AL FILO DE LA PALABRA

Cierto que desde el gobierno la polarización ha ocasionado que quienes han estado identificados con este «proceso» ahora se perciban a sí mismos como en un camino sin retorno. Es algo en lo que debemos pensar. Somos un país diverso como nuestra geografía, pero se han hecho esfuerzos denodados por enfrentarnos y hay que reconocer que lo han conseguido

La situación por la que atraviesa el país ya tiene características de tragedia nacional. Lo sentimos al salir a la calle, al ir al mercado, al escuchar las angustias de nuestros seres más cercanos y las nuestras. El gobierno se empecina en conservar el poder sin procurar cambios fundamentales para bajar la presión y, muy por el contrario, acelera en dirección opuesta.
¿No se dan cuenta de que estamos en el lindero del precipicio? Tengo pocos amigos chavistas, pero los que me quedan forman parte de mis grandes afectos y ha sido una prueba de fuego mantener la amistad en medio de lo que ocurre. Sin embargo, en los últimos meses he visto su cambio de actitud, su desazón ante lo que enfrentamos.
Cierto que desde el gobierno la polarización ha ocasionado que quienes han estado identificados con este «proceso» ahora se perciban a sí mismos como en un camino sin retorno. Es algo en lo que debemos pensar. Somos un país diverso como nuestra geografía, pero se han hecho esfuerzos denodados por enfrentarnos y hay que reconocer que lo han conseguido.
Una de las urgentes tareas que tenemos cada uno es tratar de revertir, no importa lo que nos cueste, la falsa división impuesta desde el poder. Es un momento propicio para escuchar la voz de los poetas, porque la fractura desde el primer momento, como suele suceder siempre en estos regímenes políticos, comienza y se desarrolla en el alma del lenguaje.
Desde la llegada al poder de Hugo Chávez nos han querido convertir en una sociedad donde se impuso el grito destemplado, en lugar de la palabra. Nos acostumbramos no solo a escuchar un nuevo lenguaje, sino, peor todavía, a desvirtuar y confundir el significado de las palabras.
Así, en actitud por completo farisaica, se pide «dar el debate», en lugar de conversar, dialogar o, incluso, como dirían colombianos o mexicanos, esa palabra de connotación sosegada que es platicar. No el sosiego sino la lucha, la trinchera, el puño cerrado, el mazo dando, empuñar las banderas, atacar al enemigo (cuando se trata de tu hermano), la espada de Bolívar, dar la batalla, tomar las calles, exterminar, expropiar, borrar del mapa e, incluso, algunas de alcance sideral como volver polvo cósmico.
A escuálido, la administración Maduro quiso hacer un aporte con pelucón. Si algo hemos sufrido a lo largo de todos estos años es un discurso violento, enardecido, castigador, humillante. Se ha preferido privilegiar una lectura de la historia heroica, arraigada en las hazañas bélicas de los padres de la patria, en un momento histórico en el que deberíamos pensar más bien de cara al futuro.
A los que no creemos en este proyecto nos llaman apátridas y antibolivarianos y se nos convida con sorna a que abandonemos el país. Esta es la única «patria» que tenemos, a ella pertenecen nuestros amores y nuestros dolores. De manera que hay que decirlo como una verdad obvia: en esta intemperie a la que han conducido el país nos abriga todavía el lenguaje, ese es el reservorio a donde debemos volver para buscar el sentido de lo venezolano que, contra todo pronóstico, se mantiene en pie.
A diario escuchamos a algún amigo contento porque su hijo/a finalmente se pudo ir del país. ¿Hay algún síntoma más grave que este? Hace más de un mes un niño de catorce años fue asesinado de manera despiadada. ¿Por quién? Por otro niño, solo que este de veintitrés años y policía. Lo único que atinó a expresar el defensor del pueblo, fue que al victimario le iban a aplicar todo el peso de la ley.
Resulta que el victimario también es víctima. Creció escuchando que quienes protestan son enemigos de la patria, traidores, agentes de la CIA, terroristas, hijos de papá. Ese muchacho apenas apretó el gatillo. ¿Estaremos todavía a tiempo de cambiar esta ruta al infierno? ¿Podremos ser capaces de recuperar nuestra habla y restañar las heridas, hondas, que llevamos?


Por: Alberto Márquez

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