“¿Por qué los políticos son tan
corruptos?” - El vecino en el asiento
del bus leía gratis en la página del periódico que yo mantenía abierta y no
pudo evitar su pregunta. “El ex primer ministro portugués José Sócrates ha sido
enviado a prisión”, decía el titular. Un caso más de los cientos que nos
informan de la corrupción política de nuestro tiempo. No supe que responder. Al
fin lo hice del modo más elusivo: “Esa pregunta también yo me la he hecho
muchas veces”.
¿Por qué los políticos son tan
corruptos? La pregunta quedó rondando en mi cabeza. ¿Será que el ser humano es
corrupto por naturaleza y los políticos exponentes públicos de nuestra propia
corrupción?
Pensé que esa respuesta podría
haber sido aceptada por mi vecino en el bus. Aunque he de confesar que ese
recurso de echarle la culpa a la madre naturaleza por todos nuestros pecados no
me parece muy honesto. Nadie sabe en verdad como era nuestra naturaleza antes
de ser sometidos a leyes y otras restricciones. Podría incluso decirse que la
naturaleza nuestra es no saber cual es nuestra naturaleza. Pero no desviemos el
tema. La pregunta es: ¿Por qué los políticos son tan corruptos?
Reitero, no sé si los políticos
son tan corruptos como los no-políticos. La diferencia es que en los políticos
se nota más porque la política es pública. Recién en los últimos tiempos se ha
sabido lo que ocurre en recintos menos públicos. La corrupción en internados
católicos es espantosa. En los cuarteles militares nadie sabe lo que pasa. Lo
que sucede al interior de los bancos, no puedo ni imaginarlo. La política en
cambio, por lo menos en los países democráticos, está sometida a vigilancia.
Los poderes del estado, los partidos opositores y la prensa, están pendientes
de los actos de los políticos. De tal manera, puede ser que el político no sea
más corrupto que otros profesionales. Pero su corrupción es notoria. No ocurre
así bajo una dictadura
Para poner un ejemplo conocido: A
los partidarios de Pinochet en Chile nunca les importó la suerte de los
desaparecidos, las heridas de los torturados, los cuerpos calcinados, ni
siquiera los múltiples casos de mujeres violadas por la tropa enardecida. Eso
no era para ellos corrupción. Todo lo contrario, el general libraba una lucha a
muerte en contra del “comunismo” y en la guerra todo está permitido. Recién
algunos comenzaron a disentir cuando fue descubierto que, además de asesino, el
general era un miserable ladrón. Entre los años 1973 y 1990 Pinochet acumuló
una fortuna de 21 millones de dólares de los cuales 17 no tienen justificación
(es lo que se sabe). Es decir, el corrupto general robaba el dinero de todos
los chilenos, incluyendo el de sus seguidores.
El caso Pinochet es solo un
ejemplo. Después de la caída del muro de Berlín ha sido revelada en profundidad
y extensión la Dolce Vita de las Nomenklaturas. Las dachas del Mar Negro, los mansiones
lujosas, el acceso a filmes prohibidos, las orgías, la pornografía y el consumo
de drogas de los jerarcas, todo eso ya ha sido ampliamente documentado.
La corrupción es parte de la vida
política. Pero mientras en la política pública los berlusconis suelen ser
descubiertos, bajo dictaduras la corrupción es “secreto de estado”. Secreto a
voces que los propietarios del poder tratan de ocultar con leyes en contra de
la corrupción. Así, mientras en los regímenes democráticos la corrupción es
descubierta gracias a leyes, en los no-democráticos es escondida debajo de
leyes. El problema, menos que en leyes está entonces en el grado de
transparencia política de cada nación.
El tema de la corrupción de los
políticos no es nuevo. Podríamos decir que se encuentra en los propios
fundamentos de la política moderna. Dos de sus más esclarecidos fundadores del
siglo XVl, los florentinos Nicolás Maquiavelo (Discorsi) y Francesco
Guicciardini (Dialogo e Discorsi) pusieron el tema de la corrupción política en
el centro de sus reflexiones.
Muchas coincidencias había entre
los dos grandes pensadores. Ambos estaban de acuerdo en que la corrupción es
inherente a la degeneración de un orden político. También en que la corrupción
aparece cuando los representantes se desligan de la comunidad a la cual
pertenecen. Y no por último, que bajo corrupción debe entenderse la renuncia de
los políticos a las virtudes ciudadanas, dejando la administración de la ciudad
librada a los avatares de la “fortuna”.
Solo en un punto había entre Maquiavelo
y Guicciardini una diferencia sustancial.
Para Maquiavelo la corrupción
debía ser superada mediante una mayor centralización. Guicciardini opinaba
justamente lo contrario: la administración y la formación de gobiernos locales
era el mejor antídoto para que los políticos no vivieran alejados de la
ciudadanía.
Esa diferencia ha continuado
haciéndose presente en la historia de la filosofía política. Es también la
diferencia entre dos ideales. Mientras Maquiavelo adhería al ideal romano,
Guicciardini estaba más cerca del ideal griego de la política. O en otras
palabras: Mientras Maquiavelo era más republicano que demócrata, Guicciardini
era más demócrata que republicano. Haciendo una extrapolación podríamos decir
que en la filosofía política de nuestro tiempo, Carl Schmitt representaría el
ideal de Maquiavelo y Hannah Arendt el de Guicciardini.
Naturalmente, el ideal de
Guicciardini trae consigo riesgos. Puede ser que en una democracia la
corrupción de los políticos sea más fácil de controlar. Pero también es cierto
que la visibilidad de la corrupción puede volverse en contra de la misma
democracia, y eso es lo que pensaba seguramente Maquiavelo.
Mientras más democracia, más son
los casos de corrupción que se conocen pero a la vez más son los demagogos que
en nombre de la lucha en contra de la corrupción aguardan la hora para destruir
a la democracia. No hay más alternativa entonces que correr con los riesgos.
Hay problemas cuya solución es peor que el problema.
¿Quién dijo que vivir en
democracia es fácil?
Por: Fernando Mires
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