¿TOTALITARISMO TROPIKAL?

"Maldito el soldado que empuñe su arma contra su propio pueblo"    Simón Bolívar.

“Resulta insólita la resolución del Ministerio de la Defensa publicada en la Gaceta Oficial del 27 de enero de 2015 en la que se establece una nueva modalidad de control del orden público que incluye el “uso de la fuerza potencialmente mortal bien con el arma de fuego o con otra arma potencialmente mortal” y como corolario dice que es para: ´evitar los desórdenes apoyar la autoridad legítimamente constituida y rechazar toda agresión enfrentándola de inmediato y con los medios necesarios’ Pareciera que en el citado Ministerio desconocen que la Constitución de la República de Venezuela establece en su artículo 68: “Se prohíbe el uso de armas de fuego y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas. La ley regulará la actuación de los cuerpos policiales y de seguridad en el control del orden público”. Adicionalmente la Normativa y Práctica de los Derechos Humanos para la Policía también lo establece….” Analítica.

El elemento esencial de un régimen totalitario se afianza en   la voluntad de convertir la política estatal en un mecanismo para controlar todas las esferas de la actividad humana y ocupar todo el espacio social. La dictadura constitucional es la forma de gobierno en la que, aunque aparentemente se respeta la Constitución, en realidad el poder se concentra de manera absoluta en las manos de un dictador (y en ocasiones, en las manos de sus cómplices), controlando éste, directa o indirectamente, todos los poderes.
La criminalización de las conductas de oposición al régimen por la simple expresión de ideas diferentes es típica de las constituciones totalitarias. Primero se establecen los principios totalitarios y seguidamente se dictan las leyes represivas, que no surgen por mero accidente. Es así como se crean delitos típicos del sistema, delitos que no existen en otros países o que en ocasiones son distorsiones de doctrinas del derecho penal. Todas estas leyes son parte de un engranaje diseñado para mantener el poder concentrado en pocas manos y reprimir. Allí está escrita la Historia, esa que nos narra que el comunismo intenta primero la coacción psicológica y el entramado legal es parte relevante de esa coacción; pues los regímenes totalitarios no pueden resolver nunca los problemas de las sociedades que asfixian, primero porque esa no es su prioridad, su objetivo principal es conservar el poder, ampliarlo y robustecerlo hasta que llegue a ser absoluto.
Como este andamiaje está viciado de origen el resultado no puede jamás ser bueno. No hay que ser experto en política ni tampoco un jurisconsulto para llegar a una conclusión de simple sentido común: el instrumento legal de la tiranía totalitaria lo que pretende es la perpetuación en el poder un régimen inepto.
El propósito de este régimen -tratando de calcar modelos retrógrados y fracasados- no es otro que atemorizar no solo a cualquier ciudadano que, al tratar de participar en el espacio de la política, es presa de las viejas prácticas totalitarias que van desde las amenazas el desprestigio, la burla e insultos, el amedrentamiento hasta la violencia.                                         La supervivencia de esta parodia revolucionaria exige mecanismos que, por la amenaza o el uso de la fuerza, consigan extender el temor entre quienes se quiere mantener bajo control. La extensión del temor busca paralizar las intenciones de cambiar la realidad que vivimos. Como poco útil le resultaron al gobierno esos trapos rojos que sacaron una y otra vez, pues recurren en esta ocasión a una “Resolución” que va contra el espíritu mismo de la Constitución, que manada largo al carajo los DDHH que deberían ampararnos como ciudadanos
Insiste el régimen en buscar la confrontación, porque para él esa es su finalidad: la tensión, el fundamentalismo y la intolerancia. Es bien sabido que una de las características sobresalientes del gobierno es la inexistencia de escrúpulos ante las restricciones legales y la desconsideración humana, en cuanto a derechos políticos de los ciudadanos. Y esta perversidad que muchos consideran “juegos políticos” tan solo es una típica estrategia totalitaria que pretende desmoralizar a un pueblo cansado, burlado y enfermo de violencia y atemorizado no solo por la delincuencia, sino por un gobierno que le trata como enemigo. La supervivencia del "proceso" exige mecanismos que, por la amenaza o el uso de la fuerza, consigan extender el temor entre quienes se quiere mantener bajo control, en virtud a que la extensión del temor busca paralizar las intenciones de cambiar la realidad que vivimos. El temor, como elemento coercitivo, va logrando sus pretensiones, ante esa evidente sumisión. Así las cosas, nuestro temor es su victoria. A la vez el temor que implanta el régimen, facilita la aceptación de cualquier maniobra que se ejecute para garantizar la seguridad. Por ejemplo, apoyándose en el temor y la necesidad de seguridad, desde todos los estamentos gubernamentales, se señala como una amenaza social a todos cuanto se atrevan al mínimo intento de disentimiento ante tanta represión, corrupción y autoritarismo…
En su obra Orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt sostiene que, en su pretensión de subordinar la libertad pública y la totalidad de la vida privada y social a sus imperativos ideológicos, el régimen totalitario no actúa sin respaldarse en las leyes que promulga. Es decir, los gobernantes totalitarios no gobiernan sin el recurso a las leyes, como déspotas o tiranos que simplemente desobedecen a las leyes o abren excepciones legales para cometer sus actos brutales. Bajo el totalitarismo, Arendt observó que las leyes positivas dejan de ser canales estables de limitación y asimismo de promoción de nuevas relaciones entre los hombres para tornarse instrumentos de transformación y creación de la nueva realidad totalitaria, en consonancia con la ideología expuesta e impuesta por el líder absoluto del régimen.
La autora checa Monika Zgustova nos advierte "Cuando seguimos las reglamentaciones que dictan los líderes totalitarios, de hecho nos adaptamos al totalitarismo. Y el que se adapta acaba aceptando. De modo que el que no viva un conflicto abierto con las autoridades debería sentirse culpable porque en el fondo ayuda a que el totalitarismo se arraigue aún más profundamente".
Si bien ha quedado muy claro el espíritu y proceder totalitario del régimen -dado que hasta hace muy poco tiempo encontramos pensadores de izquierda que rechazan el propio término de totalitarismo, considerándolo como un viejo cliché político de los tiempos de la guerra fría- se hace necesario mencionar que el hecho que contemos con una Constitución no quiere decir que tengamos Estado de derecho, porque éste implica independencia de los jueces, derechos fundamentales de los ciudadanos, control de los gobernantes. Recordemos que ningún régimen totalitario renunció a sus constituciones, muy al contrario, también las adecuaron a sus planes.  Ya a partir de la Revolución Francesa se establecía que los derechos de los ciudadanos debían ser respetados. El artículo 16 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano dice más o menos así: "Un Estado donde no están garantizados los derechos de los ciudadanos no tiene Constitución, así formalmente tenga un documento escrito".

Manuel Barreto Hernaiz

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