Ante los graves problemas que
enfrentan los gobiernos de Bachelet, Kirchner, Maduro, y Rousseff, muchos
comentaristas prevén el fin del giro a la izquierda latinoamericano. La ola sin precedentes de triunfos
izquierdistas que empezó con la elección de Hugo Chávez en 1998 se agota.
No todos los gobiernos de
izquierda están en crisis. Siguen más o menos fuertes en Bolivia, Ecuador, El
Salvador, Uruguay, y Nicaragua. Sin
embargo, es probable que la izquierda sufra una serie de derrotas electorales
en los años que vienen. Se iría primero
en Argentina, donde ninguno de los candidatos presidenciales serios es
kirchnerista (Macri, Massa, y Scioli son pragmáticos del centro o
centro-derecha). Aunque no haya elecciones presidenciales cercanas en Brasil y
Venezuela, Dilma Rousseff ha sufrido una fuerte caída de popularidad y podría
enfrentar un juicio político. Y el
gobierno de Nicolás Maduro está atrapado en un callejón sin salida.
Después de una década de triunfos
sin precedentes, entonces, parece que la izquierda latinoamericana está
perdiendo fuerza. La ola empieza a
retroceder.
El retroceso de la izquierda
tiene dos causas principales. El primero es el desgaste natural después de
haber gobernado por tres o cuatro periodos presidenciales. Pocos partidos ganan
más de tres elecciones presidenciales consecutivas (en EEUU, la última vez fue
hace casi 70 años), y en democracia, casi ninguno gana más de cuatro. Después de tres periodos, los gobiernos
pierden los reflejos políticos; se distancian de la gente, y muchas veces,
crece la corrupción. Aun cuando no son
muy corruptos (como en el caso de la Concertación en Chile), la gente se cansa. Tarde o temprano, el desgaste afecta a todos
los gobiernos. Doce años (Argentina) o 13 años (Brasil) en el poder es
mucho. Nada es permanente en la
democracia. Nadie gobierna para
siempre.
El segundo factor que
debilita a la izquierda latinoamericana
es el fin del boom de las materias primas.
El tremendo éxito electoral de la izquierda en Brasil (reelecto en 2006
y 2010), Chile (reelecto en 2006), Venezuela (reelecto en 2006 y 2012),
Argentina (reelecto en 2007 y 2011), Bolivia (re-electo en 2009 y 2014),
Ecuador, (re-electo en 2009 y 2013), y Uruguay (re-electo en 2009 y 2014) fue
facilitado por el boom económico que empezó en el 2002. El boom se acaba, y
algunas economías han caído en recesión.
Las crisis económicas –serias en Brasil y Argentina, infernal en
Venezuela–generan descontento. Y los electores descontentos no suelen reelegir
a sus gobiernos.
Es probable, entonces, que el
desgaste natural y el fin del boom económico pongan fin al giro a la izquierda.
El proceso ya está en marcha en Argentina y Brasil, pero llegará también a
países como Bolivia y Ecuador. En política nada dura para siempre.
Pero la década izquierdista ha
sido un tremendo éxito para las fuerzas progresistas latinoamericanas. Con la
excepción del chavismo venezolano (que dejará el país en ruinas), los gobiernos
de izquierda latinoamericanos dejarán dos legados positivos.
Primero, demostraron que la
izquierda puede gobernar. La imagen de una izquierda incapaz de gobernar había
estado ampliamente difundida en América Latina.
Debido a los fracasos de Allende en Chile, Siles Suazo en Bolivia, el sandinismo
en Nicaragua, y Alan García en el Perú, la izquierda regional estaba asociada
con crisis fiscal, hiper- inflación y desgobierno.
Esa imagen cambió en los
2000. En Chile, Ricardo Lagos y Michelle
Bachelet gobernaron bien, espantando el fantasma de Allende. Lula gobernó bien
en Brasil. Tabaré Vázquez y Pepe Mujica
gobernaron bien en Uruguay. El FMLN ha
gobernado bien en El Salvador. En Bolivia, las políticas macroeconómicas del
gobierno de Morales han sido bastante responsables –y bastante exitosas.
Los gobiernos de Lagos y
Bachelet, Lula, Funes, y Vázquez y Mujica destrozaron la imagen de una
izquierda incapaz. En Brasil, Chile, y Uruguay, la tasa de crecimiento
económico aumentó con los gobiernos de izquierda. Y según los Indicadores de Gobernancia
del Banco Mundial, los tres países mejoraron en términos de rendición de
cuentas, estado de derecho, y corrupción:
El segundo legado de los
gobiernos de izquierda son las políticas redistributivas. La redistribución
desapareció de la agenda pública en América Latina en los años ochenta y
noventa. Quedó fuera del Consenso de Washington. Los viejos estados de
bienestar –casi todos disfuncionales– fueron desmantelados pero no
reconstruido, y la política social se limitó a las políticas antipobreza focalizadas.
La izquierda colocó el tema de la
redistribución en la agenda. En Argentina, Brasil, Chile, y Uruguay, gobiernos
izquierdistas aumentaron el salario mínimo, expandieron los sistemas salud y
seguridad social, ofreciendo pensiones y seguro médico a millones de personas
–informales, desempleados, y pobres rurales– que jamás los habían recibido, y
mejoraron los ingresos de millones de familias a través de programas de
transferencias condicionales. Las consecuencias
de estos programas han sido enormes. En
Brasil, 20 millones de personas salieron de la pobreza bajo el gobierno de
Lula. Y el nivel de desigualdad cayó.
Aunque la pobreza disminuyó en
toda America Latina, la economista Nora Lustig y sus colegas muestran que los
gobiernos social democráticos en Brasil, Chile, y Uruguay lograron reducir la
pobreza y la desigualdad más que en otros países.
El buen rendimiento de los
gobiernos de izquierda se ve en los resultados electorales: entre 2000 y 2014,
los gobiernos de izquierda fueron reelectos en 19 de 20 oportunidades (la única
derrota fue en Chile en 2010, donde el candidato, Eduardo Frei, no era de
izquierda). La izquierda ganó cuatro veces consecutivas en Brasil, tres veces
en Argentina, Bolivia, Ecuador, y Uruguay, y dos veces en El Salvador.
Estos triunfos se deben, en
parte, al boom económico. Pero también se deben a la democracia. Por la primera vez en la historia, la
izquierda latinoamericana puede ganar y gobernar hoy sin golpes de Estado.
La izquierda no debe olvidar esta
lección.El giro a la izquierda fue posible porque la consolidación de las
instituciones democráticas abrió caminos al poder que no existían antes. Para
la izquierda, apoyar a gobiernos (como el venezolano) que pisotean a estas
instituciones sería sabotear a su propio futuro”.
Por: Steven Levitsky
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