Si algo está dejando la
revolución en el ADN del venezolano son los signos del cambio en la persona
individualmente considerada y, también, como parte del colectivo. Un verdadero
cambio. No se sabe si así lo imaginó el comandante fallecido, pues no quedó ni
una letra escrita sobre este aspecto. No creemos que el producto de 16 años de
revolución sea el Hombre Nuevo, pues eso es más viejo y es más del Che Guevara
y Fidel Castro que de Chávez, quien, como en otras cosas, más bien repitió el cuento.
Veamos.
El venezolano de estos tiempos o
no está en país o ya no quiere estar por estos lados. Ya no importa ni la edad
ni la profesión. Tampoco si se tiene plata o no. Es la huida general sin ningún
disimulo y sin pena, especialmente entre los más jóvenes. No ven nada de
futuro, no ven ni un trabajo decente y se cansaron de hacerle las colas a la
mamá para comprar la harina o jabón. Ni siquiera importa que en el extranjero
tenga que trabajar en una cocina de lunchería o estacionando carros. Como dicen
los cubanos: no importa limpiar piscinas en Miami Beach. Lo que de verdad
importa es salir de Cuba. Así que ya no hay arraigo en el venezolano y menos
apego por el terruño. El venezolano del siglo XXI es lo que en Colombia y en
los Andes llaman "ensotao" y que se traduce en aislado, encerrado.
Sale al trabajo, si es que está trabajando, y de su casa no los sacan ni para
remedio una vez y comienza la hora de Drácula. De noche y oscuro nada qué hacer
en las calles y menos en las grandes ciudades. El centro de Caracas, por
ejemplo, muere a las 6 y media. Santamarías abajo y a correr todo el mundo,
salvo que el Gobierno se esté gastando una montaña de dólares montando un espectáculo
tipo Suena Caracas. Eso es excepcional. Y bastantes cuentos que dejó el show.
El venezolano de estos tiempos socialistas se arma de películas pirateadas, se
come la programación del cable o exprime Internet. Si de tragos se trata serán
en casa de alguien y temprano. Nada de bares, restaurantes. Y preferiblemente
en taxi tanto para ir como para regresar. Andar en carro de noche es una
especie de carnada para los malandros, especialmente si son motorizados. Carro
estacionado en la calle está en peligro letal. Se lo pueden llevar completo o
lo dejan sin batería o un caucho. De todo vale.
El venezolano después de 16 años
de revolución le saca el jugo a la ropa hasta que se vuelve leña. Un blue jean
común y corriente cuesta 3 mil bolívares tísicos o tres millones de los de
antes. Nada más. Además no cree en el bolívar. Dólares o euros. El bolívar es
para pasar el día y gastarlo lo más rápido posible. Cuando encuentra un
producto que falla en las vitrinas, compra de a cuatro. Sabe que mañana no
habrá. Y se ha vuelto un experto en el trueque. Medicinas por harina es el
clásico.
Y, justo ahora, no cree en nadie.
Ni en el Gobierno ni en la oposición. Ni en espantos ni en cuentos de camino.
Ni en encuestas ni en líderes. Sobrevivencia pura. Pragmatismo puro.
Otros tiempos.
ELIDES J. ROJAS L. | EL UNIVERSAL
erojas@eluniversal.com
@ejrl
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