu de la Cumbre: sus hordas violentas irrumpiendo en las calles panameñas y golpeando opositores; su cínica visita al barrio El Chorrillo, que recuerda la infame invasión estadounidense, pero olvida los miles de venezolanos que mueren en las calles por la apestosa ineptitud de Nicolás o los jóvenes que han sido asesinados con disparos en la cabeza por protestar contra su régimen; o la estúpida, estupídisima respuesta que le dio a un periodista cuando este le preguntó si no sería más fácil dejar de venderle -y regalarle- petróleo a los gringos en vez de acusarlos tan disparatadamente de cuanta cosa ocurre en Venezuela y respondió: “Paz y amor”; lo que ha hecho Nicolás Maduro en Panamá no solo huele a azufre, es azufre ambulante, corrosivo e intenso; es azufre puro y rudo, hiede a chavismo.
Ya Hispanoamérica y el mundo han constatado la pestilencia, ahora los venezolanos tenemos la obligación de enterrarla hondo, muy hondo, en el pozo séptico de nuestra historia.
El excepcional desempeño de Lilian Tintori y de Mitzy Capriles -nuestras embajadoras de la verdad- ha sido fundamental. Pero no pueden ser ellas solas las que asuman el reto, es un desafío nacional, tuyo y mío, que debemos asumir unidos para salir de la epidemia de demencia.
Lo estamos logrando, lo vamos a lograr. La conciencia crítica y la verdad son nuestros mejores productos de limpieza.
Piénsalo.

Por:  Gustavo Tovar-Arroyo

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