"Nadie es una isla, completo en sí
mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el
mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera
un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de
cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por
consiguiente nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti." JOHN DONNE
Uno quiere creer que la humanidad
avanza en la lucha entre la civilización y la barbarie que cada uno de nosotros
arrastra desde el fondo de la historia. Uno quiere pensar que este animal
racional que somos —dueño de una sensibilidad que le hace conmoverse frente a
la belleza y amar a otro ser humano hasta el límite de sus fuerzas y de sus
posibilidades de entrega— no es capaz ya de asesinar cruelmente a un semejante
en nombre de algo, porque el único algo que hay, en el fondo, es la dignidad
humana. Sin embargo, por lo que se ve, no corren buenos tiempos para la razón.
Según cuenta su madre, Kenji Goto
siempre quiso salvar vidas de niños afectados por las guerras. Se fue al Medio
Oriente para tratar de ayudar a aliviar el sufrimiento de la gente de Siria de
la única manera que sabía hacerlo. Se fue a cumplir con su trabajo de
periodista: documentar el horror del fanatismo; y terminó haciéndolo con el
sacrificio de la propia vida.
No entiendo japonés. No sé qué
dice el letrero y nunca habría sabido de Goto a no ser por la crueldad de su
asesinato. Japón, el Medio Oriente quedan tan lejos de mí y, sin embargo, los
siento hoy tan cercanos... El Estado Islámico toca igualmente a la puerta de mi
casa. Esa sonrisa y esa lágrima son también las mías. Sin saber qué dice el
cartel, estoy seguro de que me involucra y también me retrata.
Por: Laureano Marquez
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