N o es una lectura barroca de
ciertos actos del go- bierno la que concluye que éstos están destinados a
devaluar la confianza en los procesos electorales venideros. Dicho de otra
manera, a propiciar la abstención opositora.
Por ejemplo, piénsese en el
consenso que parecía haberse alcanzado en la Asamblea para propiciar un nuevo
CNE más equilibrado y más decente, ya que se necesitaba el voto de los dos
tercios de los diputados para la necesaria renovación de éste. Se trataba de
superar la aberrante correlación de 4 rectores a 1 para fuerzas desde hace
tiempo relativamente parejas numéricamente. Además, el país todo presenció el
comportamiento sesgado del organismo actual con el obsceno y siempre impune
ventajismo que propicia la reelección continua y en las concesiones al
Ejecutivo en ciertas decisiones cruciales.
Era posible entonces esperar
enderezar las cargas y aproximarse a una institución más equilibrada, condición
elemental para ser un árbitro adecuado. Estas primeras intenciones parecen
haberse degradado en muy poco tiempo, como ha señalado la oposición.
La comisión que, por ley, debe
elegir los candidatos a las vacantes no va a funcionar con la proporcionalidad
de los dos tercios sino por mayoría simple, lo que contraviene el espíritu
mismo de la ley.
Ya se hizo un primer uso de esa
triquiñuela postergando por una semana el proceso de inscripción de
candidaturas. Al final del cual se inscribieron las rectoras Oblitas y Lucena
para su reelección, representantes de los vicios que se supone deben ser
superados.
Más allá del curso que este
proceso tome no pocos fantasmas han debido poblar las mentes de aquellos
sectores, amplios, para los cuales las elecciones siempre se han jugado con las
cartas marcadas del gobierno.
Y, razonablemente, hará pensar a
los opositores más ecuánimes que el gobierno, desesperado por las perspectivas
muy oscuras de su inmediato destino electoral, va a jugarse entero. En
definitiva, que muchos terminen pensando que es ingenuo creer que la salida del
caos es con los votos.
Otra táctica evidente es
desconocer a posteriori las victorias electorales. O bien mediatizándolas o
simplemente anulándolas.
El paradigma de lo primero son
todos las villanías que Chávez hizo, derrotado en Caracas, con el alcalde
electo. El segundo es la arbitraria y descarada destitución de diputados,
cuatro en este período y se apunta a un quinto. A ese deporte delictivo nos
referimos ampliamente en el editorial de ayer. En relación a éste, no pocos
podrían decir, ¿para qué elegir parlamentarios si van a ser víctimas del
despotismo reinante? Entre otras tareas que la MUD debe emprender para alcanzar
una contundente victoria el año próximo, está la de contrarrestar esa posible
línea de acción gubernamental tendiente a silenciar votantes opositores,
demostrándoles que la fuerza siempre puede más que la opinión mayoritaria. Nos
atrevemos a sugerir que el mejor antídoto a esa estrategia es enfrentarla
continuamente y con la mayor firmeza. No optar por ignorarlas para minimizar
sus efectos desmovilizadores, en la confianza de que habrá una inevitable
victoria, dadas las condiciones objetivas.
Bastante ha demostrado el
chavismo su ferocidad inescrupulosa en las coyunturas electorales, como para
dejarlo actuar sin la resistencia adecuada, mostrándole, entre otras cosas, lo
cerca que está de los abismos históricos.
Fernando Rodríguez, Editorial del
Tal Cual
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