Las preguntas son muy incómodas.
¿Por qué las sociedades eligen gobernantes antisistema que las conducen al
despeñadero? ¿Por qué los venezolanos votaron a Hugo Chávez a fines de 1998,
los griegos acaban de hacerlo con Alexis Tsipras y es posible que los españoles
repitan esa forma de suicidio cívico dentro de unos meses dándole la mayoría de
sus votos a Pablo Iglesias, un neocomunista simpatizante del chavismo, como lo
calificó, muy orgulloso, Diosdado Cabello, presidente del Congreso en Venezuela
y el poder tras el delirante trono de Nicolás Maduro, ese ornitólogo y médium,
experto en la comunicación con los pájaros y los muertos?
La clave está en la fragilidad de
las democracias liberales, un débil diseño institucional surgido a fines del
siglo XVIII para ponerle fin al “antiguo régimen”. Una forma de gobierno basada
en la combinación de libertades políticas y económica, que exige el inexorable
cumplimiento de los principios en los que se sustenta y proclama para poder
prevalecer. El consenso general define estos diez principios:
1. Todas las personas, y muy
especialmente quienes participan del poder, tienen que colocarse bajo la
autoridad de la ley y no puede existir impunidad para los violadores de las
normas.
2. Es indispensable la
transparencia total en los actos de gobierno y la rendición de cuentas
periódicas y obligatorias.
3. La Constitución existe para
proteger los derechos de los individuos, incluso y especialmente de la voluntad
de las mayorías.
4. El Estado posee el monopolio
de la violencia por libre delegación de la sociedad que regulará y vigilará el
uso de esta delicada facultad por medio de quienes administran la justicia.
5. La justicia (y la solución de
los conflictos) tiene que ser absolutamente independiente, razonablemente
eficiente, rápida y ajustada a Derecho.
6. La actitud y el comportamiento
de los funcionarios, tanto de los elegidos como de los contratados, deben estar
teñidos por el espíritu de servicio público. Los funcionarios forman parte de
la administración del Estado para servir a la sociedad dentro de las reglas. No
están ahí para mandar, sino para obedecer a quienes les pagan sus salarios por
medio de los impuestos.
7. El método de cooptación y
reclutamiento en la esfera pública es la meritocracia y no la arbitrariedad
partidista ni el clientelismo.
8. Las personas deben percibir
que tienen una posibilidad razonable de “buscar la felicidad”, siempre y cuando
actúen dentro de las reglas. No se define esa fórmula vaga porque la felicidad
o el sentido del éxito personal varían notablemente.
9. Es vital que los individuos
perciban que si estudian, trabajan, se esfuerzan y cumplen las reglas, sus
formas de vida mejorarán paulatinamente. Nada concede más estabilidad a una
sociedad que la esperanza en un futuro mejor.
10. Una democracia liberal no
puede darles la espalda a los ciudadanos que padecen serias desventajas. La
cohesión social aumenta cuando está presente la solidaridad.
Cuando uno o más de estos
principios comienzan a ser ignorados y esa hipócrita transgresión coincide con
una crisis económica severa, ante los ojos de muchas personas, poco a poco, se
devalúa la forma de relación entre sociedad y Estado conocida como democracia
liberal. Es en ese punto cuando proliferan los “indignados” y los antisistema.
Es el momento en que los
electores, muchas veces desesperados, comienzan a corear insensateces (“¡que se
vayan todos!”), o les entregan a los nuevos mandamases la facultad de decidir
por ellos, como hicieron innumerables cubanos en los primeros años de la
revolución gritando la consigna “si Fidel es comunista, que me pongan en la
lista”.
La otra pregunta inevitable es
por qué no enterrar las democracias liberales si no han dado los frutos que de
ellas se esperaban. Muy sencillo: porque sabemos que, cuando se cumplen los
principios, esas sociedades se desarrollan y funcionan envidiablemente. Es lo
que sucede en los veinte países más prósperos y felices del planeta, a donde
quieren emigrar los desgraciados de todas partes. Lo que se impone es la
corrección del sistema, no su demolición.
También sabemos que los
antisistema –comunistas, fascistas, neopopulistas, dictaduras militares de
derecha—suelen agravar todos los problemas que supuestamente pretenden
solucionar. Venezuela es un clarísimo ejemplo de lo que sucede cuando se le
abre la puerta a esta fauna destructiva. España será otro brutal fracaso si el
señor Iglesias llega a la casa de gobierno. Será la hora de los monstruos.
Por: Carlos Alberto Montaner
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