Para entender lo que ocurre en Venezuela es necesario
digerir el concepto de poder que se expone en la novela de Orwell, 1984.
Confieso que a veces parecen nuevas provenientes de un país
desconocido, uno muy similar en su hermosa geografía a la tierra donde crecí,
pero agresivamente ajeno en sus señales exteriores y en lo que parecen ser los
nuevos modos de su gente. Las cosas que, en definitiva, conforman la imagen que
de Venezuela se tiene en el mundo. El consabido “¿Venezuela? Aaah Chávez” que
se escuchaba con frecuencia cuando uno era interrogado sobre su procedencia,
señal inequívoca de que mucha gente en el exterior se enteró de la existencia
de una nación que se les antojaba exótica y rica a través de su extravagante
líder, ha sido reemplazado por variantes de la exclamación “¡Joder, como están
de difíciles las cosas en Venezuela!”
La preocupación expresada en los medios internacionales y la
que se traduce en la inquietud ingenua y espontánea de la gente que consume las
noticias que esos medios generan, no es ociosa ni sorprendente. A sus ojos, y
por razones difíciles de entender y más aún de explicar, nos hemos convertido
en el paradigma moderno de una nación fracasada. Un país inmensamente rico que
parece incapaz de proveer las necesidades elementales de su población, desde
papel higiénico hasta medicinas y comida al tiempo que figura de manera
prominente tanto en las estadísticas de corrupción como en las de crimen y
violencia. El mismo país al que buena parte de la izquierda europea o
simplemente mucha gente bien intencionada que se consideraba progresista,
asociaba con una suerte de aventura tropical y caribeña contra la pobreza y
enfrentada al imperio gringo liderada por Hugo Chávez. Hoy todo el entusiasmo
por la causa de la autodenominada revolución bolivariana ha desaparecido y la
gesta chavista aparece en toda su desnudez impúdica como un ejercicio
monumental de corrupción, engaño e incompetencia perpetrado ante la mirada
complaciente, cuando no la ayuda interesada de medio mundo.
Las increíbles escenas que llenan los medios de comunicación
del mundo, muestran a gente haciendo colas interminables; a gente cruzando a
trompicones y en desordenada manada la frontera colombo-venezolana; a gente
rogando por unas medicinas que no aparecen; a gente llorando; a gente
sufriendo; a gente despidiéndose de su gente, abandonando su país en busca de
otra existencia. En resumen, muestran a un país disfuncional coexistiendo con
un régimen soberbio y despiadado que se resiste a admitir las dimensiones de la
crisis por las implicaciones que ello tiene para su ya maltrecha imagen
internacional y que reprime brutalmente no solo a los activistas políticos sino
a quienes protestan por la crisis de abastecimiento. Todo ello es la imagen
obvia del sufrimiento de un pueblo y de una sociedad sumida en una profunda
crisis. Sin embargo, queda en el aire la pregunta que hace mi vecina, o algunos
de mis amigos de la universidad en San Sebastián:
¿Qué gana el Gobierno de Venezuela con contribuir a destruir
la economía del país y a generar el caos, algo de lo que tanto la oposición
como el Informe del Secretario General de la OEA acusan al régimen venezolano?
La pregunta es importante entre otras cosas porque surge de
un supuesto falso: el de que un gobierno existe para gobernar a favor de la
gente o que al menos no le conviene que el país se desestabilice. Es por
supuesto natural que los habitantes de un país funcional como España tengan
esta percepción sobre el rol de un gobierno. Ello a pesar de que muchos de los
críticos de la gestión del Partido Popular expresan que las cosas no podrían
estar peor. Ojala nunca se enteren de cuan peor se pueden poner las cosas.
Sobre todo si se transita la aventura anti-democrática con la que intenta
seducir a España el partido Podemos.
Pero de retorno al argumento original, para entender lo que
ocurre en Venezuela es necesario digerir el concepto de poder que se expone en
la novela de Orwell, 1984. En el mundo del Big Brother, el gobierno no existe
para construir felicidad o progreso para el pueblo sino para mantenerse en el
poder, sin que para ello sea un obstáculo cambiar de ideología o alterar la
historia. La pobreza y mantener a la gente en el límite de la supervivencia son
instrumentos para el control social que han sido ensayados exitosamente en
Cuba, la antigua Unión Soviética, Corea del Norte o los ghettos organizados por
los nazis. A la pregunta de si los venezolanos somos o no “jilipollas” por permitir
que un gobierno como la oligarquía chavista se le monte en el lomo hay que
responder que el hambre y la miseria no generan respuesta efectiva excepto si
existe liderazgo político y que cuando se tiene el control de las armas y las
instituciones un gobierno oprobioso para la humanidad como el de Franco, Stalin
o Pinochet se puede mantener por largo tiempo en el poder. Ello es así porque a
lo único que le tiene más miedo la gente que a la miseria es al fantasma del
caos y la violencia indiscriminada.
Entre tanto desconcierto y frustración por la situación
venezolana, yo me resisto a contribuir a la imagen de lástima y
autocomplacencia.
Venezuela no necesita lástima y miradas piadosas sino la
solidaridad internacional de pueblos y gobiernos que tienen el deber moral y
legal de denunciar y oponerse al régimen de Maduro sin caer en la trampa de que
su actuación se vea como injerencia en los asuntos internos de otro país. Por
otro lado, junto a la penosa imagen de indigencia y caos que de nuestra nación
se proyecta en los medios internacionales, está también la conducta altiva de
un pueblo y sus líderes opositores cuya cultura y valores democráticos han
impedido que un proyecto autoritario se imponga completamente a pesar de que el
chavismo tiene casi 20 años intentándolo. Esa es también parte de la verdad,
junto con el hecho de que Venezuela sigue funcionando por la acción decidida y
entregada de innumerables héroes civiles, médicos, profesores, ingenieros y
maestros, que siguen manteniendo viva la llama de un país mejor hoy, cuando más
hace falta. Esas son las buenas noticias, en medio de un alud de malas
noticias. Que la resistencia continúa y que la oligarquía chavista, corrupta y
arrogante está cada vez más arrinconada, porque ya perdió el favor del pueblo.
El resto es materia de disciplina ciudadana y ejercicio ético del liderazgo
político. Ya vendrán otros tiempos.
Por: Vladimiro Mujica.
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