martes, 2 de agosto de 2016

VENEZUELA EN LAS NOTICIAS

Para entender lo que ocurre en Venezuela es necesario digerir el concepto de poder que se expone en la novela de Orwell, 1984.
Confieso que a veces parecen nuevas provenientes de un país desconocido, uno muy similar en su hermosa geografía a la tierra donde crecí, pero agresivamente ajeno en sus señales exteriores y en lo que parecen ser los nuevos modos de su gente. Las cosas que, en definitiva, conforman la imagen que de Venezuela se tiene en el mundo. El consabido “¿Venezuela? Aaah Chávez” que se escuchaba con frecuencia cuando uno era interrogado sobre su procedencia, señal inequívoca de que mucha gente en el exterior se enteró de la existencia de una nación que se les antojaba exótica y rica a través de su extravagante líder, ha sido reemplazado por variantes de la exclamación “¡Joder, como están de difíciles las cosas en Venezuela!”


La preocupación expresada en los medios internacionales y la que se traduce en la inquietud ingenua y espontánea de la gente que consume las noticias que esos medios generan, no es ociosa ni sorprendente. A sus ojos, y por razones difíciles de entender y más aún de explicar, nos hemos convertido en el paradigma moderno de una nación fracasada. Un país inmensamente rico que parece incapaz de proveer las necesidades elementales de su población, desde papel higiénico hasta medicinas y comida al tiempo que figura de manera prominente tanto en las estadísticas de corrupción como en las de crimen y violencia. El mismo país al que buena parte de la izquierda europea o simplemente mucha gente bien intencionada que se consideraba progresista, asociaba con una suerte de aventura tropical y caribeña contra la pobreza y enfrentada al imperio gringo liderada por Hugo Chávez. Hoy todo el entusiasmo por la causa de la autodenominada revolución bolivariana ha desaparecido y la gesta chavista aparece en toda su desnudez impúdica como un ejercicio monumental de corrupción, engaño e incompetencia perpetrado ante la mirada complaciente, cuando no la ayuda interesada de medio mundo.

Las increíbles escenas que llenan los medios de comunicación del mundo, muestran a gente haciendo colas interminables; a gente cruzando a trompicones y en desordenada manada la frontera colombo-venezolana; a gente rogando por unas medicinas que no aparecen; a gente llorando; a gente sufriendo; a gente despidiéndose de su gente, abandonando su país en busca de otra existencia. En resumen, muestran a un país disfuncional coexistiendo con un régimen soberbio y despiadado que se resiste a admitir las dimensiones de la crisis por las implicaciones que ello tiene para su ya maltrecha imagen internacional y que reprime brutalmente no solo a los activistas políticos sino a quienes protestan por la crisis de abastecimiento. Todo ello es la imagen obvia del sufrimiento de un pueblo y de una sociedad sumida en una profunda crisis. Sin embargo, queda en el aire la pregunta que hace mi vecina, o algunos de mis amigos de la universidad en San Sebastián:

¿Qué gana el Gobierno de Venezuela con contribuir a destruir la economía del país y a generar el caos, algo de lo que tanto la oposición como el Informe del Secretario General de la OEA acusan al régimen venezolano?

La pregunta es importante entre otras cosas porque surge de un supuesto falso: el de que un gobierno existe para gobernar a favor de la gente o que al menos no le conviene que el país se desestabilice. Es por supuesto natural que los habitantes de un país funcional como España tengan esta percepción sobre el rol de un gobierno. Ello a pesar de que muchos de los críticos de la gestión del Partido Popular expresan que las cosas no podrían estar peor. Ojala nunca se enteren de cuan peor se pueden poner las cosas. Sobre todo si se transita la aventura anti-democrática con la que intenta seducir a España el partido Podemos.

Pero de retorno al argumento original, para entender lo que ocurre en Venezuela es necesario digerir el concepto de poder que se expone en la novela de Orwell, 1984. En el mundo del Big Brother, el gobierno no existe para construir felicidad o progreso para el pueblo sino para mantenerse en el poder, sin que para ello sea un obstáculo cambiar de ideología o alterar la historia. La pobreza y mantener a la gente en el límite de la supervivencia son instrumentos para el control social que han sido ensayados exitosamente en Cuba, la antigua Unión Soviética, Corea del Norte o los ghettos organizados por los nazis. A la pregunta de si los venezolanos somos o no “jilipollas” por permitir que un gobierno como la oligarquía chavista se le monte en el lomo hay que responder que el hambre y la miseria no generan respuesta efectiva excepto si existe liderazgo político y que cuando se tiene el control de las armas y las instituciones un gobierno oprobioso para la humanidad como el de Franco, Stalin o Pinochet se puede mantener por largo tiempo en el poder. Ello es así porque a lo único que le tiene más miedo la gente que a la miseria es al fantasma del caos y la violencia indiscriminada.

Entre tanto desconcierto y frustración por la situación venezolana, yo me resisto a contribuir a la imagen de lástima y autocomplacencia.

Venezuela no necesita lástima y miradas piadosas sino la solidaridad internacional de pueblos y gobiernos que tienen el deber moral y legal de denunciar y oponerse al régimen de Maduro sin caer en la trampa de que su actuación se vea como injerencia en los asuntos internos de otro país. Por otro lado, junto a la penosa imagen de indigencia y caos que de nuestra nación se proyecta en los medios internacionales, está también la conducta altiva de un pueblo y sus líderes opositores cuya cultura y valores democráticos han impedido que un proyecto autoritario se imponga completamente a pesar de que el chavismo tiene casi 20 años intentándolo. Esa es también parte de la verdad, junto con el hecho de que Venezuela sigue funcionando por la acción decidida y entregada de innumerables héroes civiles, médicos, profesores, ingenieros y maestros, que siguen manteniendo viva la llama de un país mejor hoy, cuando más hace falta. Esas son las buenas noticias, en medio de un alud de malas noticias. Que la resistencia continúa y que la oligarquía chavista, corrupta y arrogante está cada vez más arrinconada, porque ya perdió el favor del pueblo. El resto es materia de disciplina ciudadana y ejercicio ético del liderazgo político. Ya vendrán otros tiempos.

Por: Vladimiro Mujica.

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