Una tormenta perfecta se cierne
sobre el Gobierno de Nicolás Maduro, el sucesor designado por Hugo Chávez poco
antes de morir y ratificado en las urnas como presidente de Venezuela en abril
de 2013. Todo lo que antes le era favorable a las autoridades de Caracas ahora
parece haberse vuelto en su contra.
La mala racha del bolivarianismo
se concreta en las largas filas que se forman para entrar a tiendas de
alimentación y supermercados, por lo general, desprovistos de productos básicos
de la canasta diaria, como leche, carne, papel higiénico, detergentes o harina
de maíz.
“La culpa de las colas la tiene
la derecha”, diagnosticó el pasado miércoles el presidente de la Asamblea
Nacional y número dos del chavismo, Diosdado Cabello. Dos días más tarde, el
diputado del oficialismo Julio César Chávez denunció que Estados Unidos había
enviado “expertos en doctrina de colapso económico” para comandar la “guerra
económica” que, según la jerga gubernamental, la revolución libra.
Pero las dificultades se
multiplican con otra guerra, la del petróleo, que el Gobierno atribuye a una
estrategia de Estados Unidos para quebrar a Rusia y, asegura Maduro, “darle con
el codo a Venezuela”. Desde junio hasta ahora, el precio medio del barril de
petróleo —así como las divisas que reporta— ha caído el 60%. Al final de la
semana el crudo venezolano se cotizaba, por primera vez desde 2008, por debajo
de los 40 dólares por barril.
La incertidumbre, el miedo a la
inseguridad y la carestía imponen unos rigores a la subsistencia diaria
Los mercados perciben que el
riesgo de que Venezuela —poseedora de las mayores reservas de petróleo en el
mundo— deje de pagar sus compromisos externos va en aumento. La agencia Moody’s
rebajó la categoría de la deuda venezolana al nivel de “alto riesgo”, lo que
encarece el financiamiento externo del país.
El presidente Maduro inició el
año con una gira de 14 días por Rusia, China y cuatro naciones de la
Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que concluyó este
sábado sin resultados visibles ni en términos de estabilidad de los precios
petroleros, ni en captación de dinero fresco para Venezuela.
Pero también en el plano
internacional, el país enfrenta un reto empinado y novedoso. Desprovista de la
palanca petrolera como argumento diplomático, al mismo tiempo le falla el apoyo
cubano. El régimen castrista luce más concentrado en buscarse su propia suerte
y prepararse para un futuro sin subsidios de petróleo venezolano. La Habana
negocia el restablecimiento de relaciones con Washington mientras se esmera en
dar muestras de distensión con los resultados de las rondas de paz entre el
Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), que se
realizan en la capital cubana. Venezuela participa en el proceso como país
acompañante pero con un papel casi ceremonial.
La incertidumbre, el miedo a la
inseguridad y la carestía imponen unos rigores a la subsistencia diaria que, de
tan intolerables, alimentan en las calles de las ciudades venezolanas la
sensación de que algo decisivo va a pasar.
El propio oficialismo comparte
esa percepción. “Si se prende el peo, con Maduro me resteo”, coreaban el
miércoles pasado en Caracas los asistentes a una discreta concentración en
apoyo de la gira de Maduro. La consigna quiere decir que, si se producen disturbios,
sus seguidores están dispuestos a sacrificarse por él.
El pasado lunes, el think tank
Stratfor se hizo eco en un informe de los rumores acerca de una conspiración
encabezada por militares y sectores del chavismo para desalojar a Maduro del
poder.
Ciertamente, los tiempos de vacas
flacas han puesto de relieve las fracturas internas del oficialismo,
desacuerdos que antes el liderazgo de Chávez era capaz de atajar. Por la
izquierda, facciones como Marea Socialista —la más visible entre sus críticos—
acusan al presidente de desvirtuar la revolución. Por la derecha, los grupos de
tecnócratas y militares que tienen a Diosdado Cabello como su potencial
representante, apenas ocultan sus dudas sobre la capacidad de Maduro para
gestionar una situación que ya va adquiriendo tintes de crisis humanitaria y
que fácilmente puede derivar en desórdenes públicos.
Las disputas intestinas del
chavismo paralizan al Gobierno, que se ha inhibido por falta de apoyo político
de adoptar medidas económicas que se llegaron a anunciar, como la modificación
del intrincado régimen de control de cambios de divisas, o el llamado “sacudón”
que Maduro planteó en el primer semestre de 2014 para hacer más eficiente la
gestión del aparato del Estado.
Así las cosas, el Gobierno enfrenta
una prueba que pone en riesgo inminente la continuidad del régimen iniciado en
1999. Sobre los peligros del momento alertaba el viernes en su cuenta de
Twitter Luis Vicente León, un reconocido analista y presidente de una empresa
de estudios de opinión: “Se equivocan quienes creen que este es momento para
provocar acciones tendentes a desequilibrar al Gobierno. Eso sólo conduciría a
la anarquía”.
La oposición firma la tregua
ALFREDO MEZA
“Sobran razones para unirnos”. El
lema impreso en las paredes del plató donde se celebró la conferencia de prensa
del excandidato presidencial Henrique Capriles resumía su nueva estrategia.
Después de enfrentarse durante casi todo 2014 con el ala opositora que lideró
las protestas contra el Gobierno venezolano, el gobernador del Estado de
Miranda deja atrás las diferencias en pos del objetivo superior de poner fin al
régimen de Caracas a corto plazo.
En los últimos días, el dirigente
ha acercado posiciones con la defenestrada diputada María Corina Machado, con
la dirigencia del partido de Leopoldo López, Voluntad Popular, y con el alcalde
metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma. Saber quién tuvo la iniciativa puede
resultar ocioso. Lo que sí es una novedad es que ambas partes coinciden en
aupar las movilizaciones contra el desabastecimiento y la caótica situación
económica.
Coincidiendo con la comparecencia
de Capriles, fueron López, Machado y Ledezma quienes enviaban un comunicado en
el que reivindicaban su estrategia del año pasado. “Si en 2014 la salida era
urgente, en 2015 es impostergable”. La Salida fue el nombre de las protestas
entre febrero y junio y que terminaron con 43 fallecidos, cientos de heridos y
torturados, y miles de detenidos, pero que propinaron al régimen una derrota
política. La faz represiva del oficialismo devino en las sanciones establecidas
por EE UU en enero contra parte de la nomenklatura local responsable de las
violaciones de los derechos humanos.
Todo ocurre en medio de un año
electoral crucial para la oposición y el oficialismo. La batalla por el control
de la Asamblea Nacional, cuya renovación ocurrirá probablemente en el segundo
semestre, determinará cómo llega cada bando a la mitad del período
presidencial.
Por: Ewald Scharfenberg. Elpais.com
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