Esta semana va a tener lugar en
Panamá una cumbre de jefes de Estado de las Américas. Allí ocurrirán una
celebración y una confrontación. También se dirán muchas mentiras.
La celebración se debe a la
normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Barack Obama y
Raúl Castro se darán la mano, sellando así el inicio de una nueva fase entre
ambos países. Esa foto quedará para la historia. Pero no será la única. También
veremos la foto (o muchas fotos) del presidente Nicolás Maduro y sus aliados
denunciando la sanción impuesta por Estados Unidos a Venezuela.
Mientras que la foto de Obama y
Castro refleja lo que debería ser el futuro del hemisferio, la ópera bufa que
será escenificada por el Gobierno de Venezuela reflejará su pasado. Un pasado
en el cual los gobernantes utilizaban la mentira y la manipulación para
confundir a incautos y engañar a sus pueblos con el fin de seguir en el poder.
Maduro y su comparsa de aliados regionales (Argentina, Nicaragua, Ecuador,
etcétera) nos recordarán que ese pasado aún no ha sido superado. Y Cuba, con la
extraordinaria sagacidad mediática que la caracteriza, aparecerá en ambos
lados: conciliando con su enemigo histórico y abriendo un futuro menos marcado
por divisiones, y al mismo tiempo formando parte de los países que se nutren de
las divisiones y culpan a Washington de todo lo malo que les pasa.
El Gobierno de Venezuela es un
aventajado alumno de las manipulaciones mediáticas que Cuba utiliza con tanto
éxito. En este caso, la manipulación consiste, por dar tan solo un ejemplo, en
obligar a cientos de miles de funcionarios y estudiantes venezolanos a firmar
cartas pidiéndole a Obama que no intervenga en Venezuela. Persuadir al mundo —y
sobre todo a sus ciudadanos— de que la catástrofe económica y social de
Venezuela es culpa de los EE UU es muy importante para Maduro. Para lograrlo no
duda en usar todas las tácticas y triquiñuelas comúnmente empleadas por Cuba y
otras tiranías. Por ejemplo, la doctora Raiza Aular, directora de salud del
distrito capital de Caracas, envió esta circular a sus funcionarios: “Reciba un
cordial saludo Bolivariano, Socialista y Revolucionario. Me es grato dirigirme
a ustedes con el fin de enviarles dos (02) cuadernillos para la recolección de
firmas ‘Obama deroga el decreto ya’ los cuales deberán ser entregados a esta
dirección”. La doctora luego ordena a sus subalternos: “Movilizar trescientas
(300) personas de cada uno de los centros hospitalarios, todos los médicos
deben asistir con su bata blanca y el resto de los trabajadores vestidos de
blanco con rojo con sus respectivas pancartas”.
Órdenes parecidas recibieron
maestros y profesores, empleados públicos, militares y empresas que dependen
del Gobierno para sobrevivir. A esto se le suma una incesante campaña de radio
y televisión que alerta al país de que el “imperio del norte ha declarado que
Venezuela constituye una amenaza para sus intereses y que por lo tanto se
apresta a intervenir, incluso militarmente”.
Así, en Venezuela muchos creen
que una intervención armada de EE UU es posible. Como toda buena manipulación,
esta campaña utiliza ciertas verdades para hacer creíbles sus mentiras. Es
cierto que Estados Unidos impuso una sanción a Venezuela y que en el texto
justificativo de esa sanción indicó que Venezuela era una amenaza a sus
intereses nacionales.
Pero la realidad es que esa
sanción no fue contra el pueblo de Venezuela; ni siquiera contra su Gobierno o
su economía (EE UU sigue siendo el principal socio comercial de Venezuela y uno
de los pocos clientes que paga por el petróleo que le compra). Las sanciones
son contra siete individuos cuidadosamente seleccionados que, de acuerdo al
Gobierno norteamericano, son responsables de brutales violaciones a los
derechos humanos. Ninguno de los mandatarios latinoamericanos que en Panamá
pronunciarán encendidos discursos enalteciendo la justicia y la democracia ha
hecho algo concreto para proteger a los disidentes venezolanos de los feroces
abusos del Gobierno. Barack Obama es la única excepción. Pero en Panamá él será
denunciado y Raúl Castro, aplaudido.
La declaración de EE UU de que
Venezuela amenaza sus intereses se debe a un requisito legal y no a un cálculo
estratégico de la Casa Blanca. Hay una disposición que obliga a que los países
sancionados sean declarados como amenaza nacional. Los funcionarios
estadounidenses explicaron esto e insistieron en que el único objetivo de la
sanción a Venezuela era la defensa de los derechos humanos y que no había reclasificación
alguna de la amenaza que Venezuela representa. Pero estas verdades han
desaparecido, enterradas bajo el torrente de mentiras que salen de Caracas y
que serán repetidas en la Séptima Cumbre de las Américas, la cumbre de las
mentiras.
Por: Moisés Naím
@MoisesNaim/Efecto Naím
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