La extraordinaria dotación de
recursos petrolíferos de Venezuela y la situación favorable de los precios del
crudo durante la última década, que a pesar de su caída reciente aún se
encuentran a niveles históricamente altos, contrastan con varias tendencias muy
preocupantes que ha venido experimentado la industria petrolera nacional y
sobre las cuales es necesario actuar estratégicamente.
Caída en la producción en un
periodo en que ha debido crecer aceleradamente.
Diversas fuentes difieren en el
nivel de producción de Venezuela, pero todas coinciden que el país produce
mucho menos petróleo que en el pico de 1998 o incluso que en 2008.
Conservadoramente la caída es de unos 750 mil barriles diarios con respecto a
su pico (o cerca del 25%), cuando estaba previsto aumentarla en más de dos
millones de barriles diarios. En ese mismo periodo casi todos los productores
relevantes de crudo incrementaron su producción, aprovechando los altos niveles
de rentabilidad generados por los altos precios. Por tanto, la participación de
mercado de Venezuela ha caído considerablemente (35% desde el pico), y el país
tiene la menor tasa de producción, a nivel mundial, en relación a sus reservas
probadas.
Caída de la producción de crudos
convencionales, más que proporcional con respecto a la producción total,
particularmente de medianos y livianos. Solo parcialmente compensada por el
incremento de producción en la Faja. En 1998 la proporción de crudos pesados y
extra-pesados era de alrededor del 30% del total, mientras que hoy se aproxima
al 60%. La declinación de áreas tradicionales ya tiene más de una década en el
Lago de Maracaibo, donde desde 2008 la producción ha caído más de 30% y
recientemente se ha acentuado por su rápida caída en los campos más productivos
del norte de Monagas (especialmente El Furrial), donde la producción ha
colapsado en solo cuatro años en más de 25%. Esto es particularmente
problemático porque tales han sido los campos más rentables, las “vacas
lecheras” de PDVSA, y sus crudos son necesarios para diluir los crudos
extra-pesados de la Faja, que es la única región que está incrementando su
producción. De allí que estemos importando cada vez más crudo liviano de África
y productos de Estados Unidos como diluentes. La cesta venezolana es por tanto
cada vez más pesada y menos rentable.
La producción propia de PDVSA cae
también más rápido que la producción total, mientras que la producción de las
empresas mixtas se ha incrementado levemente, lo que implica que la mezcla de
producción genera un menor flujo de, dado que los socios poseen hasta 40% del
capital de estas empresas. La proporción de producción propia cayó de 80% en
2000 a menos de 60% hoy en día.
Caída de las exportaciones
petroleras netas, más que proporcional con respecto a la producción, debido al
incremento del consumo en el mercado interno, al contrabando de extracción y al
a importación de productos, que generan grandes pérdidas. Las exportaciones
netas han caído en más de un millón de barriles diarios desde su pico en 1998,
casi un 40%. De manera que también esto implica que la producción de petróleo
se hace menos rentable para el país.
Casi toda la reducción en las
exportaciones ocurrió en nuestro mercado más rentable, el de Estados Unidos,
mientras buena parte de nuestras exportaciones a Latinoamérica y el Caribe son
altamente subsidiadas, y las exportaciones a Asia reportan márgenes menores por
los mayores costos de transporte.
Además una parte importante de
las exportaciones a Asia, que son las que se han incrementado, se utilizan para
repagar los créditos chinos, por lo que no generan flujo de caja a PDVSA. De
manera que apenas unos 1.4 millones de barriles diarios, poco más del 50% del
total, generan ingresos reales de caja a la estatal.
En lo operativo y financiero las
tendencias son también alarmantes y lo eran aún antes de la caída de precios.
La producción por empleado ha
colapsado en los últimos años, en más de 70% desde 2001, resultado de la
combinación de aumento explosivo de la nómina con descenso en la producción.
Los costos por barril se han incrementado considerablemente, en parte por la
apreciación del tipo de cambio oficial, pero también por la notable merma en la
eficiencia.
La deuda financiera externa de la
petrolera se ha incrementado de forma vertiginosa al pasar de unos 3 mil
millones de dólares en 2006 a más de $45 mil millones hoy en día. Ese monto no
incluye los pasivos con proveedores, socios, empresas expropiadas, ni con el
BCV. El pasivo con el ente emisor superaba los 800 mil millones de bolívares
durante el primer semestre de 2015. El incremento exponencial de las deudas,
cuando se gozaba del auge de precios más grande de la historia, no se vio
reflejado en incrementos significativos en la inversión, por lo que
esencialmente fue usado para financiar gasto público.
La inversión en exploración y
producción se ha estancado en términos reales. De hecho el número de taladros
en operación viene cayendo, a un promedio así: 64.5 durante el primer semestre
de 2015, 68 en 2014 y 72 en 2013; cifras muy inferiores a las que se obtuvieron
en el pasado (por encima de 100 taladros operativos cuando la producción
ascendía).
Finalmente, el colapso del precio
del petróleo, constituye la más reciente, pero más devastadora circunstancia
para PDVSA y para el país.
Estas son apenas algunas de las
tendencias alarmantes que enfrenta la industria petrolera venezolana. Excepto
la caída de precios, ninguna es nueva, todas tienen varios años ocurriendo,
pero hasta ahora habían sido eclipsadas por el espectacular ascenso en los
precios que ocurrió durante la década pasada, el cual daba margen para todo. A
partir del colapso del precio en 2014, el tablero de PDVSA está lleno de luces
rojas, y el Estado venezolano, que depende en forma creciente de la empresa,
está también en emergencia, por lo que no le puede otorgar un respiro limitando
sus demandas de recursos.
Es justo destacar que
recientemente PDVSA, más claramente desde que está Eulogio Del Pino a su
cabeza, ha asumido una política más pragmática, tratando de atenuar algunas de
estas tendencias negativas. La producción en la Faja se ha venido
incrementando, compensando parcialmente la caída en crudo convencional. Las
exportaciones subsidiadas a la región se están reduciendo. La relación con los
socios de las empresas mixtas está mejorando. Pero todavía estamos muy lejos de
ver una estrategia clara de recuperación de la estatal y del sector, aunque si
la comparamos con otras áreas del gobierno, al menos se nota un intento de
rectificación. Por desesperación o pragmatismo, lo cierto es que hay un viraje
en marcha.
Sin embargo, como en otras áreas,
la credibilidad institucional es muy baja y el nuevo escenario de precios hace
cuesta arriba revertir las tendencias negativas sin un cambio muy fundamental
en la conducción, en las instituciones, y en las políticas del gobierno. El
daño causado a la industria petrolera nacional, precisamente cuando tuvo sus
mejores oportunidades, es incalculable y muy difícil de reparar. Es imperativo
plantearse una nueva estrategia petrolera para Venezuela, adaptada a las
realidades actuales de nuestra industria y del mercado internacional, y que
logre obtener un consenso básico en la sociedad. Este será uno de los
ingredientes esenciales para la recuperación del país.
Por: Francisco J. Monaldi.
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