Quien escribe siempre fue bruto
en materia de economía. No entiendo la naturaleza de los procesos
macroeconómicos, ni eso que llaman los equilibrios de las cuentas nacionales.
Sin embargo, no hace falta ser un Nobel de economía para darse cuenta de que al
país no le espera otra cosa sino hundimiento para los próximos tiempos. Hasta
ahora la destrucción de Venezuela ha sido un magnífico negocio para muchos.
Para los que ya eran multimillonarios, porque han sacado excelentes dividendos.
Para los que no tenían dinero pero consiguieron poder, también.
Estos últimos
han amasado nuevas espectaculares fortunas mal habidas que retumban en Andorra,
Suiza y otros paraísos fiscales. Los sectores medios han contado con ventajas
como el cupo de CADIVI, uno de los mejores negocios improductivos de la
historia, porque te permite ganar dinero al tiempo que viajas (algo que para el
resto de la humanidad supone un gasto inevitable). También para los menos
favorecidos han surgido originales oportunidades de lucrar, como el
“bachaqueo”, por ejemplo, que produce ingresos que nunca se podrían conseguir
con un salario, por muy decente que este sea. Hay cosas en Venezuela que si se
arreglaran -como el tema de la producción y suministro de alimentos sin
regulaciones absurdas- ello significaría la quiebra de mucha gente que ya vive
de eso. Una administración pública honesta destruiría demasiados negocios. Una
economía que dependa de la eficiencia productiva y no del beneficio extraordinario
que produce el desbarajuste cambiario, sería una calamidad para algunos que ya
no saben trabajar decentemente.
Sin embargo, al margen de lo
señalado, la Venezuela de este tiempo, como suele acontecer en los periodos de
anarquía y caos, se acerca a un momento en el cual la situación no será
conveniente para nadie. Los dólares se acabaran, la presión de la deuda nos llegará,
no habrá productos que bachaquear, ni combustible que vender al otro lado de la
frontera. Cuando ese momento llegue, el país sin duda cambiará, no nos quedará
otro camino que el trabajo, en todos los sentidos de la palabra: trabajar y
pasar trabajo, que parece que es la única manera que tienen las naciones de
progresar y entender. Pasaremos trabajo porque las medidas que se tendrán que
tomar serán necesariamente muy duras, como consecuencia de tantos años de
desidia, pero aprenderemos la lección de los antiguos griegos: solo se progresa
de verdad cuando la polis es floreciente.
Entonces, como diría Lenin, “¿qué
hacer?” frente a lo que viene. Lo primero meter la cabeza entre las piernas y
colocarse en posición de impacto para capear el temporal de calamidades que se
avecinan. Es esencial tratar de sobrevivir, al hampa, a la cárcel, a la
escasez, a las inhabilitaciones y al sinnúmero de dificultades que ya los
expertos vislumbran. Frente a esto, los venezolanos de bien, es decir, la
mayoría, solo tienen las dos opciones que son las que en la práctica han venido
tomando en los últimos tiempos: emigrar o tratar de resistir desde la certeza
de que es inevitable que esto cambie cuando las contradicciones sean
insalvables. El país está lleno de gente que resiste: empresarios que producen
a pérdida para no cerrar sus industrias, agricultores que insisten en sembrar
arroz en Portuguesa, profesores universitarios que continúan dando clases con
un sueldo de menos de 50 dólares, periodistas que dan la cara por la libertad
de expresión, médicos que salvan vidas con las uñas, estudiantes que se forman
en la excelencia y una infinidad de etcéteras tan diversos como la complejidad
del país. Irse también es una manera de resistir, sobrevivir y preparase es
también hacer patria. Vivir fuera, en la hostilidad del mundo desarrollado, en
esa selva que es para uno el imperio de la ley, no es nada sencillo.
La resistencia tiene que ser
activa, cada uno de nosotros tiene que contribuir con su talento, inteligencia
e integridad a que una Venezuela como la que imaginamos y soñamos se haga
realidad algún día. Este tiempo nos convoca de manera personal, nuestra
responsabilidad es impostergable, individual e intransferible, como el voto.
Con lo único con lo que contamos para edificar el país que merecemos es nuestra
materia gris, por eso aún hay esperanza, porque la inteligencia abunda en
Venezuela, aunque esté en este tiempo acorralada, agazapada, subestimada. Con
esa inteligencia debemos afrontar lo que nos viene cuando la factura de la
historia nos alcance, porque como dirá Luis Vicente León en su artículo del
próximo domingo, es preciso “entender que no habrá salida fácil y que
independientemente de quien sea el culpable, todos sin excepción vamos a pagar
por él”
Por Laureano Márquez
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