Dicen que cada pueblo tiene el
gobierno que se merece. Y que esos gobiernos permanecen hasta tanto no se
aprendan las lecciones que como pueblo, debemos aprender. ¿Habremos aprendido
la lección los venezolanos? No lo creo. Hay síntomas que revelan que estamos
lejos de haberla asimilado.
Sesudos analistas nos han dicho
hasta la saciedad que la República Civil se agotó porque tanto los partidos
como las clases media y alta le dieron la espalda al pueblo. Por eso surgió el
“mesías” reivindicador en la figura de Hugo Chávez. Si no hubiera sido Chávez,
hubiera sido cualquier otro. Los procesos históricos son indetenibles.
En mi casa contaban la historia
real de unos amigos cercanos que hipotecaron su casa –una casa estupenda,
grande y bella- para pagar el matrimonio de su única hija. La niña se divorció
a los ocho meses de casada y un par de años después la casa de sus padres fue
rematada, pues así como no tuvieron con qué pagar la fiesta de la boda, tampoco
tuvieron con qué cancelar la hipoteca. ¿Por qué alguien que no tiene medios de
fortuna, o como en el caso de los amigos de mi familia, que pasaban por una
mala racha, empeñan una casa para celebrar una fiesta? “Huelefritos” los
llamaba mi mamá. Y aquí hay miles de huelefritos (iba a decir que hay
huelefritos como arroz, pero como el arroz también está escaseando, lo borré).
Huelefritos aparentando tener lo que no tienen… ¿para qué?…
Hace unos días me llamó una amiga
consternada porque le subieron la cuota –ya alta- de la fiesta de graduación de
bachiller de su hija. “Yo no tengo ese dinero”, me dijo, “no quería meterme en
lo de la fiesta, pero no quiero que mi hija se sienta mal, porque les hacen
“bullying” a los aguafiestas”. ¿Cuántas personas estarán en su misma situación?
¿Por qué hay que celebrarle la graduación de bachiller a un chamo (o a una
chama, hablando en bolivariano) como si fuera la fiesta de celebración de un
Premio Nobel? ¿Es que acaso no se dan cuenta de que ser bachiller hoy en día es
algo cercano a nada?… Y no solo es la fiesta. Son los trajes, la decoración del
local, del auditórium donde se realizará el acto… Porque la cosa es a todo
meter. Orquesta y caña, comida y rumba.
Estas fiestas tienen un
precedente: las gaitas. Lo que gastan los padres en las fulanas gaitas es un
dineral. En mi época teníamos el Festival de la Carrera del Sol y jamás
gastábamos la exorbitancia que gastan hoy. Como que nuestros padres y nuestros
profesores eran más conscientes. Pero hoy, hasta se traen los trajes de los
Estados Unidos y los pagan en dólares. ¿Nuevorriquismo? Algunos sí lo serán.
Hay también viejos ricos. Pero la mayoría ni siquiera son ricos, pero tienen
que aparentar que lo son. El ascenso social en Venezuela se mide por la
cantidad de dinero que la gente tenga o aparente tener. Aquí no hay clasismo ni
racismo, como pretenden hacernos ver. Los reales lavan todo.
La cosa de la celebración es como
una competencia a realazos entre colegios privados… Mejor dicho, entre los
padres de los alumnos de ciertos colegios privados. Porque estoy segura de que
para los graduados sería mucho más divertido irse una semana a Margarita, o a
Choroní, que ir para una fiesta una noche, con un “viejero”. Supe de un colegio
que pidió otra cuota extraordinaria, porque se traen las flores de Colombia y
el dólar paralelo subió…
¿No se han dado cuenta de que el
país está pasando por una crisis terrible? ¿Cómo ven para el otro lado, como si
nada estuviese sucediendo? ¿Cómo se ponen a celebrar “en grande” mientras a su
alrededor todo se vuelve pedazos? ¿Han pensado en los enfermos de cáncer, que
no tienen quimioterapia, en los renales, que no consiguen diálisis, en que no
hay ni anestesia en los quirófanos? ¡Para comprar la cesta básica se necesitan
siete salarios mínimos! ¿Es que eso no los llama a la reflexión? ¿No pueden
hacer algo menos ostentoso? ¿No se sensibilizan ante la realidad del país?
Por supuesto, cada quien tiene la
libertad de gastarse su dinero como mejor le parezca. Pero entonces no se
quejen. Se merecen el gobierno que tenemos.
Por Carolina Jaimes Branger.
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