La serenidad no es estar libre de
tormenta, sino estar en paz dentro de la tormenta. Esta frase contiene un
significado que si le buscamos verdadero sentido podría ser una extraordinaria
herramienta en nuestra vida cotidiana. Si solamente la leemos para considerarla
bonita y bien concebida, no nos sirve de mucho. Lo importante es escudriñarla
para aplicarla y que nos sea útil.
La verdad que para cualquier
mortal es poco fácil imaginarse estar tranquilo mientras está en medio de una
trifulca callejera, de un aguacero descomunal, de una noticia poco grata, de
dejar de concretar planes, cuando salimos a la calle y sentir que todo lo que
hacemos sale mal, o tener que afrontar la enfermedad grave de alguien cercano o
el fallecimiento.
Cualquiera pensaría que habría
que tener sangre fría para mantenerse en paz cuando las vivencias son
perturbadoras. O que sencillamente tendríamos que asumir con insensibilidad
cualquier eventualidad contraproducente para enfrentarla, o darle la espalda
para evitarla.
Y ciertamente es nada fácil
mantener la calma en medio de la tormenta, la mayoría estamos acostumbrados a
expresar nuestras emociones tanto de alegría, como de dolor o de cualquier
índole. Los especialistas en conducta humana han explicado en años recientes
que al cambiar de emociones con cierta brusquedad y frecuencia estamos ante un
estado que se denomina trastorno afectivo bipolar, pero este estado al parecer
es de tiempos ancestrales, antes se le llamaba psicosis maníaco-depresiva.
Claro que estamos refiriendo casos extremos, o patológicos más bien, de las
formas cómo expresamos las emociones, pero eso es harina de otro costal.
La conseja de esta muy publicada
frase tiene que ver con el importante hecho de cultivar la paz interior para
poder tener la sensatez de vivir -más que enfrentar- las vicisitudes eventuales
o frecuentes. Cómo hacerlo. La respuesta tiene múltiples respuestas. Todo
depende del entorno de cada persona, de si practica alguna religión, disciplina
espiritual, filosofía, de su visión conceptual del mundo así como de la forma
cómo asimila las relaciones según su estilo de vida.
No es necesario llevar una vida
de ermitaño, alejarse de las comunidades, de la gente, para poder cultivarse
interiormente. Básicamente es importante tratar de entender la razón o las
razones por las que formamos parte de este mundo, porqué y para qué nos
interrelacionamos con todas las personas que nos rodean de forma permanente,
por periodos, eventualmente y hasta con quienes conocemos solamente por
referencias muy de moda hoy en día a través de las redes sociales.
Responder estas interrogantes
puede parecer temerario, incluso generan muchas otras preguntas que podrían
perturbarnos. Sin embargo, para acercarnos a nuestra verdad, es interesante
conversar con personas mayores, guías, líderes, cuyos estilos de vida
demuestren con hechos sus palabras o argumentos. Si quieres entender a una
persona, no escuches sus palabras, observa su comportamiento dijo Albert
Einstein. O mejor aún, como lo cita la Biblia “por sus frutos los conoceréis”.
A esas personas nos referimos, a quienes más que hablar, señalar, acusar a
otros de estar equivocados y pretender ser ejemplos, demuestran con hechos la
sencillez, humildad, que los verdaderos Maestros practican tanto en público
como en privado.
Esos grandes hombres y mujeres
que se han destacado por buscar la paz del mundo indudablemente primero
cultivaron su propia paz, para poder salir a ayudar al prójimo. Aprendieron a
vivir las tormentas, los problemas, desde la serenidad interior, pues primero
se ocuparon de conocerse antes de pretender conocer a los demás. Obviamente nos
referimos a Ghandi, la Madre Teresa de Calcuta, Mandela, por nombrar algunos. Y
aunque para llegar a ser como ellos haría falta librar infinidad de batallas
con nuestros pensamientos, prejuicios y defectos, seguro podemos avanzar si
cada día tratamos de descubrirnos para corregirnos y mejorarnos. Si vamos por
esos caminos es bastante probable que aprendamos a avanzar en paz dentro de la
tormenta.
Por: María Elena Araujo Torres
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