jueves, 5 de febrero de 2015

CUANDO SE CAMINA ENTRE LA TORMENTA

La serenidad no es estar libre de tormenta, sino estar en paz dentro de la tormenta. Esta frase contiene un significado que si le buscamos verdadero sentido podría ser una extraordinaria herramienta en nuestra vida cotidiana. Si solamente la leemos para considerarla bonita y bien concebida, no nos sirve de mucho. Lo importante es escudriñarla para aplicarla y que nos sea útil.
La verdad que para cualquier mortal es poco fácil imaginarse estar tranquilo mientras está en medio de una trifulca callejera, de un aguacero descomunal, de una noticia poco grata, de dejar de concretar planes, cuando salimos a la calle y sentir que todo lo que hacemos sale mal, o tener que afrontar la enfermedad grave de alguien cercano o el fallecimiento.

Cualquiera pensaría que habría que tener sangre fría para mantenerse en paz cuando las vivencias son perturbadoras. O que sencillamente tendríamos que asumir con insensibilidad cualquier eventualidad contraproducente para enfrentarla, o darle la espalda para evitarla.
Y ciertamente es nada fácil mantener la calma en medio de la tormenta, la mayoría estamos acostumbrados a expresar nuestras emociones tanto de alegría, como de dolor o de cualquier índole. Los especialistas en conducta humana han explicado en años recientes que al cambiar de emociones con cierta brusquedad y frecuencia estamos ante un estado que se denomina trastorno afectivo bipolar, pero este estado al parecer es de tiempos ancestrales, antes se le llamaba psicosis maníaco-depresiva. Claro que estamos refiriendo casos extremos, o patológicos más bien, de las formas cómo expresamos las emociones, pero eso es harina de otro costal.
La conseja de esta muy publicada frase tiene que ver con el importante hecho de cultivar la paz interior para poder tener la sensatez de vivir -más que enfrentar- las vicisitudes eventuales o frecuentes. Cómo hacerlo. La respuesta tiene múltiples respuestas. Todo depende del entorno de cada persona, de si practica alguna religión, disciplina espiritual, filosofía, de su visión conceptual del mundo así como de la forma cómo asimila las relaciones según su estilo de vida.
No es necesario llevar una vida de ermitaño, alejarse de las comunidades, de la gente, para poder cultivarse interiormente. Básicamente es importante tratar de entender la razón o las razones por las que formamos parte de este mundo, porqué y para qué nos interrelacionamos con todas las personas que nos rodean de forma permanente, por periodos, eventualmente y hasta con quienes conocemos solamente por referencias muy de moda hoy en día a través de las redes sociales.
Responder estas interrogantes puede parecer temerario, incluso generan muchas otras preguntas que podrían perturbarnos. Sin embargo, para acercarnos a nuestra verdad, es interesante conversar con personas mayores, guías, líderes, cuyos estilos de vida demuestren con hechos sus palabras o argumentos. Si quieres entender a una persona, no escuches sus palabras, observa su comportamiento dijo Albert Einstein. O mejor aún, como lo cita la Biblia “por sus frutos los conoceréis”. A esas personas nos referimos, a quienes más que hablar, señalar, acusar a otros de estar equivocados y pretender ser ejemplos, demuestran con hechos la sencillez, humildad, que los verdaderos Maestros practican tanto en público como en privado.
Esos grandes hombres y mujeres que se han destacado por buscar la paz del mundo indudablemente primero cultivaron su propia paz, para poder salir a ayudar al prójimo. Aprendieron a vivir las tormentas, los problemas, desde la serenidad interior, pues primero se ocuparon de conocerse antes de pretender conocer a los demás. Obviamente nos referimos a Ghandi, la Madre Teresa de Calcuta, Mandela, por nombrar algunos. Y aunque para llegar a ser como ellos haría falta librar infinidad de batallas con nuestros pensamientos, prejuicios y defectos, seguro podemos avanzar si cada día tratamos de descubrirnos para corregirnos y mejorarnos. Si vamos por esos caminos es bastante probable que aprendamos a avanzar en paz dentro de la tormenta.


Por: María Elena Araujo Torres

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