Nunca cedas a la tentación de la
amargura. Eso recomendaba Martin Luther King a sus seguidores en momentos en
los que la represión que sufrían había demostrado una imaginación infinita para
inventar, para acallar y para obstaculizar el acceso a los derechos civiles que
ellos reclamaban. Pensaba que esa aflicción les hacía correr el peligro de
paralizarlos y de perder la capacidad de
significar con precisión lo que estaba ocurriendo. El que se amarga
pierde condiciones y comienza a extraviarse en el laberinto de las ficciones.
El atormentado prefiere buscar y encontrar culpables antes que asumir
responsabilidades. Y ese es el principio del fin de cualquier esfuerzo
unitario. La amargura descompone los consensos y convierte a los aliados en
actores que se desconocen unos a otros.
No es lo mismo arriesgar que ser
mezquino. Eso pensaba el pastor y líder de los derechos civiles mientras sacaba
cuentas de tantas deserciones que cruzaban la acera y se colocaban al frente a
esperar el curso de los acontecimientos. Recordó una lección evangélica. Una
muy aleccionadora. El evangelio de Mateo venía al caso con el relato de la
parábola de los talentos. Tal vez los apóstoles estaban intranquilos. Muy
probablemente no lograban saber qué era lo que les estaba pidiendo Jesús. Desde
siempre frente a la incertidumbre las interrogantes siempre han sido las
mismas. ¿Cuál es el camino? ¿Cómo llegaremos a compartir tu reino? El reino de
los cielos –dijo el Señor- se parece a un hombre que yéndose lejos llamó a sus
siervos y repartió sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro
uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había
recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo
el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido
uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor.
Luther King cerró los ojos e
imaginó el rostro abrumado y ansioso del siervo mezquino, improductivo y escaso
de imaginación que devolvió exactamente lo que le habían entregado en
heredad. Vio cómo fue echado “allí donde
solo hay llanto y crujir de dientes”. “Porque al que tiene, le será dado, y
tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”. Su comunidad
estaba dividida y eran muchos los que creían que se debía esperar, que ya era
suficiente con lo obtenido. Que no iban a poder contra ese trapiche violatorio
de derechos. Y se le secaba la garganta
de tanto repetir que a los ojos de Dios no es lo mismo contribuir que echarse a
un lado. No es lo mismo pasar agachado que dar la cara y asumir las
consecuencias. No es lo mismo esperar a que los otros resuelvan los problemas
que meter el hombro para contribuir a su solución. No es lo mismo decir “lo
hicimos” a decir “te lo dije”. No es lo mismo “cazar güiro” a meter las manos
en la candela. No es lo mismo ser gobierno –en alcaldía, gobernación o incluso
en la asamblea nacional- que hacer política. No es lo mismo perfeccionar una
idea que sabotearla. Y finalmente, no es lo mismo satanizar la historia que ser
consecuentes con la verdad.
Hay que tener fe. Eso predicaba
Martin Luther King. Pero qué difícil es mantenerla cuando la esperanza es
saboteada por el mal hecho sistema y por el silencio de los que deberían estar
gritando a nuestro lado. Difícil tener fe –él lo sabía mejor que nadie- cuando
los que callan tampoco se compadecen de la dura cárcel, de la penosa
persecución, del oprobioso chantaje, de la vergonzosa extorsión. Difícil
mantener los ojos enfocados en el cielo y su infinitud cuando hay tanto mal que
pasa desapercibido. No es lo mismo la indignación militante que la indiferencia
asumida como condición de la política. Hay que dar el testimonio de la
fraternidad. Y al respecto, la fe es dar el primer paso, sin imaginarnos
abismos, sin tener claro el mapa, sin saber cuan empinada es la cuesta. No la
tuvo el que escondió su talento temiendo perderlo. No es lo mismo el riesgo que
los escrúpulos. ¡Señor aparta de nosotros la tentación de las excusas! ¡Señor,
aleja de nosotros el intento de justificar el no enfrentarnos con valentía ante
tanta injusticia! ¡Señor, danos fuerza para avanzar a pesar de la oscuridad!
Llegado el momento de las
preguntas todos cerraban filas alrededor del pastor para interpelarlo sobre
¿Cuánto tiempo tomará? Todos preguntan lo mismo –las escuchaba y los miraba
piadosamente-. “Los tiempos de Dios los hacen los hombres”. Pero algunos se
sientan a esperar mientras otros más iluminados
transforman su vida en para ser parte de la gestión más eficiente de los
planes de Dios. “Serán tan perfectos estos tiempos como nosotros nos atrevamos
a que sean”. ¿Detenernos y esconder ese talento para no perderlo? ¿Esperar a
que el otro se convenza, se deteriore, se descomponga, se aflija? Los que así
creen no entendieron la lección que se nos dio a través de Moisés. No es lo mismo la resignación desesperanzada
que la acción no violenta. No es lo mismo el esperar por el signo de los
tiempos que resistir –sin violencia- y movilizar a la comunidad para enfrentar
al adversario. Por eso el siervo mezquino terminó en la oscuridad y las
lágrimas. No es lo mismo hacerse el sordo que escuchar el grito agonizante de
los que sufren y exigen una respuesta de sus líderes. King estaba claro en sus
propósitos: “Hay que apostar a la conciencia del hombre. Hay que apostar al
mejor de los instintos del ser humano, ese que no se resigna a vivir sin
libertad”. No es lo mismo el conformismo
del que ya se dio por vencido que mantenerse firmes y dispuestos a dar la
pelea. “La batalla está en nuestras manos. Y podemos responder con la
no-violencia creativa a esa llamada que nos convoca a ubicarnos por encima de
la barbarie, porque la oscuridad no puede expulsar la oscuridad, ni el odio
puede superar al odio, ni la muerte puede superar a la muerte, ni la violencia
puede ser capaz de derrotar la violencia”. Pero no es lo mismo el amor que la
apatía ni la luz que lucha contra las tinieblas es equivalente a esa ambigüedad
que dice dar pero que al final quita”. No es lo mismo. El camino no es el
mejor, ni el más recto, ni el más ancho, pero es el camino que debemos recorrer
para lograr esa libertad que aspiramos. ¡Dios líbranos de caer en la confusión
de los tibios! ¡Dios, líbranos de ceder a nuestra propia ambición de poder!
No es fácil. A veces el cuerpo se
deja vencer por el cansancio genuino que produce una batalla tras otra. ¿Cuánto
tiempo tomará el esfuerzo? ¿Cuándo brillará la luz de la estrella radiante que
ahora no vemos porque parece hundida en el abismo de esta noche solitaria? ¿Por
cuánto tiempo? La gente que pregunta eso ya comenzó su propia desbandada. A los
que quedan les respondo que ¡No mucho!
porque “ninguna mentira puede vivir para siempre.”¿Por cuánto tiempo? ¡No
mucho! porque “cosecharás lo que siembras”. ¿Por cuánto tiempo? ¡No mucho!
porque el arco del universo moral es largo, pero se dobla hacia la justicia.”
En eso consiste la fe. En arriesgar, en exponerse.
¡Hay que seguir nuestra marcha! Y
mientras decía esto Martin Luther King logró identificar en su congregación a
uno de ellos que había caído víctima de esa angustia que provoca estampidas.
Pastor y líder se acercó y le susurró al oído: “Nunca cedas a la tentación de
la amargura porque detrás de tanta zozobra solo se puede apreciar la inmensa tristeza
del que se dio por vencido antes de tiempo. Y no es lo mismo”.
Por Víctor Maldonado
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