“Las convicciones son
esperanzas”. Berthold Brecht
En los ciclos históricos de las
sociedades, siempre se presentan momentos de crispación, temor y
desesperanza.Tal como lo que se puede sentir actualmente en lo que nos va
quedando de país, debido a la avalancha de violencia de un régimen que ya sabe
por quién doblan las campanas. Lo normal, en este tipo de gobiernos, es que el
deseo de mantenerse en el poder por cualquier medio degenere en imposición, y
la historia está llena de casos en los que el mayor idealismo se transforma en tiranía opresora.
Así lo dejó escrito, hace casi 300 años Montesquieu: “Los regímenes despóticos
producen individuos completamente separados entre sí, o, lo que es lo mismo,
mantenidos juntos por la fuerza repulsiva de pasiones que los aíslan (la
avaricia, la competencia, el deseo de sobrevivir a los otros), impidiendo toda
confianza y solidaridad recíprocas, desagregando a los ciudadanos a súbditos y
generando así la más completa, fatalista y vil pasividad política, apenas
interrumpida por alguna esporádica, rabiosa y fugaz llamarada de rebelión”.
Y es que a este despótico
gobierno ya no le basta con mentir sino que ha pretendido utilizar la amenaza,
el ataque, la sempiterna agresión, con la expresa finalidad de implantar el
miedo y controlar las conductas ciudadanas; cercenando espacios y libertades a
una ciudadanía sometida, que aunque extenuada y temerosa, mantiene latente su
fe y su esperanza; que con temple, compromiso y coraje sabrá tomar la
indeclinable posición contra tantos y tan nefastos desmanes y sabrá asumirla
aun cuando no se esté plenamente seguros de nada.
Que no quepa la menor duda: toda
estas bravuconadas, insultos, rabietas; todas estas acciones de excesiva
violencia contra valientes estudiantes y líderes demócratas de nobles virtudes,
contra los Derechos Humanos de cuantos osemos pensar que ya es tiempo de
despertar de esta terrible pesadilla, son el resultado de la acción
mancomunada, contundente, razonable y democrática de más del 65 % de los
habitantes de un país cansado, burlado y molesto, que le grita al régimen que
vaya preparando su maleta.
En estos momentos, en toda
nuestra extensa geografía nacional, se encuentran comprometidos ciudadanos que
están resolviendo los problemas que nosotros soñamos resolver, y no lo hacen
solos.
Ellos también necesitan de
nosotros, para juntar las piezas y entender mejor el todo, y particularmente el
cómo transitar ese campo minado de violencia, trapisondas y artimañas propias
de un sistema totalitario. Y estos procesos de conformación grupal son los que
renuevan la esperanza y logran esparcir nuestras ideas y acciones con las de
otros ciudadanos.
Pero teniendo siempre presente
que el arte de la política consiste en madurar las condiciones, en realizar lo
que ya es posible y en distinguir bien lo uno de lo otro. Los políticos, a lo
suyo, y nosotros, pues a apoyarles.
El cómo requiere solidaridad, y
para ello es indispensable la Unidad, no sólo para lo electoral - esa es una
fase - sino para la inaplazable acción de transformar la realidad. Y esa
realidad nos acompaña desde hace muchísimo tiempo. Ha llegado el momento de
dejar a un lado el miedo y la apatía, elementos nefastos para emprender
cualquier tarea y alcanzar cualquier victoria.
El porvenir, según lo ha
demostrado la historia, es siempre el cambio y transformación social; y el
llamado es a toda la nación demócrata a que se muevan con el poder de sus
convicciones y no con la inercia de las circunstancias. De no ser así, nos quedaríamos
anclados en la mera posibilidad de lo posible.
Manuel Barreto Hernaiz
barretom2@yahoo.com
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