Nunca pensé que iba a llegar a
decir esto, pero Venezuela está peor que Cuba. Es cierto que el país
suramericano no ha sobrepasado en número –ni en intensidad– el
desabastecimiento de productos básicos, el colapso económico, ni la vigilancia
policial que padecemos nosotros; pero Venezuela está peor que Cuba. Su gravedad
viene dada porque repite ese pasado fallido del que los cubanos estamos
tratando de escapar.
En el caso de ambas naciones, el
fiasco ha estado determinado en gran medida por un liderazgo incorrecto y
nocivo. Cuba, con un Fidel Castro que intentó moldear el país a su imagen y
semejanza, teniendo él tan marcada tendencia al autoritarismo, la intolerancia,
la obsesión por el poder y la incapacidad de lidiar con el éxito ajeno. A lo
cual hay que sumarle una paranoia feroz, que lo hacía desconfiar hasta de su
propia sombra y que parece haberle transmitido a su discípulo Nicolás Maduro.
Por eso, cuando supe del arresto
del alcalde opositor Antonio Ledezma, acusado de una supuesta vinculación con
actos violentos contra el Gobierno, no pude dejar de recordar todas las veces
que los temores de nuestro “Máximo Líder” terminaron con la vida profesional,
política e incluso física de algún cubano. ¿Cuántas veces no justificaron una
vuelta de tuerca política bajo el pretexto de un atentado contra el Comandante
en Jefe? ¿Cuáles de esos magnicidios los inventó la propia propaganda oficial
sólo para desviar la atención sobre otros temas?
El esquema de “ahí viene el lobo”
resulta ya tan manido que daría risa si no fuera por las funestas implicaciones
que tiene para los pueblos. Maduro representa teatralmente y ante las cámaras
el papel de víctima a punto de sucumbir ante una conspiración internacional. Se
le ven las costuras de la farsa, pero aún así sigue siendo peligroso. Él cree
encarnar la nación, por lo que al denunciar complots y maquinaciones para
matarlo, intenta obtener el beneficio de un nacionalismo tan ramplón como
fugaz.
Su presidencia ha sido una
secuencia de supuestos golpes de Estado, confabulaciones que se gestan fuera de
sus fronteras y enemigos que intentan desestabilizar el país
El sucesor de Chávez no sabe
lidiar con la normalidad, mandar con mesura ni ofrecerle a los venezolanos un
proyecto de país donde estén incluidos todos. De manera que sólo puede echar
mano del miedo. Su presidencia ha sido una secuencia de supuestos golpes de
Estado, confabulaciones que se gestan fuera de sus fronteras y enemigos que
intentan desestabilizar el país. No conoce otro método de liderazgo que la
perenne crispación.
Ledezma es la última víctima de esa
política paranoica. Leopoldo López acaba de cumplir un año en prisión y en los
próximos meses es muy probable que otros opositores se sumen a las listas de
detenidos y procesados. Nicolás Maduro volverá a denunciar conjuras en su
contra, señalará a los presuntos culpables de alguna intentona y dirigirá el
dedo acusador hacia la Casa Blanca.
Todo eso para esconder que no
sabe gobernar y que sólo puede imitar el pésimo modelo que le han heredado sus
mentores de la Plaza de la Revolución. El resultado es una copia mala del
modelo cubano, un calco tosco en el que la ideología ha cedido todo su terreno
a los delirios de un hombre.
Por: Yoani Sánchez
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