EN BUSCA DEL MAGNICIDIO PERDIDO

Debe ser difícil, ser presidente de un país en el cual en cada esquina, hay unJean Maninat asesino encubierto esperando el menor descuido de los infinitos círculos de seguridad para atentar contra su integridad física. El mundo que lo rodea es un bosque amenazante, una asechanza insomne, sombras encubiertas en la oscuridad a la espera de su momento de gloria: darle un susto de marca mayor al primer mandatario.

Los idus de marzo hechos rochelita, guachafita, ópera bufa para divertirse en palacio, o conveniente excusa para encerrarse en… palacio y no ver lo que está sucediendo en las calles del país, las largas filas de gente esperando horas para adquirir los productos  básicos a los que tiene derecho, o para retirar sus muertos de la morgue. Pero cómo exigirle más a un gobernante que enfrenta una guerra económica dirigida contra él desde todos los centros terminales del sistema nervioso capitalista. Máxime ahora que la conjura de los poderosos le pulsó el botón de PB al petróleo y luego de raspar todo lo que había por raspar, surge como respuesta hipotecar el país por pedacitos, como la lotería de fin de año, a ver si llegamos al año entrante jadeandito pero en llegando.
Es una empresa ingrata. Uno puede imaginarse a los presidentes reunidos en uno de tantos eventos de Unasur jugándose a piedra, papel o tijera, tras bambalinas, a quién le toca sentarse al lado del amenazado gobernante en la cena oficial, y correr la mala suerte de compartir codo a codo la comida y el inminente atentado tantas veces anunciado. No digamos si en un gesto de caballerosidad le ofrece a alguno/alguna de sus pares partir de regreso al hotel en su carro oficial para “discutir unos asuntos de mutua importancia”. No, che, gracias mil, obligada, siempre tan atento. “Seré b… a ver si explota el auto” pensarán para sus adentros. Es, como ven, una vida solitaria, pero también agitada, obligado, como está, a espantar a toda hora el rayo infrarrojo que le revolotea, como un insecto impertinente en la cara  y el pecho. ¿Cómo concentrarse en una alocución y no dejar escapar barbaridad y media, ante tanto asedio?
Pero concordemos que tiene cierto caché, no hay héroe revolucionario cuya vida no haya estado amenazada desde las penumbras del imperio. Su ídolo y maestro caribeño ha contabilizado miles de atentados. Todo bicho viviente puede ser un arma letal del imperio: las langostas que gustaba tanto pescar y degustar con sus amigos intelectuales latinoamericanos y europeos, por eso se las hacía probar primero a ellos; las vacas Holstein que compró para cruzarlas con ganado cebú, nunca bebió de los chorritos de leche exangües que brotaban de sus ubres.  Pero nada como los libros, la palabra, el trazo libre de un pincel, allí traman todos los homicidas sus conjuras, allí se afinan las miras telescópicas. Ningún proyectil más certero que la libertad de expresión. Por eso, para evitar el trauma de un magnicidio, hay que suprimirla.
Ah, pero en medio de las tribulaciones, sentirse perseguido tiene sus alicientes: todo y todos están bajo su sospecha. Tras la inseguridad, la inflación, la escasez, el astrodólar, la insatisfacción creciente y la popularidad que desciende entre los suyos a ritmo de precio de petróleo, se esconde un magnicidio. En cada opositor habita un magnicida. Toda nueva elección anuncia un magnicidio. En las fronteras, en los aeropuertos, en las procesiones religiosas, en los bautizos y matrimonios, divorcios y reconciliaciones, en los juegos de pelota, en los espectáculos musicales, en las obras de teatro y los cines, las bibliotecas y universidades, automercados y peluquerías, los despachos públicos y las fábricas que quedan, se agolpan millones de magnicidas sin más armas que su apuesta por un cambio pacífico, electoral y democrático.
Hoy imputan a una líder de la oposición, María Corina Machado, antes hubo otros, y más tarde o temprano se inculparán entre ellos mismos. La búsqueda del magnicidio perdido requiere víctimas propiciatorias para calmar el miedo.


@jeanmaninat

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