Tristeza que el nombre de
Venezuela esté en el mercado del regateo por empréstitos que en cartel de
grandes dimensiones se acota: no es confiable. Sin lugar a dudas se siente el
estado ruinoso de los fondos de la nación.
Menos de quince años bastaron para arruinar el tesoro nacional y dejar
al país en el penoso trance de pedir prestado porque se le pasó raqueta a los
fondos de la nación. Nada queda de ese portentoso ingreso de los petrodólares.
Un país sin conflictos con sus
vecinos y tanto más allá de nuestras fronteras. Una nación sin la desgracia de
desastres naturales que habrían de requerir cuantiosas sumas de dinero para
atender las emergencias que hechos de tal naturaleza implican. Una nación sin
conflictos políticos internos ni emergencias por invasiones del más allá que
habrían de reclamar espacios con grandes inversiones para los aposentos de los
espíritus de mal agüero. En fin, una Venezuela libre de conflictos, más allá
del vocerío que alimentaba pasiones de lo que solo la mojigatería se daba ínfulas
de ultratumba con poderes excepcionales. Nada, simple y llanamente, nada,
justificaba en lo absoluto sobrecargar el presupuesto nacional de presurosos
financiamientos externos ante los requerimientos de situaciones excepcionales.
La ambición desmedida de la oportunidad no podía ser desaprovechada. Todo
estaba allí a la espera del sarao impúdico.
Pero al acecho merodeaba la
ambición de poder. La riqueza impronta y deleznable miraba con premura los
dólares petroleros que entraban a la tesorería nacional contantes y sonantes
con el barril de petróleo a más de cien billetes verdes. Muchísimo dinero para
los facinerosos de la impronta oportunidad del proceso. Así, a sus anchas
panchas, fuera de todo control administrativo y para corolario con una oposición
menguada, vacilante y bobera, estaba allí ese tesoro refulgente, también con
las barras del preciado metal que vislumbraba y enloquecía.
El tiempo y los acontecimientos
abren nuevos espacios y quién sabe cuál será el destino de la opulencia abyecta
cuando la legalidad se imponga. Dicen que la política da y quita. Pero además,
condena.
El pueblo está en la calle en
defensa de sus derechos fundamentales. Así en su momento y santa comunión con
la fuerza de la ley en un Estado de Derecho virtuoso, sabio y profundamente
revestido de suprema dignidad, dejarán para siempre en la Venezuela que habrá
de emerger con la supremacía de su historia republicana, la rectitud de sus
procederes en el ejemplo de sus actuaciones honorables en el marco de la
justicia y en su más elevada misión de virtud ciudadana.
La sociedad venezolana ha sufrido
durante largo tiempo la intemperancia de procederes contrarios a la honradez
administrativa. Lo que significa alta valoración del ejercicio de la función
pública. Ante ello está el pueblo venezolano en las calles con las consignas en
el alma: la libertad y la democracia.
Acciones sombrías en la función
pública dejan al descubierto la apropiación indebida de los dineros de la
nación. Todo eso recorre el mundo en la más absoluta demostración de la
defenestración de todo resquicio legal administrativo en Venezuela durante tres
lustros de degeneración política administrativa. Ello ha representado la
fatalidad totalitaria que deja a Venezuela en uno de los trances más dolorosos
de su historia contemporánea.
Venezuela está allí, en la
fortaleza de los ciudadanos libres con la dignidad del ideal democrático. Y en
ello se abre paso la reconstrucción en todas las dimensiones de lo exigente y
necesario.
Por: Rafael Bello
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