¿Dónde estamos parados?
Aunque hace tiempo el gobierno
venezolano juró pulverizar al dólar paralelo, esta ha sido una promesa muy dura
de cumplir. Ni reformas de ley ni aperturas a medias de mercado. Mucho menos
controles aplicados para otorgar divisas o el cambio de nombre de Cadivi a
Cencoex. Nada ha logrado disipar la volatilidad del mercado negro. Y lo cierto
es que hoy ahí un dólar vale más de 100 bolívares.
Es decir: el billete de más alta
denominación en el país vale menos que un dólar americano.
Sin embargo, no toda esta década
fue así. Hasta 2010 y durante cuatro años, en Venezuela se movió un mercado
permuta mediante bonos de deuda pública y el dólar negro casi ni existía. De
hecho, cuando el Gobierno decidió cerrar aquella plaza alternativa la
cotización del dólar negro no pasaba de los siete bolívares.
Incluso, después del cierre del
alternativo se mantuvo cierta estabilidad con la creación del Sitme, un
mecanismo controlado por el Banco Central de Venezuela (BCV) que proporcionó
divisas al mercado, pero también condenó al Estado a endeudarse para alimentar
el inventario de bonos con el cual funcionó durante dos años.
Pero en realidad lo que evitaba
una subida mayor en aquel momento era la disposición de divisas que tenía
Venezuela. Hace cuatro años, a pesar de la caída de la economía nacional en
2009 y de la crisis internacional, las reservas del país estaban en 30.000
millones de dólares y las líquidas en al menos 6 mil millones. No existía la
deuda comercial actual y las notas de deuda de las calificadoras de riesgo
estaban entre B+ y BB-. Y el presidente Hugo Chávez Frías no había anunciado su
enfermedad.
Hoy la historia es otra
El ahorro en dólares de la
república bajó a 19.811 millones de dólares y las reservas más líquidas están
en 2.252 millones, según el último estado financiero del BCV. Tan sólo la deuda
comercial ya supera ese ahorro en moneda dura. Y según la firma Ecoanalítica,
esos compromisos superan los 23 mil millones de dólares, tomando en cuenta
importaciones no liquidadas y pendientes por servicios (como aerolíneas y
seguros).
Y hay más señales de que la
disposición de divisas del gobierno ha descendido: las importaciones del sector
privado se redujeron 31,9% durante el primer semestre, según los números del
Instituto Nacional de Estadísticas (INE), al caer a 5 mil millones de dólares.
Y las públicas no crecieron: se estancaron en 7.100 millones de dólares.
Además, los excesos de dinero en
este momento complican el escenario y aceleran la inflación: la anualizada está
en 63,4%, según el BCV. Esta condición estimula la demanda de dólares y
acentúan la cotización del paralelo. “La presión en el dólar negro tiene que
ver con el desequilibrio fiscal y el financiamiento monetario del BCV a las
empresas públicas, especialmente PDVSA”, indicó Asdrúbal Oliveros, director de
Ecoanalítica.
En efecto, este factor –que no
existía hace cuatro años– influye en la volatilidad que tiene actualmente el
dólar negro. Desde el 2011, luego de las modificaciones hechas a las leyes del
ente emisor, el BCV comenzó a financiar a la petrolera estatal con compromisos
de pagos a futuro (o pagarés) como respaldo. El método se profundizó: sólo en
este año ese financiamiento subió 29% y alcanzó los 409.881 millones de
bolívares al cierre de septiembre.
No mejora el enfermo
A este contexto se le suma la
caída que sufre el precio del petróleo. Esta semana la cesta venezolana cerró
en 72,80 dólares por barril. Y la baja ha sido recurrente: de 99,11 dólares por
barril en junio a 75,79 en octubre. Una mala racha, por decir lo menos, tomando
en cuenta que la entrada de dólares de Venezuela proviene en un 97% del crudo,
cuando hace 16 años era un 78%, según las estadísticas del BCV.
Y hay más. Víctor Silva, director
de Kapital Consultores, recuerda que durante esos mismo 16 años la producción
nacional de crudo cayó 25%, mientras que la mundial subió 18%: “durante ese
tiempo los precios petroleros subieron 450% y no se aumentó la producción en el
país. Ese objetivo se hace más difícil ahora que están bajando”.
El anuncio del presidente Nicolás
Maduro sobre traer divisas de los fondos parafiscales (Fonden, Fondo Chino) e
incluso de Bandes, Banco de Venezuela, Banco del Tesoro y Banco Industrial de
Venezuela a las arcas del BCV pareció una medida positiva para mostrar cuentas
más azules que rojas. Sin embargo, la proclama parece diluirse con el pasar de
los días.
Según números de Ecoanalítica, el
Estado tendría recursos parafiscales cercanos a los 15 mil millones de dólares,
pero ese dinero aún no se refleja en los balances nacionales. Quizás por eso
algunos agentes del mercado dudan de esos sobrantes. Más aún cuando el último
pago de deuda hecho este año al parecer golpeó las ya sentidas reservas
internacionales.
El último informe de Barclays
Capital sobre Venezuela indica que esta transferencia de fondos no sólo le
daría más transparencia al manejo de estas figuras, sino que además mostraría a
los mercados extranjeros una mayor fortaleza del Estado para amortiguar la
caída en el precio del crudo. Mientras tanto, este banco de inversión indica
que en la diversidad de moneda dura que muestra actualmente el ente emisor “es
imposible conocer la liquidez, la calidad y la evaluación hecha a estos
activos”.
Si bien se efectuó el pago que
este año debía hacer la República a los tenedores de bonos de deuda por
vencimiento (US$ 1.800 millones), algunas agencias disminuyen las
probabilidades de pago de Venezuela a futuro. Standard & Poor ‘s fue una de
las que rebajó la nota este año a CCC+, algo que implica un riesgo de default
(es decir: que no se cancele capital e intereses por títulos de deuda) en los
próximos dos años.
“Una estrategia financiera que
podría usar el Estado en este momento es comprar su propio riesgo. Recoger
deuda barata. No sería la primera vez que Venezuela hace algo así”, señala
Alfredo Bozo, director de Solfin Valores. En general, los mercados
internacionales vuelven a castigar a Venezuela. Los bonos criollos están
pagando un rendimiento de 28%, mientras que otros países, como Bolivia, por
ejemplo, paga 4%. Ese número termina de alejar la posibilidad de que el Estado
pueda buscar financiamiento en divisas en inversionistas extranjeros.
Correr la arruga
En este difícil panorama, los
ajustes siguen quedando para después. Aunque para este 2014 se prometió un
“sacudón económico”, hasta este último trimestre que ya transcurre el ajuste
necesario aún no se da. Y para el próximo año parece más difícil llevarlo a
cabo, pues hay en puertas elecciones legislativas.
El último informe de JP Morgan
sobre Venezuela indica que se perdió “una oportunidad de oro”. Estima que era
el momento propicio para realizar los ajustes macroeconómicos necesarios, luego
del gasto excesivo de los dos años electorales anteriores y consecutivos
(2012-2013). Sin embargo, la entidad indica que la economía se ha tenido que
adaptar a restricciones en la balanza de pago, endurecimientos en los controles
de capital y recesión. Y todo eso se ha reflejado en una contracción de la oferta
que no ha estado acompañada de medidas que enfríen la demanda.
La recuperación que brindó la
creación del Sicad 2 como un nuevo mercado alternativo también se desvaneció.
Su efecto perdió fuerza al no funcionar como un mecanismo “ciego” (la asignación
aplicada es desconocida). Tampoco existe una metodología clara en cuanto a la
formación del precio. Y los volúmenes han bajado: pasaron de aproximadamente 50
millones de dólares diarios a unos 30 millones, según agentes del mercado.
Quedan por tomar decisiones como
el aumento de la gasolina, cuyo subsidio implica alrededor de US$ 12 mil
millones, y reestructuraciones en los convenios con Petrocaribe, que pudieran
significar US$ 6.000 millones, según cálculos de la firma Kapital Consultores.
Además de devaluar el bolívar o efectuar la unificación cambiaria (que, si bien
no traería más divisas, incidiría en la demanda de dólares y así también en la
cotización de la divisa negra). Pero los analistas insisten en que “mientras
las medidas sigan tomándose de manera aislada, el efecto seguirá siendo
marginal. Se toman decisiones tardías y se atacan los síntomas, no las causas”,
como indicó Silva.
Ese conjunto de decisiones se
desdibuja en un año de comicios. Y lo único que podría cambiar esa costumbre de
aumentar el gasto en campañas electorales es la caída actual en el precio del
crudo o una intensificación de esa baja. Por ahora la arruga se sigue
corriendo… y las presiones cambiarias lo siguen reflejando.
Por Carjuan Cruz.
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