ENTRE LOS FASCISTAS Y LA LIBERTAD

La simulación democrática venezolana ha llegado a su final, según el diagnóstico realizado por 33 ex jefes de Estado y de Gobierno iberoamericanos el pasado 9 de abril, en su Declaración de Panamá.

No quiere decir ello que el comportamiento democrático de los venezolanos haya cesado. La tolerancia, la negociación, la resistencia y la protesta colectivas, siguen siendo expresiones cotidianas como estado de vida personal y del espíritu, en contrapartida a lo que fuera la democracia formal o meramente procedimental en el Occidente,  hasta finales del siglo XX, como forma de vida del Estado y régimen de sus gobiernos.

Se trata, antes bien, de advertir que en Venezuela la realidad política discurre sobre rieles distintos o binarios. Uno es el del gobierno de Nicolás Maduro y su logia de sanguijuelas del patrimonio público; otro el del país, sus víctimas, sus presos políticos, sus orfandades.

Para el primero, mal remedo de un régimen fascista, el eje constructor de su actividad y la perspectiva desde la que ve a Venezuela y nos ve a los venezolanos es el poder como dogma, y la mentira como fisiología. De allí que su única preocupación sea conquistar más poder, hacerse del mismo, imponerlo, conservarlo a costa de lo que sea, rebanando, incluso fraudulentamente, las posibilidades electorales de la libertad.

Los fines sociales del poder, dentro de tal narrativa, son secundarios. Los problemas de la gente son una cuestión a resolver en cada momento y de forma vicaria o instrumental al poder que se detenta y se busca acrecentar como única finalidad.

Para la gente común, sobre la base de sus padecimientos diarios, el riel de su construcción actual es la libertad y sus beneficios, no el poder por el poder mismo; sobre todo en Venezuela donde el poder, ahora y por lo pronto, de nada sirve para resolver lo cotidiano.

El común, así, se afana para encontrar formas de agenciar mediante el esfuerzo personal la satisfacción de sus necesidades, ponerse a resguardo del hampa oficial y la no oficial, acaso negociar aquí y allá con sus secuestradores gubernamentales para sostener algún momento de sobrevivencia y decidir mientras se puede, para respirar en paz, es decir, a la espera de recobrar la libertad y oxigenarla.

De modo que, si no es por instinto, esta vez por obra de la “realidad” el pueblo venezolano descubre – descubrimos – el valor primordial, inicial y final de los derechos humanos y sus libertades; convencidos como nunca antes de que el Estado debe servirlos, ser el instrumento de su realización y no su arbitrario dispensador, según su criterio y patologías, para afirmar su poder y nada más.

Se trata, por lo visto, de una disyuntiva agonal y presente. O los venezolanos sostenemos y defendemos la cosmovisión constitucional que nace en 1999 y sobrepone al Estado y al poder de sus invasores por encima de la persona humana y los derechos de los venezolanos, o avanzamos hacia otra narrativa colectiva que fije la primacía de la dignidad humana y sitúe a la libertad por encima de los “enchufados” y poderosos.

Esa disyuntiva – la preeminencia del poder y sus intereses coyunturales por sobre la democracia y sus valores, o viceversa – es la que explica que la VII Cumbre de las Américas no haya alcanzado consensos. Concluye sin Declaración de los mandatarios, mientras los ex presidentes iberoamericanos se avienen, sin reservas, en un amplio texto dedicado a Venezuela y sus falencias democráticas; recordando principios y valores fundantes que al verse violentados son, según ellos, la causa raizal de las ominosas consecuencias económicas, sociales y políticas que anegan a nuestra gente.

Algunos analistas, no obstante, diciéndose militantes de la democracia se desnudan mejor como cultores del positivismo venezolano de comienzos del siglo XX, propiciador del “cesarismo democrático”. Les preocupan los ataques dirigidos al régimen de Maduro y anclados en los principios y la moral democrática, menos si vienen desde afuera, pues según aquéllos fortalecen su poder.

Desde sus trincheras utilitarias luchan convencidos de que el pueblo lo que reclama y necesita es de otro padre bueno y fuerte, pero responsable. Un líder que lo cuide, amamante y tutele. Y creen a pie juntillas que Maduro y Hugo Chávez lo que son es incapaces – no fascistas – y nada capaces para estar a la altura de dicho desafío.


Afirman que parte de la revolución debe ser salvada y el primero apenas sustituido, procedimentalmente, por otro “gendarme necesario”, más capaz y sensible, modernizador. Subestiman la fuerza libertaria del pueblo y su derecho a la emancipación social y política. En fin, desdicen de la democracia profunda por “inútil” o la reducen a mero escenario de utilería. Más de lo mismo.

Por: Asdrúbal Aguiar

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