No cabe hablar de los ya ausentes, ni bien ni mal. Quienes pensamos que algo más nos espera cuando culmina nuestro tránsito vital, creemos que a todos nos tocará hacer un “balance de cierre”, ponderando nuestras maldades y nuestras bondades. Si de ello cabe esperar cielos o infiernos nadie lo sabe. Los que somos de este sentir, dejamos entonces que sean la historia y la eternidad las que emitan sus fallos definitivos sobre quienes nos dejan, y sabemos que no tiene sentido demorarse en juicios que en última instancia carecen de importancia, ya que su destinatario final, el que podría aceptar nuestras críticas y cambiar su conducta, o rechazar nuestras opiniones, ya no está. Lo que ya es irrevocable pasado, como pasado se queda.
Por supuesto, como todo está enlazado, los hechos y palabras de una persona en vida son los que determinan si será tenida en este plano como trascendente o no. No hay ermitaños absolutos, nadie actúa en el vacío, todo lo que hacemos o dejamos de hacer nos conecta con los demás y decide qué tipo de huella o qué mensaje dejamos tras nuestro paso. Eso, nuestro buen o mal nombre, y las marcas o heridas que hallamos tallado en los demás, es lo único que nos sobrevive, es lo único que realmente le dejamos a quienes se quedan acá. Ningún odio tiene sentido, pero odiar furiosamente a alguien que ya no está, es francamente absurdo.
Por eso me ha sorprendido tanto la virulencia y la rabia que ha desatado el reciente asesinato de Robert Serra y de su asistente. Las respuestas y comentarios que desde todos los sectores hemos visto en relación no solo al evento en sí mismo, sino además en cuanto a qué tipo de persona era o no era el diputado, me han llevado a preguntarme, una vez más, en qué tipo de personas nos hemos (o “nos han”, según se mire) convertido estos casi 16 años de conflictos y de oprobio.
De Robert Serra no voy a hablar. Soy consecuente con lo que expresé antes y lo que tenía que reclamarle o cuestionarle, desde el punto de vista jurídico o político, se lo hice saber, públicamente y sin intermediarios, mientras vivía. Es un acto de cobardía atacar a quien ya no puede defenderse, lo dejo hasta allí; pero sí creo que hay mucho que decir de la manera en que se está manejando y manipulando su asesinato, en todas las aceras políticas.
Lo primero que me ha llamado la atención es la reacción inicial, absolutamente irresponsable, de algunos voceros oficialistas. No habían terminado de llegar las comisiones del CICPC al lugar de los hechos cuando ya Blanca Eekhout estaba acusando a la “burguesía cobarde y asesina” del asesinato. Ni siquiera Rodríguez Torres, que no es precisamente modelo de templanza, se prestó a adelantar opiniones semejantes. A la aventurada afirmación de la Segunda Vicepresidente de la AN se sumó casi de inmediato Diosdado Cabello. No podía ser de otra manera, ya el Presidente de la AN nos tiene acostumbrados a sus incontrolables ansias de notoriedad, las mismas que lo llevan continuamente a soltar públicamente cualquier dislate que se le ocurra solo para estar en boca de todos. Luego Maduro, aunque sin tanta vehemencia, siguió la misma línea. Ninguno de los anteriores, por cierto, tiene calificación alguna ni pericia en la ciencia de la criminalística, así que, la verdad sea dicha, cualquier hipótesis que surja de otro vocero oficial que no sea alguien capacitado y con las credenciales suficientes para abordar estos temas, no es más que puro pescueceo. Sobre todo ahora, cuando las investigaciones apenas están comenzando. Así al menos lo sería en un país en el que las cosas funcionaran como deben funcionar.
Lo malo de todo esto es que nos demuestra que los primeros que quieren aprovecharse de la muerte de un camarada para obtener de ésta coyunturales beneficios políticos, sirviéndose vilmente de lo ocurrido para justificar posturas de suyo insostenibles y eventuales cacerías de brujas, son quienes están en el poder. Eso sí es “politizar” (mejor sería decir “instrumentalizar”) un asesinato para que de éste surja cualquier cosa, menos la justicia y la verdad.
Por su parte, la dirigencia opositora, al menos la que se ha pronunciado públicamente sobre el tema, ha manejado la situación con sensata ponderación. Aunque con algunos matices que destacan, lo cual no es baladí, que el asesinato de Serra pone de nuevo sobre el tapete el gravísimo problema de la inseguridad general que afecta a todos los venezolanos, sin distinciones, en la oposición ha sido virtualmente unánime el rechazo al asesinato.
Pero la cosa no ha quedado allí.
Al liderazgo opositor y a cualquier personalidad que haya rechazado el asesinato y haya llamado al respeto de la vida humana por encima de cualquier diferencia política, le han salido al paso legiones de personas, que aunque se asumen opositoras, en sus frases y maneras se igualan a Diosdado en su incontinencia, y no han dudado ni un segundo en llamar “hipócrita” a todo el que haya lamentado, en la oposición, la muerte de Serra. He leído y escuchado decenas de comentarios, algunos verdaderamente subidos de tono y muy deplorables, que agarran la sartén por donde quema y que nos demuestran que, para mal de todos, en la Venezuela de hoy las que hablan son las voces de la ira.
Es preocupante. Si tanto nos hemos opuesto a la violencia verbal y física de quienes hoy están en el poder; si tanto hemos luchado contra sus abusos e irracionalidades, contra su desprecio por los demás seres humanos, contra sus burlas, sus insultos y sus graves afrentas contra los que no piensan como ellos, no ha sido para que a la larga los locos y criminales del “ahora” sean sustituidos eventualmente por los locos, y también potencialmente criminales, del “después”. Ninguna intolerancia es “buena” intolerancia. Al mal no se le responde con más mal. La impotencia, la rabia, las carencias y por encima de todo los innumerables abusos de nuestros gobernantes en estos últimos lustros, al parecer, a muchos en la oposición les han devuelto a un estado de irracionalidad, de odio y de rencor en el que, aunque no quieran reconocerlo, poco a poco se han ido identificado con los métodos y formas de actuar, al punto de adoptarlos sin medir de las consecuencias, de quienes nos abusan.
No olvidemos nuestra esencia, ni nuestra humanidad. No olvidemos las ideas, los principios ni los valores que atesoramos, los mismos que nos llevan a muchos a oponernos hoy al poder y a sus desmanes ¿No hemos aprendido nada? Apostar por la vida, por la de todos, nunca da pérdida. Hacer la muerte un lema, y manejarse desde el odio, el resentimiento y la ira, solo conduce a la oscuridad. Grave sería que tuviera razón J.L. Borges cuando nos advertía que había que tener cuidado con los adversarios que elegimos, porque al final terminamos pareciéndonos a ellos. No es ese el destino que quiero para nuestros hijos. Quiero un país mejor, en manos de mejores personas.
@HimiobSantome
Fuente: La patilla
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