LA COLA DE HOY

Hacer una cola es deprimente.
Hacerla con Ali Primera de fondo, es el colmo.
Para el Psuv no hay reducción de gastos suntuarios. En plena crisis imprimen pancartas, compran y bordan miles de franelas y gorras, cada vez, todas las veces. La recolección de firmas contra Obama no es la excepción. Hace pocos días sugerí que si querían 10 millones de firmas debían buscarlas en las colas de los mercados. Hoy me complacieron. Con unos 10 metros de distancia y bajo la tutela institucional del Seniat, al fondo de la cola, estaba el toldo, con dos militantes que revisaban sus uñas acrílicas sobre las pantallas de sus celulares, y bostezaban sinceras ante la selección musical del Dj de turno, mezclando: “Adelante, comandante“; “Con los ángeles del cielo, vivirás y vencerás” y el himno en versión finado. Nosotros en la cola y el finado gritando como en un partido Caracas-Magallanes:¡Vamos! ¡Con fuerza!

El yugo lanzó. Y mis compañeros de cola mascullaban insultos breves. Bajito, casi inaudibles, midiendo las reacciones cercanas, hasta ganar confianza y reunir sus rabias en un discurso común que sustituyera la medición obsesiva de cuánto les faltaba para llegar. Torcidas de ojos al dueño del mercado que repartía los números, al militar con su actitud altiva -aunque mida un metro sesenta, o tal vez por eso-, y hoy, a las que ocupaban el toldo con su pancarta de no ser una amenaza sino una esperanza. La esperanza del nunca jamás.
El paro general está aquí, en la cantidad de personas -buhoneros o no- que pueden dedicarle horas a la adquisición de productos regulados con la cola como pasaporte. Esa, es la prueba más rotunda del estado de nuestra productividad. Un país en cola, es un país improductivo. Porque en Venezuela, el que trabaja no compra. Las variables son poderosas: un producto que de otro modo no conseguirás y el costo de oportunidad de la cola, versus, el riesgo de perder tu empleo. No hay manera de introducirle a la LOTTT un articulado sobre la vulnerabilidad del trabajador que en una economía quebrada, necesita de otros turnos para sortear su tiempo productivo con las entregas de productos básicos.
El operativo de recaudación de impuestos justo frente a la cola es prácticamente un insulto. Varias personas atrás, una señora gritona -de las que no faltan- dijo: “Declararle a esta gente lo que me pueden robar para depositar en Andorra, por favor”. Pocos entendieron la referencia, pero un señor la corrigió con gentileza, indicándole que allá no reciben estos bolívares que nada valen, que allá solo aceptan dólares y en cantidades que ninguno de nosotros llegará a acumular jamás. “Dos mil millones de dólares, señora. Piénselo. Yo la reto a que cuente un millón de tapitas de plástico. ¡Eso deberían hacer en las escuelas! Poner a muchos niños a sumar un millón de tapitas para que sus papás las vean, y la próxima vez que lean de un millardo robado, entiendan la proporción de mil millones de lo que sea“. Nada que agregar.
Se acabó el jabón en polvo, anunció una señora que venía de salida. Pero queda Harina PAN. ¿Cuántas por persona?, preguntó un señor; el más terrible de los mandamientos de esta circunstancia de escasez. Nadie se acostumbra a lo que hay, a lo que queda. La dignidad surfea entre el miedo a la violencia, el hastío ante la incertidumbre y la impunidad como norma. Y seguía Ali al fondo. Llamarle cantante es una infamia. Como todo lo asociado a este Gobierno. Como la cola misma.
Tengo fiebre. Toso y me duele todo.
Incluyendo la cola de hoy.

Por Naky Soto

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