La amiga y exalumna M. M. P., que vino ayer a
visitarme para consultar acerca de su tesis de grado dejó olvidados unos
papeles, puede pasar por esta casa a recogerlos. Dicha Señorita nos perdonará
la indiscreción que cometemos al publicar algunas observaciones íntimas que en
dichos documentos hemos encontrado. ¡Perdón Chère Madmoiselle!
Viendo a Caracas se ve la
Venezuela empobrecida de ahora; la nación donde se pasa gran parte del tiempo
haciendo colas para adquirir víveres esenciales. De la antigua grandeza y
bonanza nos ha quedado solo el orgullo; tenemos la misma vanidad, el mismo
patriotismo reflexivo de los antiguos ciudadanos, aunque pude leer en las notas
que ahora no los hay como antiguamente: verdaderos caballeros, hombres de honor
y dignidad, sin zarcillos en las orejas y alimentados con carne de res sin
antibióticos ni hormonas femeninas, como mi abuelo Emeterio que peleó en la
guerra de Horacio; me atiborraba de anécdotas que no olvido.
Cuenta la cronista que un grande
de San Cristóbal que participaba en una jornada de coleo de toros cayósele un
reloj suizo Rolex de inestimable valor, y le dejó perder por no bajarse del
caballo a recogerlo o no ordenar que lo recogiesen, pues parecióle impropio de
un hombre en su puesto detenerse en tales frivolidades. Aún hay algunos de
estos, aunque la riqueza mal habida, el manguareo, los pantalones apretados,
como muchos de la MUD, han suavizado, mejor dicho: afeminado, el recio carácter
del venezolano cuyos antecesores fueron los libertadores de América. Por ello,
“esto” sigue.
Y ahora, de la villa coronada
podría decirse lo que de su cárcel dijo Cervantes: Caracas es población fea y
molesta. ¿Por qué?
Principia usted porque las calles
y avenidas están rotas, a pedazos, con hoyos donde el transeúnte y los automóviles
peligran a cada paso de caerse o de
accidentarse. Se vive atormentado por el ruido de las sirenas que transportan
heridos abaleados por la policía o la guardia nacional; se tropieza uno con la
madre que viene de la policía donde visitó su hijo estudiante en el calabozo
lúgubre, donde sufre torturas de todo tipo, bajas temperaturas, luces intensas
todo el tiempo, poca alimentación, insultos, acusaciones sin fundamento,
empujones, amenazas. Todo debido a que decidió unirse a las protestas estudiantiles
que reclaman justicia, liberación de los presos políticos que son muchos y no
solo los más representativos como pareciera creer Felipe González. O nos
confiesa el compañero de clases que su tía agoniza en el hospital Domingo
Luciani, en El Llanito, no hay como realizar diálisis.
Relata en sus papeles su
indignación porque a un compañero le prepararon un expediente acusándolo de
guarimbero y lo detuvieron unos policías vestidos de paisano, esto es,
enmascarados, se lo llevaron y no saben dónde está. Comenta cómo su vecina le
indicó que su sobrino es muy listo, pues “acumuló” cantidad considerable en el
paraíso fiscal Islas Vírgenes desviando fondos desde Pdvsa. Con quien se
encuentra es una queja permanente: se va luz, no hay agua, no hay vigilancia policial,
los hospitales en bancarrota, la gente muere de mengua, los asaltos, robos,
ahora las colas.
De modo, anotó, siguiendo las
clases, que existe un contraste muy pronunciado entre las teorías
constitucionalistas del rol del estado
en un país subdesarrollado como promotor del desarrollo y bienestar; al carrizo
Cesare Cosciani, la escuela francesa, Hans Kelsen y su sistema de normas para
regular la convivencia, la realización del hombre en libertad y progreso.
Concluyó que un estado
auspiciador de torturas, maltratos físicos y sicológicos, empobrecedor, omite
luchar por las reivindicaciones limítrofes, saquea el erario público, asesina
estudiantes, forja expedientes a quienes piensan distinto, considera
recalcitrantes, enemigos, a quienes resisten sus malvados designios, muertes
por falta de atención médica, es notoriamente delincuente.
Por: Pedro Conde Regardiz.
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