Los venezolanos están
manifestando un deseo casi unánime de tener otro país. Querer otro país es una
voluntad nacional, en el sentido de que constituye una aspiración de quienes
han sido opositores al gobierno y de muchos de los que lo han apoyado.
La crisis nos está volviendo a
unir. La opinión sobre la gravedad de la situación, sobre sus responsables y
sobre la imposibilidad de Maduro para resolverla es sostenida por todo el
mundo. Por primera vez, personas que han estado en polos de opinión opuestos
durante años, se atrevan a reconocer los problemas comunes que los afectan y a explorar
los requisitos que deben tener algunas soluciones construidas en común.
La necesidad de cambiar el modelo
es evidencia a la vista. Seguirle dando vueltas es correr alrededor del
ombligo. Lo que todo el mundo espera son las orientaciones, las propuestas y
las acciones coincidentes respecto a cómo salir del atolladero y cuáles
políticas económicas y sociales estamos dispuestos a poner en práctica.
Primero, con una definición clara del sacrificio, el aporte y las ganancias que
corresponderán al empresariado. Segundo, convenciendo al pueblo que el
populismo ni reduce la pobreza ni genera condiciones estructurales para que los
sectores populares construyan su desarrollo humano y su bienestar económico. Es
tiempo de justicia social efectiva.
Recuperar el país que perdimos y
volverlo a colocar en indicadores avanzados respecto a América latina va a
suponer dificultades y un acuerdo progresista para distribuir sus costos. La
sequía que produjeron dos malos gobiernos va a retardar el regreso de las vacas
gordas. Pero, mientras más pronto se comience más podrán obtenerse los
beneficios a mediano plazo.
Es un hecho afortunado que buena
parte de los seguidores tradicionales del oficialismo haya dejado de avalar
políticas y decisiones que generan más pobreza, desempleo, salarios precarios y
descenso constante de la calidad de vida. Unos, afectados por la frustración,
optan por la abstención. Pero, buena parte de ellos, que quiere otro país y
mantiene la esperanza de alcanzarlo ha decidido restablecer comunicación y
relaciones con los sectores que no han creído que el socialismo autoritario sea
una puerta al paraíso.
Este cambio de conducta humana y
política, está influido por el fracaso de la gestión del modelo, por el rechazo
a la corrupción impune y por no avalar políticas que han provocado
desabastecimiento, altos precios, inseguridad y el uso del miedo como
herramienta de control social.
Lo triste de la situación actual
es que el gobierno simula que manda mientras todo el país se convence de que no
es capaz de resolver siquiera la devaluación del bolívar o la escasez de
alimentos, medicinas y repuestos. Su comportamiento ante las colas es
emblemático: decidió esconderlas.
Y lo dramático en esa situación
es que la inutilidad gubernamental se vuelto crónica. Es decir, un hábito de la
cúpula que puede mantenerse durante largo tiempo. La amenaza no es una destrucción
abrupta e inminente del conjunto de la economía y de las instituciones, sino de
una mengua constante que destruye en cámara lenta. Una especie de efecto
termita que logra mantener la inexacta impresión de que el gobierno sigue
sólido. El único motor del gobierno es perpetuarse en el poder. Todo lo que
hace se enmarca en una campaña electoral cuyo primer objetivo es impedir nuevas
fugas de apoyo y tratar por medios extraordinarios de ofrecer atractivos a
quienes están dejando de seguirlo. El segundo es estimular la abstención, para
evitar el más contundente castigo electoral que haya recibido gobierno alguno
en la historia del país.
Respecto a la oposición y a la
MUD hay que registrar insatisfacciones que no deberían ser despachadas con
visiones que reciclan las viejas formas de defender a la política, a los
partidos y a los dirigentes.
Sería indeseable que a la
incapacidad gubernamental, se agregara una oposición colocada por debajo de las
expectativas de la gente constantemente castigada por la crisis. Un desafío que
esperamos sea asumido por un liderazgo que pueda apoyarse en la inmensa, plural
y compleja nueva mayoría que quiere otro país.
Por: Simón García
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