El socialismo petrolero llegó a
su fin, pero no porque se agotaran las reservas de crudo, o el país fuera
objeto de un embargo económico tipo Cuba o agredido por potencias imperialistas
que, presas de pánico por su crecimiento y expansión, se apresuraron a
asesinarlo en su cuna.
No, el petrosocialismo, o telesocialismo, o
“Socialismo del Siglo XXI” (que por todas estas etiquetas podría ser identificado por futuros
historiadores que se ocupen de su estrella
fugaz) entró en fase agónica y, definitivamente terminal, porque una adicción
voraz e incontrolable por el petróleo caro, combinada con una patología por el
gasto que lo llevó a delirios como la restauración de la “Guerra Fría”, y el
financiamiento de alianzas con países clientes o aliados que lo secundarían en
la destrucción del capitalismo, el imperialismo y los Estados Unidos, lo
dejaron exhausto y al borde de la extinción una vez que los precios altos se
esfumaron y volvieron las inmutables y apacibles vacas flacas.
Eran circunstancias perfectamente
diagnosticables y evitables, pues ya habían atrapado a otros jefes de Estado
petroadictos venezolanos y extranjeros, pero de las que el promotor del modelo
o sistema, el teniente coronel, Hugo Chávez, creyó que escaparía jugando a comportarse como político,
militar, sacerdote o profeta, desde luego que apoyado por Dios de los Ejércitos
que no lo abandonaría en la guerra por ser el Lenin, Stalin, Mao o Fidel Castro
(o todos a la vez) del siglo XXI.
Era un personaje con la psicología ideal para
autoengañarse, ya que, con una exitosa carrera política cifrada en golpes de
suerte, apuestas audaces e instantes de inspiración, tuvo razones para creer
que, incluso, las derrotas sucedían para empinarlo a una mayor gloria y
conducirlo hacia la ruta que ya había transitado el Padre Fundador y
Libertador, Simón Bolívar
Sin embargo, lo que es difícil que no fuera
más que un pálpito en el período
estrictamente nacional de su carrera, no hay duda que se catapultó hacia una
certeza a finales del 2004, cuando, después de pasar por dos crisis políticas
que casi lo ejectan del poder (la del 11 de abril del 2002 y la del referendo
revocatorio dos años después), empieza a recibir noticias de que los precios
del crudo, deprimidos desde mediados de
los 90, se comportaban al alza y a velocidades y cantidades poco usuales.
Pocos meses después, seguramente en el segundo
semestre del 2005, ya los datos que le reportan diariamente los expertos de la
gerencia de ventas de PDVSA no dejan lugar a dudas: una nueva crisis energética
se ha instalado en los mercados, la demanda presiona como nunca a una oferta
dormida por la poca capacidad de producción y refinación y un nuevo ciclo
alcista parece que llega sin posibilidades de ceder en decenas de años y
precios difíciles de calcular e imaginar.
Los saltos intradiarios se desencadenan y los
picos dan la impresión que conducen a los 70 u 80 dólares el barril, pero no,
es más y ya para finales de año es imposible no admitir que precios nunca vistos de más de 100
dólares el barril parece que están a la vuelta de la esquina.
En otras palabras: que tiempos para soñar,
confirmar profecías, pensar que se nació predestinado, con un mandato o misión
del Padre Libertador, o del Dios de los Ejércitos, para conquistar mundos,
derrocar imperios y remontarse a alturas que no habían alcanzado héroes o
semidioses como Lenin, Stalin, Mao, Ho Chi Minh, Kim Il Sung y Fidel Castro.
Siempre pensó que era un revolucionario “al
natural”, una flor del camino que, con escasa formación, poco entrenamiento y
una carrera militar que lo privó de hazañas notables y heroicidad, había nacido
apenas como predicador y, a lo sumo, para promover, aun desde el poder, a los
que eran verdaderamente grandes e inalcanzables.
Pero ahora, después de convertir en un estruendoso
éxito político a un vergonzante fracaso militar el 4 de febrero del 92, de
lograr que se le perdonaran todas las violaciones a la ley y a la Constitución,
de ganar, a pesar de, que le entregaran el poder en las elecciones
presidenciales del 98, de escapar a dos intentos por desplazarlo de la
presidencia, pero sobre todo, ahora que se había tropezado con el ciclo alcista
de los precios crudo, no hay dudas que empezó a sentirse el nuevo y esperado
profeta “rico y armado”.
Son los tiempos en que nace el Chávez
petrodictador, el tirano que en alianza de otros tiranos que presiden países
productores de crudo, “hermanos” como Muamar Gaddafi de Libia, Mahmoud
Ahmadinejad de Irán, y Wladimir Putin de Rusia, se pondrá a la cabeza de la
cruzada para redimir a los pobres del mundo de las injusticias, la miseria, la
explotación y la desigualdad.
No es poca cosa, pero Chávez trae más, mucho
más, y con los petrodictadores redentores, desembarca el socialismo petrolero,
o del Siglo XXI, modelo que, con la
riqueza de los hidrocarburos, resolvería un problema que no habían solucionado
los “socialismos anteriores”, como es la acumulación primitiva de capital, que,
aparte de conducir a una rápida industrialización, también derramará sobre los
pobres el cuenco de la abundancia y la felicidad, en tanto deja un plus para
crear una gran alianza política y militar que emprenderá las últimas y
decisivas batallas contra el capitalismo, el imperialismo y su buque insignia:
los Estados Unidos de Norte América.
Es innecesario documentar que todos estos
disparates trataron de implementarse, inflamados, no solo con las cuentas en
petrodólares del Tesoro venezolano que no terminan de ascender, sino también
con el verbo de un Chávez convertido en “Rey del Petróleo”, para quien había llegado la hora del triunfo
de los pobres contra los ricos, de la revolución contra la explotación, de los
humildes contra los poderosos, de los buenos contra los malos, del sur contra
el norte, del trabajo contra el capital.
Entre tanto, los ingresos del boom petrolero,
del último ciclo alcista de los precios del crudo, eran repartidos a manos
llenas entre países y partidos “hermanos”, entre individualidades e
instituciones, entre tirios y troyanos, montescos y capuletos y todo aquel que
quisiera hacer cola e inscribirse como soldado del Armagedón que preparaba
Chávez en su lucha por llegar a la cima del fin de los tiempos.
Pero también la factura nacional hizo lo suyo,
pues “el redentor” pensó que con los petrodólares podía “no expropiar” sino
“comprar” el aparato productivo privado y nacional, cuyos fundos y fábricas
eran invadidos y después adquiridos para ponerlos en manos de obreros y
campesinos que en pocos años los convertirían en los más rentables de la
región, mientras se implementaba un plan de gigantescas importaciones para
sustituir lo que antes se producia y que solo en el 2007 alcanzó los 70 mil
millones de dólares.
Igualmente, se instaló un holístico plan
clientelar, un programa para que al pueblo no le faltara nada, y comprendiera
las bondades del socialismo y aceptara respaldar mayoritariamente a su
“Salvador”, fuera en las urnas, las manifestaciones de calle, o los campos de
batalla.
Era un festín como pocas veces se había
conocido en el mundo y mucho menos en América Latina, cuyos países socialistas,
populistas y autoritarios, así como un segmento importante del electorado
nacional, simplemente se adhirieron a
los sueños de este “Don Regalón” (el apelativo se lo colocó el propio Chávez),
el cual, habiendo comprado la tesis que expuso Fidel Castro a comienzos de los
90, de que el nuevo revival del socialismo sería en América del Sur, no perdió
tiempo en creerle al viejo zorro que era el teniente coronel quien debía
proclamarlo y dirigirlo.
De esos delirios nació el ALBA, una alianza
económica y política financiada por PDVSA y constituida por Cuba, Nicaragua,
Ecuador y Bolivia que debía ser la cabeza de puente para que toda la América
meztiza y afrodescendiente y de habla española, portuguesa, inglesa y francesa,
se agrupara contra sus enemigos históricos y anglosajones.
Pero también la apertura de las arcas
nacionales a países populistas y autoritarios de la región y del mundo, que con
el cuento de que se sumaban al “llamado” del Iluminado de Sabaneta, vendieron
cuanta chatarra poseían, se involucraron en negocios en los cuales el país
siempre llevaba la peor parte, y convencían a Chávez de que incursionara en
proyectos que eran, simplemente, un vertedero de petrodólares.
Y así hasta la crisis de la economía global en
el 2009, la conversión de Estados Unidos en el principal productor mundial de
crudos, la emergencia del “fracking” o la producción del petróleo de esquistos,
y la transformación en rey desnudo de este socialismo petrolero cuyos
representantes estaban en la reunión de la OPEP en Viena el jueves pasado en la
actitud de mendigos, casi que
arrodillados clamando por un recorte de la producción que generaría precios
altos.
Para culminar, no me resta sino citar una
frase que le oí a Arturo Uslar Pietri poco antes de morir: “Si los precios del
petróleo bajaran ahora, no me cabe dudas que la Cruz Roja Internacional vendría
a repartir sopas en las esquinas de toda Venezuela”.
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