Las causas de este éxodo de
venezolanos, que según algunas fuentes rebasa el millón y medio de personas,
son múltiples y las posibilidades de quienes lo emprenden son muy distintas,
pero al igual que la operación Pedro Pan, parece haber un claro denominador
común: la desconfianza en el futuro de Venezuela
Desde 1960 hasta 1962 alrededor
de 14.000 niños cubanos salieron de la isla en lo que probablemente fue una de
las más grandes operaciones documentadas de éxodo de menores sin acompañamiento
adulto en el hemisferio occidental. Un denominador común guió la desesperada
decisión de los padres de separarse de sus hijos: el temor al adoctrinamiento
de los niños y a que el gobierno revolucionario les arrebatara la autoridad
paternal a los progenitores.
No es difícil imaginarse la
dimensión de la tragedia humana que una separación familiar de esta naturaleza,
de la cual prácticamente no se supo nada por más de 30 años, involucró. En otra
dirección, el hecho mismo de que ella ocurriera por decisión de los padres
ilustra la enormidad de su desesperación frente a lo que percibían como una
catástrofe para sus hijos, de los cuales parecía preferible separarse antes que
exponerlos al yugo revolucionario.
Eventualmente, el esfuerzo
organizativo de este éxodo fue conocido como la Operación Pedro Pan, una obvia
alusión hispanizada al maravilloso personaje de Walt Disney.
51+CM7MM6ILVenezuela no es la
Cuba de 1960, pero es indudable que los últimos 15 años han sido testigo de
innumerables separaciones familiares prematuras y abandonos de nuestras
tierras. Las causas de este éxodo de venezolanos, que según algunas fuentes
rebasa el millón y medio de personas, son múltiples y las posibilidades de
quienes lo emprenden son muy distintas, pero al igual que la operación Pedro
Pan, parece haber un claro denominador común: la desconfianza en el futuro de
Venezuela.
Por supuesto que dada la magnitud
del fenómeno, la composición etaria de los emigrantes es muy diversa, lo mismo
que la distribución socio-económica y profesional. Inclusive dentro del grupo
de gente que ha abandonado nuestro país se cuentan connotados chavistas,
ex–chavistas, y sus familias que en un acto de adaptación camaleónica a las
mieles del odiado imperio capitalista, han escogido proteger sus bienes y sus
familias de las vengativas garras de la revolución.
Dentro de todo este cuadro hay
dos elementos especialmente preocupantes. Por un lado, el hecho de que toda una
generación de niños, adolescentes y jóvenes venezolanos están creciendo fuera
de nuestras fronteras, sin mucha otra referencia que los recuerdos de sus
padres y familiares que crecieron y conocieron la “otra” Venezuela, una que les
parece cada vez más remota e irreal a los más jóvenes que se van haciendo
adultos en Estados Unidos, Europa, Australia y Canadá, por tan sólo mencionar
algunos de los destinos más populares de emigración para nuestra gente.
La frase “Papá. mamá, olvídense
de esa Venezuela, que ya no existe”, se va haciendo cada vez más escuchada en
los oídos angustiados de muchos padres, quienes atienden sombríos a la
desaparición paulatina, en sus propios hijos, de mucho de lo que les era querido,
su herencia como individuos y miembros de un pueblo y una cultura.
La otra preocupante cara de la
moneda del fenómeno del desarraigo de quienes se han ido, lo constituye la
población de jóvenes que solamente ha conocido los años de chavismo y que no
tienen una referencia clara de lo que era Venezuela antes y que pueden sentirse
más inclinados a comprar la distorsión histórica alimentada por la mal llamada
V República.
Entre estas dos calamidades se
debate buena parte del futuro de la Venezuela posible, uno que emerja
eventualmente de las ruinas creadas por la revolución. El liderazgo nacional,
las familias, la sociedad en su conjunto, todos tenemos un deber insoslayable
en contribuir a crear una narrativa que mitigue el efecto del corrosivo lenguaje
chavista que estimula en medida creciente la disolución de la Venezuela en que
muchos de nosotros crecimos y en la que cada vez cuesta más trabajo
reconocerse.
Creo que a estas alturas quedan
pocas dudas de que los hijos más legítimos de la tragedia venezolana fueron
Chávez, y el chavismo y que la fascinación de muchos venezolanos por la figura
del comandante tiene que ver con la atracción por lo que podríamos llamar
nuestro propio lado oscuro como pueblo.
Uno donde se unen el
resentimiento escondido, la mentalidad del rebusque, y la improvisación. Quizás
por eso no cesamos de reconocer algunos aspectos de la mentalidad chavista en
muchas de nuestras conductas. Algo con lo que tendremos que aprender a vivir,
pero que al propio tiempo es necesario controlar con la educación para la
libertad y la democracia.
Así las cosas, es necesario un
esfuerzo dirigido a que los jóvenes y profesionales que han emigrado de
Venezuela encuentren un camino en el futuro para regresar y para participar del
esfuerzo del nacimiento de la Venezuela posible sin ser tildados de traidores o
apátridas, sino más bien reconociendo que probablemente lo que hicieron
protegió al menos su formación como individuos.
Por otro lado es también
necesario actuar para preservar nuestra historia y abrir canales de
comunicación con los jóvenes que solamente han conocido la Venezuela de la era
chavista y que desconocen lo que hacía que nuestra generación y las anteriores
amara entrañablemente nuestra tierra. De ese esfuerzo conjunto para hablar con nuestros
propios Pedro Panes, los que se quedaron y los que salieron, dependerá, en
buena medida, nuestro futuro.
Por: Vladimiro Mujica.
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