viernes, 20 de febrero de 2015

EL PLAN

“Entre nosotros los latinos, todo es improvisado. La cosa más importante es comenzar y luego sólo tomamos lo que Dios nos otorga. Pero Dios casi nunca otorga, soy un hombre viejo, créame lo que le digo…”. Con esa frase cerró la conversación el general Roque Terán, comandante del ejército boliviano en la época del presidente Juan José Torres. Su interlocutor no era otro que Ryszard Kapuscinski, cronista polaco que había viajado al altiplano andino para cubrir esa extraña circunstancia de golpes sucesivos qua hacían pensar que la Bolivia de la década de los 70´s estaba condenada a ser un fallido histórico. No era difícil dudar sobre la perspectiva de un país sometido a la improvisación de los hombres y a la providencia casual del realismo mágico. Empero, algo de tozudez y recalcitrancia zamarra hacían terciar al militar: “Pero éste es nuestro Estado, y una vez que un Estado aparece, seguirá existiendo. ¿Alguna vez vio un Estado nacer y luego desaparecer? Es imposible”

Pero los estados se deterioran, pueden llegar a ser ficciones, y algunas veces, los más afortunados, vuelven a recuperar la lucidez. América Latina está llena de demostraciones de esa odiosa oscilación de la fortuna que es solo la demostración de cuan equivocadas pueden ser las decisiones humanas. Los pueblos si se equivocan, son sus errores más comunes que sus aciertos, y la improvisación de sus líderes, confiados en la intercesión de una deidad entrometida e interesada, solo agrava los entuertos en los que incurren sus ciudadanos.
Para muestra nosotros. En Venezuela vivimos la tragedia de un régimen especializado en el invento sin otro guión que la más absoluta irresponsabilidad. Ninguna otra explicación cabe a un manejo político y económico cuyos resultados han sido todas las versiones del “anti-milagro” que supone para un país como el nuestro la desbandada del talento que se va del país presa del pánico, y el empobrecimiento fatal de los que aquí han decidido quedarse. Nos debatimos entre la huida y la resignación mientras los dirigentes juegan sus propias cartas. Como lo dejó colar el general Terán, para ellos –los dirigentes- se trata de jugar el juego de la papa caliente. De sobrevivir el mayor tiempo posible montado en el caballo loco del poder cuyo único sentido es su usufructo personal. Y mientras tanto apostar a que los países no estallen y se conviertan en polvo cósmico. –Esto aguanta- parecen decir mientras se enfocan en lo que para ellos es lo único importante,  “mantenerse y acumular”, que  es la consigna de todos los populistas, aun al costo de tener que alternar el disfrute ocioso y onanista de los privilegios que da el poder con el manoseo demagógico y la puesta en escena de la ficción de realización. El tener que mantenerse les perturba el solaz del poder como suma de privilegios, por lo que algunas veces salen al show  para  intentar convencer sobre lo que dicen que hacen, aunque en realidad no hagan nada. El trabajo es pura tramoya.
El populismo del siglo XXI es propaganda insistente. Lo que expone machaconamente “en cadena nacional” es precisamente aquello de lo que se carece crónicamente. El énfasis está en ese intento de compensación, por la vía de las imágenes, de aquello que en realidad es todo lo contrario. Las cadenas oficiales hablan de un país feliz, seguro, productivo, próspero y culto, que sabe lo que quiere y hacia dónde se dirige, cuando lo que verdaderamente ocurre fuera de las cámaras oficialistas es esa angustia multidimensional que nos afecta a todos como una ventolera.  No hay felicidad. Lo que verdaderamente ocurre es miedo con desesperanza.
Nadie puede experimentar en su cotidianidad todo aquello que el régimen dice que está ocurriendo. La realidad es todo lo atroz que las cámaras intentan disimular con obsesiva insistencia. La realidad es el verdadero desafío, es la condición meteorológica que se impone como desastre sin que haya manera de escurrir el bulto. Pero si la calle se rebela e intenta impugnar la versión oficial de paz y progreso la respuesta es esa represión que a todos nos luce como inminente. La realidad no es corregible desde la ideología y el compromiso comunista. Por eso el gobierno solo se hace presente en forma de escuadrones anti-motines, y operativos de aprehensión, precisamente para sofocar todas las interrogantes que se han acumulado sobre la seguridad ciudadana, la soberanía alimentaria, la estabilidad de la moneda, la superación de la pobreza, las nuevas fuentes de empleo, o la producción de las nuevas empresas socialistas.
Algo estuvo mal en el origen de toda esta improvisación. Tal vez fue el enaltecimiento de la impunidad o la creencia de que un militar podía resolver todos los dislates de la fortuna. O las dos cosas, el pretender que el caudillo, colocado más allá de la ley, en condición supraconstitucional, iba a ser el atajo que necesitábamos para adelantarnos al siglo que comenzaba. Lo cierto es que dejamos colar este socialismo y con él todas las falacias que una tras otra han ido defraudando la confianza del pueblo.
Algo está mal escrito en esta trama. El régimen improvisa, un día a la vez, pierde capacidad de comprensión sistémica, se aferra a sus propias convicciones, y todo comienza a ser tan oscuro como el incremento de la represión pura y dura. El régimen inventa excusas –como los dieciséis golpes o la guerra económica- pero lo verdaderamente trágico es que desde esas falacias comienza a operar como si fueran ciertas, haciéndonos ver que en el plano de las consecuencias esas versiones tienen efectos brutales. Hay más presos políticos que ayer, y hoy amanecemos con el dolor de tener que ver a Antonio Ledezma sumado al suplicio de la cárcel y la injuria, culpable de aparecer en el libreto de la infamia inventada, víctima de un proceso que no tolera su coraje, persistencia y liderazgo. El Alcalde es uno más, el más reciente de los zarpazos indebidos, que nos muestra cuán indefensos estamos todos cuando el Estado de Derecho y la racionalidad que provoca el acatamiento universal a la ley se sustituye por ese comenzar que sabemos cómo se inicia pero nunca podemos determinar cómo concluye.
Releyendo a Max Weber me encontré con que todos los líderes carismáticos son esencialmente autoritarios. Confían demasiado en su buena suerte y colocan a sus seguidores en el trance de creer ciegamente en sus designios  o padecer la persecución de sus secuaces. Son todos ellos como dioses griegos, caprichosos, falaces y perversos. El error originario fue darle entrada al Chávez que todos los días improvisaba el nuevo plan para allanar el camino al socialismo. Su plan era no tener plan sino esbozos de ideas que le parecían todas ellas maravillosas. Su plan era él mismo, su declamación y contrapunteo constante, jugándose la suerte del país como si fuera otra Rosalinda, confiado en su suerte y creyendo que la generosidad divina le iba a seguir otorgando precios altos de petróleo, salud, larga vida y una masa crítica de sucesores a la altura de su genio. Los líderes se equivocan, y caen víctimas de su propia prepotencia. Los pueblos se equivocan. Y sus errores los pueden hundir en la ruina y la servidumbre. Nuestra penúltima hazaña fue precisamente aceptar ese legado y comprar como buena esa sucesión que se ha transformado en este malandréo donde todo es posible, porque de eso se trata la mala improvisación, en pretender que no hay límites, en ser tan supraconstitucionales como para olvidar que el imperio de la ley es la única oportunidad que tenemos frente a la barbarie. Ojalá que así como estamos sufriendo la atrocidad de este castigo tengamos la oportunidad de ver el renacer resplandeciente de la libertad que hoy nos ha sido arrebatada. Porque sin lugar a dudas, ese era el plan.


Por Víctor Maldonado /@vjmc

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