Los estadounidenses no son un
poder amoral a pesar de todos sus desmanes. Por lo menos, en algunos miembros
de su clase dirigente, habita el honor y los principios.
Recuerdo muy bien el revelador
texto del senador William J. Fulbright: La Arrogancia del Poder (1966) donde su
autor dejó dicho: "La crítica al propio país es más que un derecho: es un
acto de patriotismo". Obviamente que los halcones y puritanos, extremistas
recalcitrantes, amantes de la guerra, protestarán ésta premisa.
El Senado de los Estados Unidos
acaba de dar a la luz pública un Informe sobre la CIA y las prácticas
irregulares que adoptó en su lucha contra el terrorismo luego de los atentados
del 11 de Septiembre de 2001. Lo que llama la atención es que el sistema
político estadounidense se hace contraloría así mismo desde los distintos
poderes para evitar la usurpación y el abuso en contra de la propia ciudadanía
y las leyes de la nación.
Que un Presidente, escaso
intelectualmente y con tan mala reputación, como Bush (hijo), justifique la
tortura hacia sospechosos, en su mayoría inocentes, y prácticas inhumanas como
el waterboarding (ahogamiento simulado), contrasta con las recientes
declaraciones de Obama condenando esas torturas.
No había necesidad de esperar ese
controversial informe que ha sacudido la conciencia moral de la sociedad
estadounidense para saber que el Poder aplasta. Luego de Hiroshima y Nagasaki
los Estados Unidos abandonan su aislamiento y se dedican a defender su status
de gran potencia mundial: Berlín, Corea, Vietnam, Cuba, Medio Oriente, Irak,
Afganistán son los escenarios más visibles de una lucha frontal hacia enemigos
reales e imaginarios y donde se planteó el "todo vale". La CIA no
sólo se ha dedicado a espiar en el exterior sino también a sus propios
ciudadanos. La CIA se comporta como una institución fuera del control político
y sus directores actúan desde las sombras.
En una película reciente, La
noche más oscura (Zero Dark Thirty) del año 2012, se nos muestra sin tapujos
como el Gobierno estadounidense utilizó la guerra sucia para perseguir a Osama
Bin Laden, líder de Al-Qaeda, hasta conseguir su asesinato. Uno se conmueve por
el fervor bien intencionado de algunos dirigentes del Tío Sam, sólo que los
practicantes de velar por los intereses imperiales, son unos enfermizos
recurrentes en violar las leyes internacionales y los derechos humanos apelando
al horror.
Reagan y Bush (hijo) fueron
presidentes fanatizados por una idea de cruzada bajo la inspiración de un
Destino Manifiesto que coloca a Dios como supremo aliado. Visto así el asunto
lo normal es que se manipulen las emociones viscerales alrededor del orgullo
nacional herido y la venganza reparadora. Basta con visitar hoy a los Estados
Unidos para advertir que es una sociedad atemorizada y que vive en constante
estado de alerta. Con todo, algunos de sus más fundamentales dirigentes, siguen
apelando a la autocrítica valiente y "patriótica".
ÁNGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCÁN
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