Si fuese el momento de hacer una
especie de inventario de los últimos 17 años, que fue lo que duró en Chile el
segmento más cruel y autoritario de la dictadura de Pinochet, veríamos muchas
coincidencias en cuanto a represión, persecuciones y carencia de libertades
ciudadanas, y cifras muy dispares en cuanto a calidad de vida, empleo,
alfabetismo, déficit de viviendas e índice de pobreza. El proceso bolivariano
recaló en las peores estadísticas.
Si era grande la indignación y el
rechazo a los abusos y atropellos que se cometieron en ese campo de
concentración provisional que fue el Estadio Nacional de Santiago de Chile, en
el caso de Venezuela la indignación está cargada de vergüenza y decepción.
No
ha habido ni la valentía ni la probidad de exigir que se investiguen los hechos
ocurridos hace dos años, cuando se asesinó a estudiantes y trabajadores de
certeros tiros en la cabeza y se sometió a los detenidos a situaciones abusivas
no solo en cuanto al derecho de protestar, sino que también se violaron sus
derechos humanos de manera contumaz.
Un “Estado Social de Derecho”,
que es como define al venezolano la constitución aprobada en 1999, no puede
permitir ni desentenderse de las crueles situaciones vividas; es inadmisible
que todavía no se haya castigado a quienes usaron la fuerza de manera
desproporcionada e ilegal, y además convirtieron la justicia en tribunales de
venganza y de persecución política.
La sociedad ha estado indefensa y
silenciosa, atemorizada. De una manera sistemática y permanente el “proceso”
acorraló la prensa y exterminó la libertad de expresión, esto es apenas el
ruido de una aguja al caer. Al principio, cuando un periodista perdía su
espacio, a pesar de los reiterados casos, se consideraba como un asunto
personal con el dueño del medio o un “arreglo” del medio con el gobierno. Cada
día la tenaza se cierra más, y la posibilidad de informar a la mayor cantidad
de venezolanos es más una aspiración frustrada.
Pese a que perdieron credibilidad
y prestigio, que se entregaron con armas y bagajes, dos o tres ex periodistas
que han funcionado como operadores políticos y pisoteado el oficio, lo han
embarrado, pretenden continuar siendo faros anunciando futuro donde no lo hay.
Un tercero, desde el “exilio” hasta se atreve a pronosticar transiciones y
nombres. Al final los tres coinciden en fomentar la inopia, la resignación, la
derrota autoinfligida. Tiempo de retirarse. Ya se les fueron los quince minutos
de gloria, ahora tienen el rechazo de la eternidad. Permuto prensa libre por
hombre nuevo, incluidos los guilindajos ideológicos.
Por: Ramón Hernández
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