Lo han dicho Günther Jakobs y
Eugenio Raúl Zaffaroni, solo por mencionar a algunos ¿Quiénes son? Pues nada
más y nada menos que dos de los teóricos más importantes del derecho penal
moderno: Para el “Derecho Penal del Enemigo” existen solo dos categorías: Las
personas y los enemigos, y esto acarrea importantísimas consecuencias que van
más allá de lo netamente teórico y tienen un profundo impacto en la práctica,
en el “día a día” de la interpretación y aplicación de las normas penales.
De cara a cualquier órgano del
poder público, especialmente ante la administración de justicia, no es lo mismo
ser tenido como “persona” o como “ciudadano” que como “enemigo”. Esto es particularmente cierto en Venezuela.
Una “persona” es un ser humano, con deberes, pero también con derechos
inalienables, uno que no puede ser sometido a un proceso penal sino respetando
importantes garantías que han sido consagradas a su favor, tales como la
presunción de inocencia, su derecho a ser investigado y juzgado en libertad, su
derecho a la defensa o su derecho a que se respete su integridad física y
psíquica y a no ser sometido a torturas o tratos crueles, inhumanos o
degradantes. Un “enemigo”, por el contrario, no es un ser humano, no es
“persona”, así que con él puede hacerse cualquier cosa. Al “enemigo” no se le
respeta su derecho a la defensa, ni su derecho a ser juzgado en libertad,
tampoco se le respeta la presunción de inocencia y, a veces, hasta se le
violenta su integridad física o psíquica, se le tortura, se le incomunica, se le
maltrata.
El “enemigo” no tiene derecho a
un juicio justo, es condenado de antemano, no se espera siquiera que cometa un
delito, se le atribuye directamente la condición de “sujeto peligroso” y, sobre
estas bases, esto es, sobre lo que el sujeto “es” o “se cree que es”, que no
sobre lo que el sujeto en realidad “hace”, se le condena de manera anticipada.
No en balde Zaffaroni equipara al “Derecho Penal del Enemigo”, con el “Derecho
Penal de Autor”, que no con el “Derecho Penal de Acto”, que es el que debe
regir en modelos de Estado como el nuestro.
Jakobs lo explica de manera muy
clara. El “Derecho Penal del Enemigo” consiste“…en sancionar la conducta de un
sujeto peligroso en una etapa muy anterior a un acto delictivo, sin esperar a
una lesión posterior tardía. Se sancionan la conducta y la peligrosidad del
sujeto, y no sus actos…”. En otras palabras, en el “Derecho Penal del Enemigo”
a la persona se la criminaliza no por lo que haya hecho, sino por lo que al
poder le parezca que esa persona “pueda llegar a hacer”. Es una suerte perversa
de retorno al determinismo positivista de Lombroso, Ferri y Garófalo. La
intervención penal, entonces, se basa no en hechos concretos, no en daños
objetivos y verificables a intereses o valores jurídicamente protegidos, sino
en interpretaciones subjetivas, normalmente acomodaticias y coyunturales,
dirigidas a la “Defensa Social” -léase, a la defensa del status quo- contra
individuos que, al capricho del intérprete de turno, son tenidos como
“peligrosos”.
Es una suerte de “adelanto de la
punibilidad”, y así el “Derecho Penal del Enemigo” es, por su naturaleza,
profundamente autoritario, profundamente inhumano. No existe nada más contrario
a las garantías democráticas, a las garantías que nacen del Estado de Derecho y
a los DDHH que intervenir penalmente a un ciudadano, esto es, someterlo a
investigación y a juicio penal y castigarlo, por algo que no ha hecho, por un
daño que no ha causado, por un delito no cometido, solo porque el poder “cree”
o “piensa” que se trata de una persona “peligrosa” que “eventualmente”, a
futuro, puede cometer algún delito o hacer algo que al gobierno, sensible en
extremo a la crítica, le “parezca” que pueda ser disfrazado de delito.
En esto es importantísimo
ponderar el inmenso peso que tiene el poder en la capacidad atributiva de
“roles” sociales. En contextos políticos como el nuestro, en la atribución
“anticipada” de responsabilidades penales, en el proceso de estigmatización de
una persona cualquiera como sujeto “peligroso”, juega un papel fundamental el
gobierno. En Venezuela esto lamentablemente es la regla.
Chávez, por ejemplo, en cadena
nacional atribuyó a los comisarios y a los PM la cualidad de “criminales”, y
ello bastó para que todos ellos fuesen injustamente condenados. Por otro lado,
coronó a los “Pistoleros de Puente Llaguno” como “héroes de la revolución” y
llegó hasta decir, haciendo valoraciones jurídicas que no tenía atribuidas ni
estaba en capacidad de hacer, que habían actuado en “legítima defensa”, todo lo
cual condujo a su absolución plena. También fueron estigmatizados desde el
poder como “criminales” y hasta como “terroristas” los que se sumaron al “Paro
Cívico Nacional” de 2002-2003, los que reclamaron con sus firmas un Referendo
Revocatorio en 2004, los que protestaron contra el cierre de RCTV y contra la
reforma constitucional en 2007, y así sucesivamente, todos los que en algún
momento han alzado su voz contra el gobierno. La consecuencia de todo esto ya
se conoce: La real y sistemática criminalización formal de la protesta y de la
disidencia. Más de 2000 investigaciones penales abiertas, solo en relación a
las más de 9000 manifestaciones del año pasado, conducidas además de una manera
en la que queda claro que no se trata a los ojos del poder de “personas” sino
de “enemigos”, dan fe de ello.
Maduro, sin que haya terminado el
juicio, condena y estigmatiza como “monstruo” y como “asesino” a Leopoldo
López, y se apoya en todo el poder mediático del gobierno para propagar y
mantener la mácula. Que las pruebas presentadas en su juicio no lo vinculen a
la comisión de delito alguno, no importa: López es un “enemigo” contra el que
“todo vale”, incluso la trampa. Hace pocos días, usurpando funciones que no le
corresponden y violentando la presunción de inocencia que tiene rango constitucional,
llegó hasta a tarifar las “pruebas” que se utilizan contra Antonio Ledezma como
“plenas pruebas” de sus supuestos “delitos”, y hasta le asignó el mote
despersonalizador y deshumanizador, de “el vampiro”. El mensaje está claro:
para el poder Ledezma no es un ser humano, no tiene derecho a ser tratado como
tal, es un “enemigo”, es un ser “peligroso” y “maligno”.
Así, la responsabilidad penal en
Venezuela en los casos políticos no la determinan los tribunales siguiendo las
normas o respetando los principios que establece nuestra Carta Magna, tampoco
depende de que hayas cometido un delito o no. Está sujeta a lo que se diga o se
deje de decir de ti en una cadena nacional, depende de si eres visto por el
poder como un “enemigo” o como una “persona”.
Todo opositor está “bajo
sospecha”, todo disidente es “peligroso”, y todos deben ser criminalizados
aunque jamás les haya pasado por la mente cometer un delito. Es pecado la
queja, la protesta, el atreverse a exigir en paz un cambio de rumbo. Ya no somos
seres humanos, todos somos “enemigos”.
Por Gonzalo Himiob Santomé /@HimiobSantome
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